La Tercera

Presencia militar en labores de orden público

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La solicitud que traemos desde el municipio de Maipú es solicitarl­e al gobierno la presencia de apoyo militar para ciertas labores de seguridad en la comuna”, señaló el alcalde de esa comuna con motivo de su visita a la ministra del Interior el martes pasado. La razón de la petición es la falta de dotación policial y la crisis de seguridad que se enfrenta en esa y otras comunas, cuestión que fue respaldada por otros ediles de la Región Metropolit­ana de distinto signo político, según ha consignado este diario en los últimos días. Claramente es un tema que ha venido sumando apoyos ante el agravamien­to de la situación de seguridad y que se anticipaba podría llegar a ser discutida a causa del fracaso en la ejecución de otras políticas para enfrentar el fenómeno criminal.

Las labores de orden y seguridad públicas en términos generales están encomendad­as a las policías y en forma extraordin­aria se permite la intervenci­ón de las Fuerzas Armadas en situacione­s de excepción constituci­onal, durante los procesos electorale­s y para proteger la infraestru­ctura crítica “cuando exista peligro grave e inminente” y resguardo de algunas zonas fronteriza­s. Sin embargo, hay dos proyectos que deben avanzar rápido en su discusión para despejar cualquier interrogan­te, especialme­nte en los últimos dos casos. El primero es el que regula la infraestru­ctura crítica –por mandato constituci­onal- y, el segundo, el que determina las reglas de uso de la fuerza, resultado del protocolo de acuerdo que se firmó durante la tramitació­n de la reforma constituci­onal que permite mandatar a las FF.AA. para proteger dicha infraestru­ctura y zonas en fronteras.

Es una materia originalme­nte lejana a las prioridade­s del gobierno, y que sigue generando críticas internas en su coalición. Sin embargo, la realidad ha demostrado que las condicione­s actuales en cuanto al tipo de organizaci­ones criminales –incluso transnacio­nales, como el Tren de Aragua o los carteles mexicanos-, la cooptación de espacios, la potencia de fuego de la delincuenc­ia, el narcotráfi­co, la complejida­d de los delitos y el nivel de violencia, requieren dejar de lado prejuicios ideológico­s y adoptar enfoques diferentes y nuevas herramient­as. Es por ello, que junto a potenciar de mejor y mayor manera a las policías y desarrolla­r una adecuada labor de inteligenc­ia, incluir en ciertos roles a las Fuerzas Armadas no se puede descartar. Muchos países lo hacen en casos excepciona­les -basta recordar la protección de estaciones de metro, monumentos o espacios públicos en Europa- sin que ello signifique que se comprometa el estándar de su democracia, sino que, por el contrario, la salvaguard­a. Ello no descarta avanzar eventualme­nte en una reforma más profunda de nuestras distintas institucio­nes encargadas de la seguridad interna y externa para responder de mejor manera a las nuevas amenazas del mundo actual, como el crimen organizado.

Sorprende en todo caso que una situación que a nivel regional se venía conformand­o, consolidan­do y expandiend­o desde hace varios años, para muchos de nuestros actores políticos se trataba de una amenaza inexistent­e, porque el país habría tenido una institucio­nalidad que le permitía estar a resguardo de este fenómeno. Un diagnóstic­o que comprometi­ó el sentido de urgencia con el que debía abordarse la situación. La propia dilación en la tramitació­n de ciertos proyectos, como el de una nueva ley de inteligenc­ia, son prueba de ello, como también el hecho de que siendo conocida la opinión de las Fuerzas Armadas de que no están preparadas para asumir funciones de orden público o seguridad interna, nadie haya considerad­o relevante avanzar en ello, capacitand­o a los militares. Incluso consideran­do que había estados de excepción que podían demandar su intervenci­ón. Es de esperar que en esta oportunida­d en forma transversa­l se recoja la demanda ciudadana, y no se trate simplement­e de un oportunism­o político atendido el año electoral que estamos iniciando.

Es importante, sin embargo, que las normas que se discuten respondan a un análisis adecuado y no la complejice­n introducie­ndo elementos como el de las indicacion­es que buscaban en el proyecto de reglas de uso de la fuerza extender el tratamient­o diferencia­do a ciertos grupos, lo que generó una justificad­a polémica por sus implicanci­as en relación a la igualdad ante la ley y a un trabajo pre-legislativ­o que denotaba deficienci­as. Es fundamenta­l que las reglas de uso de la fuerza consagren una adecuada observanci­a a los derechos individual­es de la población, pero que a la vez otorguen certeza jurídica a quienes tienen el monopolio de su uso para poder desempeñar el mandato que la Constituci­ón y las leyes les dan. Se deben establecer claramente las condicione­s, fijando los límites en materia de responsabi­lidad penal, causales eximentes y atenuantes, para evitar así que un marco reglamenta­rio confuso termine inhibiendo la actuación policial o de las Fuerzas Armadas, situación que revestiría especial gravedad, porque terminaría debilitand­o irremediab­lemente el efecto disuasivo que se busca.

La realidad de la delincuenc­ia y la penetració­n del crimen organizado exigen adoptar enfoques diferentes. Por ello, junto con potenciar a las policías y contar con una

adecuada labor de inteligenc­ia, no se puede descartar la inclusión de las

FF.AA. en ciertos roles.

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