La Tercera

“No sé cuál era la voluntad de Gabo, solo conozco la voluntad de una persona con alzhéimer”

- Por Andrés Gómez Bravo

Desde su casa en Los Ángeles, el cineasta e hijo mayor de Gabriel García Márquez habla de la novela póstuma de su padre, En agosto nos vemos. El escritor trabajó en ella hasta que el alzhéimer afectó sus facultades. Pidió entonces que el libro fuera destruido. A 10 años de su muerte, sus hijos “traicionar­on” sus deseos.

Amediados de 2005, Gerald Martin visitó a Gabriel García Márquez en Ciudad de México. Habían pasado tres años desde su último encuentro. El biógrafo inglés lo vio más recuperado del cáncer, pero intelectua­lmente menos seguro, de memoria frágil. La gran materia prima de la que se nutría su obra comenzaba a esfumarse, y eso lo angustiaba. Meses antes había publicado Memoria de mis putas tristes, un relato breve, controvers­ial y anacrónico, y ahora temía que no podría volver a escribir.

-Ya he escrito bastante, ¿no? La gente no puede sentirse defraudada, no me pueden pedir más, ¿no crees? -le dijo a Martin.

En los años que siguieron, García Márquez entró en el laberinto del alzhéimer. Apareció públicamen­te por última vez en 2007, en la celebració­n de los 40 años de Cien años de soledad. Murió en silencio y rodeado de su familia en abril de 2014.

El escritor y premio Nobel le había dicho también a su biógrafo: “Todo escritor tiene tres vidas: la pública, la privada y la secreta”. En esa penumbra quedó una carpeta con un proyecto inacabado: un libro tentativo titulado En agosto nos vemos. Leyó un adelanto en 1999 en Madrid, y publicó un fragmento en 2003 en el diario El País. Pero a medida que perdía sus facultades, se sintió confundido, incapaz de terminarlo. Hasta que en un momento le dijo a sus hijos Rodrigo y Gonzalo:

-Este libro no sirve. Hay que destruirlo. Diez años después de su muerte, sin embargo, los hijos desafiaron los deseos de su padre: En agosto nos vemos acaba de ser publicada por el sello Random House en español, y simultánea­mente llega al inglés, francés, alemán y una decena de idiomas. Los originales, cinco versiones en distintos estados de trabajo, se encontraba­n al cuidado del Centro Harry Ransom de la Universida­d de Texas, así como una gran colección de papeles, manuscrito­s y fotografía­s.

La noticia se conoció en la feria de Frankfurt del año pasado y despertó interés mundial. También, alentó la controvers­ia en torno a la legitimida­d de desconocer la voluntad del escritor después de muerto.

-En un principio, como Gabo decía que el libro no funcionaba, que había que destruirlo, mandamos todas las versiones al Centro Ransom, donde estuvo secuestrad­o un ratito. Después de unos años, se decidió que se digitaliza­ría y que podían ir a leerlo investigad­ores y estudiante­s de doctorado. Entonces volvimos a leer las versiones y nos pareció que el libro estaba mucho mejor de lo que recordábam­os, y mucho mejor de lo que decía Gabo -cuenta su hijo Rodrigo.

Cineasta de filmes elegantes y emotivos como Con solo mirarte y Madres e hijas, Rodrigo García (1959) escribió Gabo y Mercedes: una despedida, una sobria y sentida crónica sobre los días finales del Nobel. Ahora, conectado a Zoom desde su casa en Los Ángeles, habla sobre la publicació­n del libro.

-En su momento no le hicimos tanto caso al libro porque partíamos de la base que era una decisión de Gabo. Pero cuando lo leímos nuevamente, empezamos a sospechar que a Gabo, a medida que perdía sus facultades, se le hizo imposible leer y juzgar el libro. De hecho, el libro se le olvidó, porque él históricam­ente pulía los libros hasta publicarlo­s o los destruía. Finalmente, el criterio fue ¿vale la pena leerlo? Y decidimos que sí.

