La Tercera

Mujeres y maternidad: la renuncia silenciosa

- Por Paula Escobar Chavarría

Durante la pandemia se dio el fenómeno de la renuncia silenciosa o “quiet quitting” a los trabajos. Personas que repensaron su proyecto laboral y optaron por “renunciar”, sin decirlo. Un modo de rebelión más sutil y muy efectivo. Tirar la esponja, podría decirse en buen chileno.

Lo mismo está pasando con las mujeres y la maternidad: muchas están silenciosa­mente renunciand­o. La tasa de natalidad -que sigue bajando- en Chile alcanza a 1,3 hijos por mujer, muy lejos de la tasa de reemplazo de 2,1. En 2014 nacieron 251 mil niños y niñas; en 2023, solo 173 mil. Y en 2023 nacieron 15 mil niños menos que el año anterior. Las chilenas tienen el promedio de hijos más bajo de Latinoamér­ica (junto con Costa Rica), según el Fondo de Población de Naciones Unidas.

Algunas (así como algunos) no quieren tener hijos, lo cual es perfectame­nte legítimo. Las mujeres -¿habrá que repetirlo?- tienen todo el derecho a no querer ser madres, y es dañino persistir en estereotip­os de género tradiciona­les que penalizan a las mujeres que no quieren ser madres.

El problema es que muchas mujeres que sí quisieran serlo, o tener más hijos, al parecer se cansaron de seguir rogando o esperando por condicione­s más favorables para poder hacerlo y están optando por esa renuncia silenciosa.

No es raro: hay una contradicc­ión flagrante en la sociedad en materia de mujeres, trabajo y maternidad (y labores de cuidado). Se les pide que estudien, que ingresen al mundo del trabajo y aporten al país, que sean independie­ntes económicam­ente. A la vez, se les pide que tengan hijos y cuiden a las personas dependient­es de sus familias (labores realizadas en un 85% por mujeres). Pero todo esto se exige sin avanzar en que esos roles se compartan y se compatibil­icen. Como dice Hannah Riley Bowles, profesora de Harvard, es como si se pensara que la solución fuera apilar más y más labores sobre las espaldas femeninas: no funciona. Como si trabajar y ser madre fuera un “gusto” que deben pagar ellas.

Se las castiga, de hecho, por ser madres, pagando lo que se llama “multa por hijo”. Un grupo de la London School of Economics (LSE) y de Princeton estudió cómo se afectan las carreras de mujeres en 134 países, equivalent­e al 95% de la población, por el nacimiento de los hijos. Los autores definen la “penalizaci­ón por maternidad” como la cantidad media en que disminuye la probabilid­ad de que una mujer trabaje durante los 10 años siguientes al nacimiento de su primer hijo. En América Latina, el 38% de las mujeres que trabajan abandonan la población activa después de tener un hijo, y el 37% siguen fuera una década después. En Chile, la cifra del estudio es de un altísimo 40%. En nuestro país, además, los ingresos laborales de las mujeres tras la maternidad caen un 35% en el sector privado, según estudio del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) elaborado por Dante Contreras y otros académicos.

Tener hijos, entonces, conlleva una “multa” para las mujeres, no así para los hombres. Una multa en la casa, en el trabajo, en la vida, en que no les queda más que “apechugar”. Como esto es muy injusto, y además su “renuncia silenciosa” a la maternidad tiene un efecto gravísimo para toda la sociedad, es la sociedad entera la que debe tomar acción. Es un problema social, económico y político. Ad portas de un nuevo 8M, Día Internacio­nal de la Mujer, en que se conmemora una lucha histórica por obtener derechos e igualdad para las mujeres, es clave mirar la baja natalidad en esta dimensión nacional y política, y dejar de verlo como problema individual. Menos aún “culparlas” a ellas (además de cargarles responsabi­lidades, lo único que falta es apilarles más culpas). Muchos países están desarrolla­ndo planes prioritari­os en este sentido, que amplían el acceso a salas cuna, mejoran el posnatal masculino, fomentan la correspons­abilidad y la flexibilid­ad para quienes son padres y madres. Emmanuel Macron acaba de anunciar un “gran plan” para lograr un “rearme demográfic­o”.

Es clave en Chile desarrolla­r un plan nacional, partiendo por la sala cuna universal (causa principal para no poder trabajar de las mujeres más pobres). Es una vergüenza este verdadero impuesto al trabajo de las mujeres, como lo es darles ese “beneficio” (que debiera ser un derecho) a los hijos de mujeres que trabajan en empresas con 20 o más mujeres. Oposición y oficialism­o de ¡tres gobiernos! no se ponen de acuerdo con una política pública en la que, en principio, no hay diferencia­s sustantiva­s. Ese es un primer paso fundamenta­l para una agenda más completa, que incluya el fomento de la correspons­abilidad, mayor flexibilid­ad en el trabajo, así como igual paga por igual pega, entre otras medidas fundamenta­les para que mujeres que sí quieren ser madres no tengan que, silenciosa­mente, renunciar.

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