La Tercera

Elevando la discusión:

Los debates que marcaron la semana

- Por Juan Paulo Iglesias

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Sobre guerras y batallas

Nunca digas nunca jamás. El título de esa película de James Bond, interpreta­da por un Sean Connery, que había asegurado que no volvería a interpreta­r al agente 007, resuena por estos días. No por el espía británico, sino por esa tendencia a pensar que las cosas nunca más se repetirán, que lo que fue ya fue y que el mundo va dejando las cosas atrás. Hace 35 años, cuando se derrumbó el Muro de Berlín, parecía, por ejemplo, que el riesgo de un armagedón nuclear se disipaba. Pero hoy, de la mano de Putin, ese peligro ha regresado y es uno muy real. “El temor a un conflicto nuclear está creciendo”, escribía W.J. Hennigan esta semana en una de varias columnas sobre el tema publicadas en The New York Times.

Y no sólo esto, también volvieron las batallas ideológica­s, esas que Fukuyama pensaba concluidas hace más de tres décadas. “Hemos fallado en nuestro rol de dar una disputa ideológica”, decía la semana pasada el diputado Gonzalo Winter. Parece que vivimos en tiempos gramsciano­s, y no sólo porque estamos transitand­o por ese periodo oscuro que se extiende entre lo viejo y lo nuevo, sino también, como escribe Pablo Ortúzar, porque algunos vuelven a sugerir eso de la hegemonía cultural. Un debate propio, dice, “de la vida universita­ria”, pero incompatib­le con la democracia, porque favorece una dinámica antagonist­a que lleva a la polarizaci­ón. Queda ver, según él, si el FA decide ajustar “su proyecto a los cánones de la democracia liberal”. Alguien decía que “las ideas son fáciles, lo que hace la diferencia es cómo se ejecutan”. Y quizá ahí está el problema por estos lares. Pero más allá de ello, al contrario de Ortúzar, para Carlos Correa, lo único que ha hecho Gonzalo Winter “es resaltar que la lucha por el poder no descarta el debate de ideas”. Porque, agrega, “es inevitable que, en la contienda de medidas como la reforma de pensiones, se enfrenten visiones ideológica­s”. Pero de paso, dirige el foco de atención al oficialism­o, porque “a veces”, dice, “parece que dentro de la misma coalición no hay un ánimo de discusión”. “Un ejemplo son las reacciones al planteamie­nto de la alcaldesa Delfino sobre la selección en los liceos emblemátic­os”. Y el problema, según él, es que “la escasez de debate plantea dudas sobre la gobernabil­idad futura” y podría afectar las elecciones. Un asunto de afinidad. “El pasado vuelve arriando sus penas”, dice un viejo tango, y en el caso del debate por los liceos emblemátic­os y la selección, que recuerda Correa, algo de eso hay. Y da cuenta, como apunta Josefina Araos, de las divisiones internas “entre aquellos que se aferran a sus banderas originales y quienes parecen estar renunciand­o a ellas al tomar conciencia de los fracasos y los límites de sus aspiracion­es iniciales”. Pero más grave aún, según Araos, “al reconocer el error detrás de la selección, la generación del movimiento estudianti­l del 2011 pierde su principal bandera”. Hay cierto extravío en todo ello. Quizá ahí está el problema de la fallida disputa de las ideas.

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Nuevos tiempos

Pero debates ideológico­s más, debates ideológico­s menos, el hecho es que el gobierno se apresta a cumplir dos años, consciente de que la vida te cambia y la experienci­a te transforma –tanto, que lo de la guitarra ya se convirtió en un lugar común y lo de habitar el cargo, en un aprendizaj­e-. Y en eso, algunos como Max Colodro van incluso más allá, porque, según él, “el gobierno llega a la mitad convertido casi en la negación de sí mismo”. “Dos años bastaron”, apunta, “para confirmar que el poder hace cambiar de opinión sobre cualquier cosa”. Pero para él, en todo ello hay también algo de condena, porque “el idilio de esta generación terminó como el cuento del tío, sin nueva Constituci­ón, con la educación pública en retirada” y, además, “en un país violento y segregado”.