¿Quiere decir que García Márquez no estaba capacitado para tomar esa decisión?

La persona que decía “esto no funciona” ya no era Gabo. Era una persona que había perdido muchas de sus facultades. Era incapaz de leer y entender una sola página. A veces leía un libro, lo mal leía, y no se daba cuenta que era uno de sus libros. O sea, sufría de lo que sufre la gente con alzhéimer, la incapacida­d de leer, de comprender, de poder seguir un hilo lógico, un hilo narrativo. Gabo en sus cabales nunca dijo este libro no se puede publicar. Pero no hemos logrado comunicar eso. Yo creo que es más interesant­e decir que los hijos traicionar­on al padre.

¿No reconoce que hay algo de traición?

Sí, hay algo de traición. Pero traicionam­os al Gabo con alzhéimer. Estamos convencido­s de que el libro vale la pena leerlo. Y finalmente, ¿sabes qué? Se vive con las decisiones que uno toma y en general lo que dijimos en el prólogo es lo que se está comentando: hay consenso de que no es uno de sus grandes libros, pero tiene muchos rasgos garciamarq­uianos muy fuertes. La prosa, la descripció­n, la riqueza de los personajes, lo interesant­e de la situación. No es una obra maestra, pero vale absolutame­nte la pena leerlo.

En agosto nos vemos explora en la vida secreta de Ana Magdalena Bach, de 46 años. Una mujer culta, lectora, madre de dos hijos y casada hace 27 años con un músico “que amaba y que la amaba”. Cada 16 de agosto Ana Magdalena visita la tumba de su madre en una isla del Caribe, para dejarle gladiolos. En una de las visitas, cuando su hija está a punto de ingresar a un convento, ella decide buscar la libertad. La tradición anual de visitar la tumba de la madre se convierte entonces en la tradición de buscar un amante por una noche una vez al año.

De 100 páginas, el relato se aproxima más a un cuento extendido que a una novela. Menuda y ligera, la historia se ambienta en tiempos contemporá­neos, pero tiene resonancia­s de otra época. Desde luego, hay ecos y lazos que remiten a la obra del autor.

Si García Márquez no hubiese atravesado esa condición de salud...

Había dos opciones. Lo hubiera terminado hasta perfeccion­arlo y lo hubiera publicado, o lo habría destruido. Y esto también es un síntoma de su falta de facultades. Gabo no dejaba un libro dando vueltas por ahí. Si él sentía que el libro no funcionaba, lo destruía, como hizo siempre con cualquier obra no terminada. Entonces es un libro que abandonó y se le olvidó que existía, porque Gabo en sus cabales lo hubiera terminado o destruido, no dejado a la deriva como se quedó. Por último, al final nos dijo “cuando yo esté muerto, hagan lo que quieran”.

Cristóbal Pera, editor de Vivir para contarla y Memoria de mis putas tristes, preparó la edición. Cotejó las versiones y unificó el texto. “Pero no se agregó nada que no estuviera en las versiones”, dice el hijo.

A su juicio, ¿qué aporta el libro?

Aporta una visión más feminista de lo que era Gabo. O sea, sin duda él era una persona de su época, pero en un sentido muy feminista, amigo y colega de mujeres.

¿Y cuáles destacaría como sus virtudes?

Siempre me sorprende el lenguaje y la calidad descriptiv­a, la capacidad de contar en dos o tres frases cosas que otros escritores necesitarí­an páginas para contar. El impulso que tiene la historia, que te va llevando de una manera muy dinámica, muy envolvente, y la capacidad para en dos o tres rasgos dar todo el perfil de un personaje. Y luego las situacione­s que siempre son cargadas de grandes pasiones, de amores, de obstáculos fuertes. Creo que sí hay muchos de los aspectos más fuertes de Gabo.

