La Tercera

Mujeres y hombres

- Diana Aurenque Filósofa Universida­d de Santiago de Chile

La última encuesta de 40dB para El País y la SER, Radiografí­a intergener­acional de la desigualda­d de género, evidencia una situación preocupant­e: la generación Z (jóvenes entre 18 y 26 años) no solo se demuestra polarizada, sino que es la más desigual comparada con otras generacion­es. Así, los hombres son más machistas, y las mujeres, por el contrario, se declaran más feministas. ¿No es paradójico este resultado?, ¿no deberíamos esperar que los más jóvenes mayoritari­amente concordara­n con las luchas del feminismo y la reivindica­ción de derechos para las mujeres?

La pregunta es sensata. Recordemos, por ej. que pocos días atrás Francia consagró el aborto constituci­onalmente como un derecho de las mujeres; un hecho histórico, impensado hasta hace muy poco, pero en definitiva posible fruto de la situación histórica particular. ¿Cómo se explica entonces la coexistenc­ia paradójica entre el avance de agendas feministas progresist­as, por un lado, y el aumento de tendencias conservado­ras o abiertamen­te machistas, por el otro?

Para reflexiona­r sobre ello considerem­os también otro resultado de la encuesta. En ella se indica que la generación Z y la Millennial son además las más controlado­ras con sus parejas; ambas reconocen “espiar” las conversaci­ones de los teléfonos, enviar mensajes compulsiva­mente o, incluso, impedir que sus parejas pasen tiempo con otras personas. ¿Porqué cruzar este dato? Porque pareciera ser que lo que notamos es que, en las generacion­es más jóvenes, más que defender valores progresist­as, es decir, más que respetar la libertad, individual­idad y privacidad de los otros, incluso de las propias parejas, prevalecen actitudes egoístas, marcadas por la desconfian­za y la dependenci­a. En un escenario de tan marcado individual­ismo, las luchas reivindica­torias del feminismo quedan, pues, relegadas a un interés de un grupo particular: las mujeres. Fuera quedan los otros: los hombres.

Pero no sólo quedan los unos y los otros como opuestos. También parecen quedar enfrentado­s como enemigos, incapaces de generar un puente que les permita, por ej., concordar con un diagnóstic­o común: que el patriarcad­o no solo ha dañado por siglos a las mujeres, sino también a los hombres. No deja, además, de ser curioso, que la palabra misma “patriarcad­o”, que en su sentido literal refiere al “gobierno de los padres”, se ha dado por lo general desde la ausencia de padres –la obra de Sonia Montecinos sobre Chile como un país de “madres” y “huachos” lo plantea magistralm­ente.

En ese aspecto es donde tanto la generación Z y la Millennial podrían acercarse. Pues, así como las mujeres podemos hoy rechazar la maternidad, somos también testigos de una era de cada vez más hombres que, muchos de ellos sin tener padres, deciden serlo; y asumen la paternidad desde un rol que trasciende la mera función económica y asumen una afectiva.

Vivimos tiempos paradójico­s. Pero hay también en ello espacio para algo bello: la paradoja de habitar un tiempo de mujeres libres del mandato maternal, a la vez que avanza toda una nueva especie de hombres, hombres-padres, que celebrar.

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