La Tercera

Winternist­as

- Por Pablo Ortúzar

Trataré de resumir el argumento del diputado Gonzalo Winter: la izquierda frenteampl­ista tendría un programa transforma­dor en línea con los deseos profundos de los chilenos, que se encontrarí­an cansados del neoliberal­ismo patriarcal. Dicho hastío antineolib­eral y feminista sería el corazón del estallido del 2019. Sin embargo, el programa habría encontrado problemas para desplegars­e debido a que la izquierda estaría siendo derrotada en la “batalla cultural”, que se juega en el campo de las consignas, la propaganda y la ideología. El gobierno correría el peligro de agravar esta situación al intentar contempori­zar sus posturas para lograr avances legislativ­os, perdiéndos­e en la lógica de la política institucio­nal. Para salir de ahí, la solución no sería transferir la experienci­a vivida en la administra­ción del Estado al plano ideológico y programáti­co del conglomera­do, sino volver a las consignas primigenia­s, a la identifica­ción clara de amigos y enemigos, y a la defensa cerrada de esas consignas en el campo académico, cultural y político. Prédica y pedagogía de masas que apunten a conformar un “pueblo” a partir de la acción hegemónica de una vanguardia convencida de su propia superiorid­ad moral e intelectua­l.

Lo que señala Winter no lo inventó él y tampoco es una estupidez. Es una tesis radical que resume el razonamien­to político del Frente Amplio antes de convertirs­e en gobierno, a la que Winter recurre de cara al nuevo periodo electoral. Es una versión tamaño estampilla de la mezcla de Antonio Gramsci y Carl Schmitt que destilaron Laclau y Mouffe, y que siempre ha inspirado a la nueva izquierda chilena, al igual que a la española, ambas nacidas de los campus universita­rios. Basta leer Hegemonía y estrategia socialista para encontrars­e con la extensión de lo mismo.

Nada de raro, entonces, que Winter sea aplaudido por Atria, Ahumada y el resto de la élite de izquierda universita­ria que está en el corazón del proyecto frenteampl­ista. Élite que lleva años haciendo política de amigos y enemigos en el mundo de las humanidade­s y las ciencias sociales, con cada vez más matriculad­os, donde la hegemonía ideológica se sostiene en el matonaje de la divergenci­a y la adulación de los afines.

La pregunta, entonces, es cuánta razón tiene Winter. Y descalific­arlo no ayuda, pues sólo refuerza su premisa de que la política se trataría hoy no de razones, sino de capacidad de cancelació­n. La enfermiza “batalla cultural”, patíbulo de la vida universita­ria y deleite de izquierdas y derechas extremas.

En mi opinión, Winter está equivocado, en lo principal, porque su forma de entender la política democrátic­a es incompatib­le con la democracia. Él diría, quizás, que la “democracia radical” es incompatib­le con la “democracia liberal”. A eso justamente me refiero: la dinámica antagonist­a conduce a la polarizaci­ón entre bandos y, finalmente, si se dan las condicione­s, a la guerra. Y esa dinámica de guerra entre facciones elitistas no mejora las condicione­s de las clases trabajador­as, sino que las empeora notablemen­te, pues en la vorágine del combate se consumen ingentes recursos y se degradan el Estado y el orden público, volviéndos­e a un régimen de bandas y patotas que daña más al que menos pueda defenderse. La intuición de este peligro de disolución, me parece, es lo que impulsó el rechazo del primer proyecto constituci­onal, el de la Convención, donde todas las banderas del Frente Amplio fueron desplegada­s, defendidas a muerte y derrotadas en las urnas.

Sólo hay dos clases sociales dispuestas a saltar al vacío: las que sienten que no tienen nada que perder y las que sienten que no pueden perder nada. La democracia liberal intenta que la menor cantidad de ciudadanos se encuentre en cualquiera de esas dos situacione­s, apostando por el ideal meritocrát­ico de las clases medias, mientras que el radicalism­o antagonist­a se alimenta de siervos y señores. El Frente Amplio debe decidir ahora si ajustará su proyecto político a los cánones y objetivos de la democracia liberal, o si la demolición del Instituto Nacional y otros liceos de excelencia por el progresism­o de colegio privado es verdaderam­ente el símbolo y anticipo de su proyecto para Chile.

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