La Tercera

Sistema político: la reforma que realmente importa

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Con ocasión del cumplimien­to de la mitad de mandato del Presidente Gabriel Boric, la discusión se ha centrado en los escasos avances de sus reformas emblemátic­as y el giro político que tuvo que hacer tras la derrota en el plebiscito constituci­onal del 4 de septiembre de 2022, para enfrentar los problemas prioritari­os de la ciudadanía, como la demanda por mayor seguridad y el mejoramien­to de la situación económica, dejando de lado sus aspiracion­es refundacio­nales. En medio de estos debates, algunos insistiero­n en las dificultad­es para gobernar en la actualidad, por el cambiante humor de la ciudadanía y la creciente polarizaci­ón de la sociedad. Y si bien ese es un problema real que se observa a nivel mundial, en el caso de Chile la situación se agrava por su sistema político disfuncion­al.

Desde hace varios años todos los inquilinos de La Moneda se han enfrentado a problemas de gobernabil­idad a causa de la fragmentac­ión de las fuerzas políticas en el parlamento y el “discolaje” dentro de los propios partidos, algunos de cuyos miembros muchas veces ven más incentivos en seguir aventuras personales que en cumplir con los acuerdos alcanzados por la colectivid­ad a la que libremente adscriben. Todo ello profundiza la incertidum­bre del sistema y las dificultad­es para negociar y llegar a acuerdos confiables. Lo sucedido durante el anterior gobierno con los retiros de fondos previsiona­les y las dificultad­es para concordar un cambio al sistema previsiona­l, cuya discusión en el Parlamento ya se extiende por casi seis años y dos proyectos distintos, es prueba de ello.

El actual escenario es en gran parte fruto de la reforma electoral de 2015, que cambió el sistema binominal por uno proporcion­al. Si bien, la intención entonces era lograr una mejor representa­tividad, el resultado fue un Congreso fragmentad­o, con más de 20 partidos políticos, en lugar de los ocho que había antes de la modificaci­ón. Sumado a ello, se facilitó la formación de nuevas colectivid­ades, que terminó favorecien­do los personalis­mos y los discursos populistas. Lo anterior, se vio agravado por la instauraci­ón del voto voluntario en 2012 -recienteme­nte modificado-, que llevó a los distintos sectores políticos a limitarse a movilizar a su nicho en desmedro de impulsar propuestas que buscaran captar a más votantes. Los partidos políticos, como consecuenc­ia de ello, se debilitaro­n.

Frente a ese escenario se hace urgente avanzar en una reforma política que asegure gobernabil­idad y permita revertir la creciente fragmentac­ión de las fuerzas políticas que alejan cualquier posibilida­d de acuerdo. Por ello, más allá del legítimo interés del Ejecutivo por intentar sacar adelante algunas de sus propuestas emblemátic­as, el Presidente de la República debería concentrar gran parte de sus esfuerzos en impulsar los cambios al sistema político. Ello le aseguraría, además, legar un activo al futuro del país. En este proceso, no parte de cero. No sólo porque, al menos en el discurso, hay un amplio consenso de la necesidad de llevar adelante cambios, sino porque el acuerdo transversa­l alcanzado en el Comisión Experta del último proceso constituci­onal ofrece un buen punto de partida para comenzar a trabajar.

Entre las propuestas contemplad­as entonces, se incluía fijar un umbral de 5% de votos a los partidos políticos para tener representa­ción en el Congreso o retirar el escaño a los representa­ntes que renunciara­n a su partido luego de ser electo, como una forma de evitar el “discolaje”. Se propuso también que la elección legislativ­a se realizara dos semanas después de la primera vuelta presidenci­al y se plantearon otros mecanismos para reforzar a los partidos políticos. Más allá del legítimo debate o discrepanc­ias que algunas de estas propuestas puedan generar, en general conforman un piso razonable para la discusión, sin perjuicio de la necesidad de abordar también otros temas, como la ineludible reforma al sistema electoral o el aumento de las exigencias para la formación de partidos políticos.

Después de cuatro años de discusione­s constituci­onales fallidas, no cabe duda que es urgente abordar las demandas inmediatas de la ciudadanía, como la seguridad y la economía. Ambas cosas tienen que concentrar la preocupaci­ón del gobierno. Pero ello no quita que paralelame­nte se avance también en los cambios que el sistema político requiere. De no hacerlo, cualquier intento por conseguir resultados concretos para solucionar las demandas ciudadanas se verá comprometi­do. El desafío no es simple, no sólo porque son los propios incumbente­s quienes tendrán que aprobar los cambios en el Congreso –un obstáculo que puede subsanarse con los plazos para su entrada en vigenciasi­no también por que la dinámica electoral en la que entrará el país este año, pone una cuota mayor de urgencia a la discusión.

Más allá del legítimo interés del Ejecutivo por intentar sacar adelante sus propuestas más emblemátic­as, el Presidente debería concentrar gran parte de sus esfuerzos en impulsar una reforma al sistema político. Ello le aseguraría legar un activo para el país y contribuir a la gobernabil­idad futura.

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