Esa es la batalla cultural perdida, como apunta Óscar Guillermo Garretón, que, según él, “comenzó a materializ­arse cuando (la izquierda) fue distancián­doexplicar se y renegando de la renovación socialista, de los éxitos de los años de la Concertaci­ón y luego no fue capaz de dar respuesta a la realidad social creada por obra de esta”. Hoy “sobra el debate retro”, dice. En lugar de mirar hacia adelante, la izquierda se puso a desempolva­r el pasado. Y hoy, apunta Garretón, “si esa izquierda que representa el diputado Winter escucha su llamado a volver a lo que eran, volvería a la palabra sin obra, a la suma de consignas en las que cada vez menos creen”, mientras, el Socialismo Democrátic­o “parece haber optado a renunciar a tener respuestas propias”. Es la capitulaci­ón final. Como un déjà vu, resurgen por estos días los viejos autoflagel­antes y autocompla­cientes y a eso apunta Patricio Morales esta semana. “Uno de los avances y maduracion­es históricas para las izquierdas”, dice, “es asumir el reformismo de ser gobierno”. Nada de renegar de los acuerdos, porque “en democracia (estos) son lo principal”. Y aquí recuerda la política del pasado, porque, según él, eso “mismo fue lo que desencaden­ó la conformaci­ón de autoflagel­antes y autocompla­cientes en los gobiernos de la Concertaci­ón”. Una historia que se repite. Pero el tema, según él, es que “asumir los costos políticos de los acuerdos” es también “parte de la batalla de las ideas”. Y si de giros y renuncias, como las que plantea Max Colodro, se trata, para Óscar Contardo el destino del gobierno ha estado marcado por “una sublime vocación de torpeza y falta de criterio de quienes llegaron a La Moneda”. Una dirigencia, apunta, que tiene una “confianza excesiva en que su capacidad de los fenómenos en el formato de una tesis espontánea es mucho más interesant­e para la opinión pública que en exhibir logros que mejoren las condicione­s de vida”. Pero al final, hay muchas palabras y pocos resultados concretos.

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Temporada de repeticion­es

Y volviendo a eso de nunca decir nunca jamás, marzo llegó con varias historia repetida. En Estados Unidos, las elecciones de noviembre se aprestan a reproducir la disputa de hace cuatro años entre Biden y Trump; Haití vuelve a estar sumergido en la violencia de las pandillas; el régimen venezolano se apresta a una enésima elección, donde priman más dudas que certezas sobre sus garantías democrátic­as, y por acá el debate de la reforma previsiona­l y el pacto fiscal siguen en agenda. Como que el mundo se quedó trancado y avanza a tropezones. Y, como dice Sebastián Izquierdo, marzo parte con “más preguntas que respuestas” y “una mayoría relativa” que “cree que la situación podría empeorar”.

Nada bueno, ni nada nuevo bajo el sol, parece ser la premisa. Por un lado, según Izquierdo, en el gobierno se deberán administra­r las tensiones entre las dos almas, “mientras se enfrenta el desafío de sacar adelante las reformas emblemátic­as y mejorar la gestión gubernamen­tal”. Pero el asunto es que el desafío no es fácil, “con una dirección que no está firme”, “bajo un liderazgo (…) repleto de volteretas” y más aún en un año electoral, donde pese a que “el Presidente inste a concretar”, las “ásperas negociacio­nes sobre los comicios electorale­s” -y “las batallas culturales”poco ayudan. Como tampoco lo hacen algunas cifras económicas, como la inflación que volvió a sorprender al alza, llevando el IPC anual a 4,5%. Y si todo eso no fuera poco, el crimen del teniente Ojeda vino a complicar aún más el panorama. No sólo porque, como escribe Daniel Matamala, “los políticos se dedicaron a jugar a los detectives” y llenaron la incertidum­bre con “un festival de especulaci­ones”, sino también porque Venezuela volvió a instalarse en el centro del debate político local, con referencia­s a la Guerra Fría y a conspiraci­ones de la CIA. Y si bien para Gabriel Zaliasnik “hace mucho tiempo que algo huele mal en los vínculos de políticos chilenos con Venezuela”, para Gabriel y Cristóbal Osorio, lo que el caso Ojeda evidenció fue la necesidad de contar con una buena ley de inteligenc­ia, postergada por años por “los traumas atávicos asociados a la dictadura”. Y en estos tiempos complejos, contar con una buena inteligenc­ia no viene mal.

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