CORRUPCIÓN Y CRIMEN ORGANIZADO

SEÑOR DIRECTOR:

Según Naciones Unidas, un porcentaje muy alto de las organizaciones criminales utilizan estructuras legales lícitas para sus operaciones. Es decir, mientras en el territorio su presencia suele estar marcada por violencia y delincuencia dura, en el ámbito de las ganancias se sirven de estructuras lícitas, confundiéndose muchas veces con negocios y actividades comerciales regulares.

Uno de los principales facilitadores de esta situación es la corrupción. Comúnmente se entiende que existe corrupción cuando un funcionario público abusa de su condición de tal para beneficio personal. Entre sus variadas consecuencias se cuentan la afectación de la confianza pública en las instituciones, el desvío de recursos y, sobre todo, la consolidación del crimen organizado en el control de ciertos sectores económicos y financieros.

En ocasiones, el excesivo foco en los delitos violentos que rodean al crimen organizado y apremian a la población posterga la investigación de la corrupción que, además, requiere de mecanismos más complejos de sistemas de inteligencia financiera para ser detectada.

Pero en lo que no hay mayor debate en el ámbito comparado es que cuando hay crimen organizado siempre hay corrupción. Las interrogantes son dónde y cómo operan. Dejando de lado la legislación que permite la aplicación de penas ante delitos asociados a la corrupción, intentar prevenirla puede resultar efectivo.

En Chile tenemos sectores que están más expuestos a posibles vínculos con el crimen organizado y definir cuáles son ellos permitiría una mejor focalización en las medidas. Sistemas de denuncias anónimas que realmente protejan la identidad de los denunciantes son efectivos, así como mecanismos de capacitación y consolidación de modelos de integridad en las instituciones públicas. Medirla y estimar cuánta corrupción tenemos, y mirar la evidencia internacional en esta materia, puede ser útil para evitar un mayor alcance y penetración.

Francisca Werth Wainer