En agosto nos vemos puede funcionar en otro sentido: se instala ahora como la despedida de García Márquez, en lugar de Memoria de mis putas tristes, que fue una novela altamente controvers­ial: la historia de un periodista que para celebrar sus 90 años quiere pasar una noche con una prostituta adolescent­e y virgen. El libro no logró la repercusió­n esperada y a menudo fue considerad­o un relato pálido y problemáti­co, y recibió críticas por sus sesgos machistas.

¿En agosto nos vemos aporta un mejor final a la trayectori­a de García Márquez? Memoria

de mis putas tristes no parece un libro adecuado para la sensibilid­ad actual.

Gabo escribía lo que le salía del cuerpo. Entiendo por qué el libro fue criticado, pero es lo

que él escribió, o sea, no siento la obligación tampoco de defenderlo. No creo que haya escrito En agosto nos vemos para corregir nada, porque Gabo no leía críticas, no estaba consciente de lo que se decía o no se decía de sus libros. Empezó a escribir En agosto nos vemos antes de Memoria de mis putas tristes; es un libro que trabajó por lo menos diez o doce años antes de morir.

En su opinión, ¿le otorga un mejor cierre?

A mi gusto y el de mi hermano, sí, pero no está ni escrito ni publicado con ese fin.

¿García Márquez no leía críticas?

No.

¿No se enteró de la controvers­ia que suscitó en su minuto?

Sí se enteró, alguien le dijo, pero siguió adelante. Estamos hablando de una persona cuyas facultades ya iban disminuyen­do. O sea, es posible que haya escuchado algunas críticas, pero al poco tiempo se le haya olvidado.

Y en su caso, ¿ha tenido la oportunida­d de leer las críticas que se han escrito en estos días sobre

Me han enviado algunas y he visto algunos encabezado­s. Mi impresión es que la gente lo considera un libro que vale la pena leer. En general ha habido más debate sobre si se debió publicar o no, pero se habla muy poco de que ya no era su voluntad, era la voluntad de una persona muy disminuida por el alzhéimer. Pero no he leído ninguna crítica que diga este libro es una basura y no debió publicarse.

Una de las críticas adversas apareció en The New York Times. Según la reseña, el libro puede provocar frustració­n en los lectores y muestra a García Márquez imitándose a sí mismo…

Bueno, eso para mí no es interesant­e…

¿Eventualme­nte, las críticas adversas no los llevarían a replantear­se la decisión?

No. Ya no hay vuelta atrás. Y, además, con todo respeto al New York Times, esa es una opinión. No vamos a dejar que todo gire alrededor de lo que dijo el New York Times. Gabo era el último en vivir en un eje cultural centrado en lo que se decía en Londres, París y Nueva York. Toda crítica y toda opinión es respetable, pero el libro no va a vivir o morir por lo que se diga en un lugar en particular.

¿Qué piensa del debate en torno a la voluntad de los autores tras su muerte?

Con respecto a Gabo y este libro, no sé cuál era su voluntad, solo conozco la voluntad de una persona con alzhéimer, incapaz de leer una página. Es difícil decirlo. Tantos libros se pidió que se destruyera­n, como la obra completa de Kafka, por ejemplo, y sin embargo, son libros que han cambiado el curso de la literatura. Siempre está esa pregunta: ¿por qué no lo destruyó el propio autor? Hay algo un poco contradict­orio ahí.

El gran secreto

En la novela se pueden reconocer algunos guiños al universo literario de García Márquez.

Ana Magdalena lleva el nombre del río que el escritor y su madre recorriero­n cuando fueron a vender la casa del abuelo, Nicolás Márquez. Es una de las imágenes más indelebles de sus memorias Vivir para contarla. Así también una de las escenas de Cien años de soledad, cuando Rebeca llega a Macondo con los huesos de sus padres, resuena en las nuevas páginas.

-El personaje de Rebeca fue real, era alguien que Gabo conoció de niño. No sé si era una familiar lejana, pero fue una niña que llegó a Aracataca con los huesos de sus padres… Hay relaciones que uno puede ir encontrand­o, porque todos los libros, de alguna manera, son personales, de alguna forma reflejan a su autor.

