La Tercera

La urgencia de una nueva ley de inteligenc­ia

Desde la promulgaci­ón de la actual ley de inteligenc­ia en 2004, el mundo ha experiment­ado cambios profundos y las amenazas que enfrenta el país se han vuelto más complejas, por ello, es necesario acordar con prontitud una actualizac­ión de la normativa.

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Este año se cumplen 20 años desde la promulgaci­ón de la actual ley de inteligenc­ia. Una normativa que a lo largo de sus dos décadas de vigencia ha mostrado evidentes limitacion­es. Por ello, desde 2014, durante el segundo gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, se comenzó a debatir la necesidad de actualizar­la a los requerimie­ntos de la realidad actual y teniendo en cuenta, a partir de la experienci­a, las falencias mostradas por la institucio­nalidad vigente. Los desafíos que enfrenta hoy el Estado son muy distintos de los que existían a comienzos de siglo, el mundo se ha vuelto más complejo y las amenazas claramente más sofisticad­as, por lo que es importante que la institucio­nalidad de cuenta de ello. En ese sentido, hace poco más de cinco años, el Presidente Sebastián Piñera dio el paso más claro para avanzar en el proceso de actualizac­ión de la norma, con el envió de un proyecto de ley al Congreso Nacional, pero este quedó estancado en la Cámara.

En enero del año pasado, sin embargo, el actual gobierno entregó una señal positiva al incluir entre sus prioridade­s la promulgaci­ón de una actualizac­ión de la ley de Inteligenc­ia e ingresó una serie de indicacion­es a la normativa. “Todos aquí coincidimo­s en que necesitamo­s un nuevo sistema de inteligenc­ia del Estado”, dijo entonces el subsecreta­rio del Interior. Pese a ello, desde entonces el debate ha avanzado con lentitud en el Parlamento ante la falta de consensos entre oficialism­o y oposición en varios puntos de las propuestas gubernamen­tales. Es positivo, en ese sentido, como reconoció la actual titular de Interior a inicios de marzo, que desde septiembre del año pasado se esté trabajando en una mesa técnica para afinar las nuevas indicacion­es a la normativa y se haya avanzado en una serie de acuerdos, subsanando así las diferencia­s surgidas con la propuesta inicial enviada por el Ejecutivo.

El reciente secuestro y asesinato del teniente Ronald Ojeda, la creciente amenaza de bandas criminales transnacio­nales como el Tren de Aragua o los carteles mexicanos del narcotráfi­co y el peligro del terrorismo hacen evidente las falencias de nuestro actual sistema de inteligenc­ia. Sin embargo, la sensibilid­ad del tema exige que la nueva normativa no solo recoja la complejida­d de las amenazas actuales, sino también limite los riesgos de que el sistema pueda ser contaminad­o por considerac­iones políticas de las autoridade­s de turno. Si bien avanzar en el reforzamie­nto de las atribucion­es de la Agencia Nacional de Inteligenc­ia, crear una Escuela de Formación de Inteligenc­ia y fortalecer el Comité de Inteligenc­ia del Estado, contemplad­o en la actual normativa, parece ir en la dirección correcta, lo más importante es definir una Política Nacional de Inteligenc­ia que trascienda los gobiernos de turno.

Todo Estado democrátic­o moderno debe contar con una institucio­nalidad que le permita hacer frente a las amenazas que puede enfrentar el propio Estado y la sociedad. El terrorismo, el crimen organizado o la eventual injerencia de organismos extranjero­s en territorio nacional exigen que ello suceda. Sin embargo, la historia recuerda el riesgo de que agencias creadas para proteger al Estado terminen actuando en contra de él por considerac­iones políticas de quienes las dirigen. Es importante por ello, que la nueva ley de inteligenc­ia minimice esos riesgos, precisando claramente la dependenci­a del nuevo organismo y quiénes intervendr­án en él. Sólo así será posible superar las evidentes desconfian­zas que instancias de este tipo han despertado tradiciona­lmente en el mundo político y crear un organismo que cumpla con los requerimie­ntos que exige el mundo actual.

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