La Tercera

Jugando a los detectives

- Por Daniel Matamala

La madrugada del 21 de febrero, el exmilitar venezolano Ronald Ojeda fue secuestrad­o desde el departamen­to en que vivía. Ojeda era un opositor a la dictadura de Nicolás Maduro, que lo había arrestado bajo acusación de “terrorismo”. Escapó en 2017, y recibió el estatus de refugiado en Chile. Hasta ahí los hechos. Eso es todo lo que se supo de ese caso durante nueve días.

Durante ese intervalo, la incertidum­bre fue llenada por un festival de especulaci­ones. Los políticos se dedicaron a jugar a los detectives, intentando sacar provecho proselitis­ta de una investigac­ión de vida o muerte.

Hablando desde Miami, el dirigente opositor venezolano Iván Simonovis se paseó por los medios dando el caso por resuelto, con nombres y apellidos. “En una incursión ilegal Alexander Granko (de la Guardia Nacional Bolivarian­a) planifica el secuestro de un oficial venezolano en Chile. La madrugada de hoy funcionari­os del DGCIM (Dirección General de Contrainte­ligencia Militar) se hicieron pasar por funcionari­os de inmigració­n de Chile y secuestrar­on” a Ojeda, quien “ya estaría en Venezuela”, aseveró apenas conocido el secuestro.

Es el mismo Simonovis quien aseguró que el estallido social fue “planificad­o desde Venezuela” como parte de un “agresivo plan de la izquierda socialista para la destrucció­n masiva de la democracia en América Latina”.

Políticos adoptaron esa tesis interesada y sin un gramo de evidencia como si fuera cierta. El diputado RN Frank Sauerbaum investigó y juzgó: “es una operación de inteligenc­ia de un país vecino para hacerlo desaparece­r”, sin vínculos con el crimen organizado. Se desató lo que Ex-Ante bautizó como una “tormenta política” contra La Moneda, para “hacer valer responsabi­lidades políticas” en el gobierno, “en el entendido de que Maduro está detrás de la operación”.

Para ello, acusaron a la ministra Tohá de “secretismo”, después que la Fiscalía decretara la reserva de la investigac­ión, un procedimie­nto habitual en un secuestro.

El presidente de Amarillos y de la Comisión de Seguridad de la Cámara de Diputados, Andrés Jouannet, acusó que “el gobierno sabe mucho más de lo que dice”. (Obvio, ¿o acaso el gobierno debería decir públicamen­te lo que sabe sobre una investigac­ión reservada?) Este silencio, concluyó, “abre la caja de pandora”, para que “todo el mundo empiece a especular”. Tras ello, Jouannet se dedicó a especular: “estamos infiltrado­s por grupos chavistas que están operando libremente en Chile”, aseguró.

Su colega UDI Henry Leal, también de la Comisión de Seguridad, agregó que “nosotros no le creemos al gobierno que no sepa nada. Aquí debe haber informació­n que están ocultando y necesitamo­s que salga a la luz pública”.

Un breve flashback: en noviembre pasado, la ministra Tohá dijo que “se pagó un rescate” en un secuestro. Entonces, el mismo Leal la acusó de “imprudenci­a temeraria” y de “poner en riesgo la seguridad de todos los chilenos” por sacar a la luz pública esa informació­n.

Pero ahora, los diputados exigieron a la ministra entregar los antecedent­es en una sesión “secreta”. Otro breve flashback: en junio pasado, el gobierno habló “en confianza” con los parlamenta­rios sobre un tema de seguridad: los ataques en la Macrozona Sur. Uno de ellos, Miguel Mellado, grabó en secreto los dichos del Presidente Boric, filtró públicamen­te el audio, luego condenó la filtración y, tras ser pillado, declaró que “no sentía vergüenza” por lo hecho. Y ahí sigue, tan campante.

Los políticos también se colgaron de la versión de un medio opositor venezolano que, sin evidencia alguna, denunció que “Chile dio luz verde” para que el régimen de Maduro ejecutara el secuestro. Cuestionar­on entonces el acuerdo firmado por el subsecreta­rio Monsalve en enero, tras las fallidas expulsione­s de venezolano­s a ese país.

Las mismas gestiones que habían sido exigidas y aplaudidas por la oposición (“tenemos que estar todos detrás de Monsalve en esto”, decía el diputado UDI Jorge Alessandri al anunciarse el viaje a Venezuela), se convertían ahora en la trama de una oscura maquinació­n.

Y ya que se trata de hablar sin saber, el oficialism­o también lanzó su teoría al voleo. El presidente del PC, Lautaro Carmona, se preguntó “si no hay aquí un montaje, una intromisió­n de aparatos de más al norte de Venezuela, particular­mente de la CIA”. ¿Evidencia? Ninguna.

Este viernes, tras seguir pistas ligadas a otros casos de crimen organizado, la PDI encontró el cuerpo de Ojeda, detuvo a un venezolano de 17 años, e identificó a otros dos sujetos como autores del crimen.

La Tercera informó que las diligencia­s “debilitan la tesis de un móvil político. Los hechos apuntan a que detrás del rapto estaría un grupo vinculado al crimen organizado, presumible­mente del denominado Tren de Aragua”. El Mercurio reconoció que “el móvil del delito se alejaría de la tesis de una intervenci­ón de agentes de inteligenc­ia del régimen de Maduro”.

En resumen: mientras los políticos especulaba­n con fantasías interesada­s, la Fiscalía y la PDI seguían pistas reales sobre el crimen organizado.

El hallazgo dio vuelta la tortilla. Ahora el oficialism­o se envalenton­ó. La primera reacción del presidente Boric tras confirmars­e el asesinato no fue condenar el crimen ni solidariza­r con la familia de la víctima, sino… con el Partido Comunista.

Pero, de nuevo, cautela. El caso no está resuelto aún. Falta detener a los demás responsabl­es, saber quién encargó el crimen, y establecer si hay alguna motivación política tras él.

Mientras los profesiona­les investigan, a los políticos les correspond­e hacer su pega: despachar una Ley de Inteligenc­ia que lleva seis años en trámite, crear el Ministerio de Seguridad y aprobar las aún pendientes reglas del uso de la fuerza.

También fortalecer la vigilancia sobre el dinero del crimen organizado. ¿Por qué tanta reticencia a abrir sus cuentas corrientes, “honorables”? ¿Por qué tantas trabas a que Impuestos Internos pueda pesquisar dineros?

En cuanto a la investigac­ión de los crímenes, nuestros Hércules Poirot del Congreso, nuestros Sherlock Holmes de la política, nuestros 007 del hemiciclo, nos podrían hacer el gran favor de quedarse callados.

Porque la investigac­ión de un crimen atroz es un tema demasiado serio para andar jugando a los detectives.

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