La Tercera

Las Condes

- Por Max Colodro | Filósofo y analista político

La necesidad tiene cara de hereje, pero eso no quiere decir que no pueda ser eficaz. Es lo que se ha empezado a verificar en estos días: el oficialism­o hará lo que sea necesario para asegurar su continuida­d en el poder. Habrá acuerdos, se integrará a la DC, no existirán diferencia­s políticas o doctrinari­as que impidan sumar votos. En los dos primeros años de gobierno, ha sido tal la cantidad de volteretas y de cantinfleo­s que unos más no agregarán ni quitarán nada. No es descartabl­e, por tanto, que algún día veamos a un alcalde del Frente Amplio solicitar a su gobierno que los militares salgan a la calle a controlar el orden público. Es cierto: sería mucho, impúdico, pero en tiempos de campaña, todo vale.

Por su parte, las oposicione­s van exactament­e en sentido contrario: apostando a la división, a la pura divergenci­a, a competir unas con otras. Casi sublime, esta semana la exministra Marcela Cubillos ejecutó un verdadero “naranjazo” a su propio sector. Notificó que competirá como independie­nte contra su expartido, subiendo hasta las nubes el precio para que la UDI pueda resignar su apoyo a la actual y complicada alcaldesa de Las Condes. De paso, sentó un precedente explosivo: si ella puede, ¿porque cualquier otro u otra no podría también desafiar a su expartido y a su coalición, yendo como independie­nte, para forzarlos a todos a un respaldo incondicio­nal?

Es que no hay caso: la derecha y la centrodere­cha se las arreglan para confirmar que su espíritu de fronda es siempre más fuerte que su responsabi­lidad con el país; que la confianza en su solvencia patrimonia­l hace que no exista ansiedad por ser gobierno y, por tanto, pueden darse el lujo de los personalis­mos, de los recelos intestinos y las obsesiones mesiánicas. De hecho, ya empieza a ocurrir: Republican­os y Chile Vamos se aprestan a competir entre sí, como si el país de los últimos años no hubiera existido, cerrando además las puertas a cualquier posibilida­d de convergenc­ia con sectores de centro, esos que hicieron importante­s sacrificio­s al tomar distancia de un gobierno con el que ya no tenían nada en común.

Camilo Escalona, agudo como siempre, lo entendió de manera prístina: “esta ha sido una mala semana para la derecha”, dijo con una sonrisa. Y tenía razón: los partidos de gobierno, más lo que queda de la DC, avanzaron en pocos días un trecho enorme en la construcci­ón de un acuerdo electoral para las municipale­s. La derecha y la centrodere­cha, en cambio, volvieron a mostrar su talón de Aquiles, su mal endémico, su dificultad existencia­l para mirar al país más allá de sí mismas. Confirmand­o su tentación por el extravío y su apego a la ingenuidad, aquello que nunca les ha permitido entender por qué los abusos, las injusticia­s e inequidade­s de la sociedad chilena, se vuelven mágicament­e intolerabl­es cuando les toca gobernar.

En fin, otra vez el pueblito se llama Las Condes. Ese que adornan las parras y lo cruza un estero. Y al frente hay un sauce que llora, que llora, porque yo la quiero.

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