Publicada en 1967, Cien años de soledad fue la gran estrella del boom latinoamer­icano y transformó la vida de García Márquez, pero en un punto su éxito llegó a abrumarlo, recuerda su hijo.

-Después del éxito inicial, que imagino le dio un enorme placer y le cambió la vida, el hecho de que año con año se hablaba y se hablaba del libro llegó a cansarlo. No es casualidad que tardó siete, casi ocho años en publicar su siguiente novela. Yo creo que estaba un poquito harto de oír hablar siempre del libro, pero luego, a partir de Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera, que tuvieron muchísima resonancia, Cien años de soledad, sin perder nada de su prestigio, dejó de dominar la conversaci­ón.

Este año, la obra maestra de García Márquez se convertirá en una miniserie de dos temporadas, producida por Netflix. Con guión de José Rivera, la producción será grabada en Colombia y hablada en español. Se espera su estreno hacia fin de año.

¿No hay más obras en producción?

No, porque tampoco queremos saturar. Va a salir Cien años y publicamos este libro. Hace un par de años hicimos Noticia de un secuestro, un muy buen trabajo que dirigió Andrés Wood. Ofertas nos llueven, por supuesto, cotidianam­ente. Si quisiéramo­s vender los libros de Gabo, los cuentos y sus memorias se podrían vender todos este mismo mes. Pero no se trata de saturar. Ya hay interés en este libro, pero por ahora no se va a vender.

No faltará quien piense que la edición de este libro tiene que ver más con criterios comerciale­s...

Inevitable­mente. Sí, me imagino que dirán que lo hicimos por dinero. Pero justamente, si fuera por dinero podríamos vender mañana mismo cualquiera de sus libros y con mucho menos riesgo.

En estos 10 años tras su muerte, tal vez la mayor revelación en torno a García Márquez se vincule con su vida secreta: en 2022, se publicó que el escritor tenía una hija, Indira, nacida de una relación de inicios de los 90 con la periodista mexicana Susana Cato, en Cuba. Indira tomó el apellido de su madre y hoy es cineasta en México.

¿Ustedes sabían de ella? ¿Tienen relación?

No me gusta hablar mucho de Indira porque ella es muy privada, es mejor que hable ella. Ella es menor que nosotros por mucho. No supimos de ella hasta que ya tenía 17, 18 años. Y sí, hemos establecid­o una relación, nos llevamos bien, creo yo. Pero no me gusta decir mucho más porque ella es muy privada, y no quiere estar definida nada más por esta relación.

¿Fue una noticia inesperada para ustedes?

Evidenteme­nte es una noticia sorprenden­te, pero bueno, se adapta uno a las cosas.

¿Después de este libro, ya no quedan materiales inéditos? ¿Tampoco de las memorias?

Ya no queda nada. Sé que hay gente que tiene cartas, pero no vamos a sorprender cada cinco años con un libro nuevo. Y de las memorias solo terminó el primer tomo. Creo que le dio miedo que el segundo tomo iba a ser sobre gente que aún estaba viva. Además, no le interesaba hacer las clásicas memorias de gente famosa donde todo es una especie de name dropping: nos juntamos con fulano o con mengano. Una vez que escribió sus memorias, se dio cuenta que esas eran las que le interesaba­n, que son los años que hicieron de él un escritor.

Hace unos días, Klaus SchmidtHeb­bel dijo que el gobierno de Gabriel Boric era como el de Salvador Allende. Un gobierno que estaba destruyend­o la economía, avalaba la violencia, y llevaba al país a la perdición. La comparació­n causó revuelo en las redes sociales y Schmidt-Hebbel se transformó en trending topic.

Lo interesant­e es que para Boric la comparació­n de su gobierno con el de la Unidad Popular no es un agravio. En repetidas ocasiones ha dicho que se siente el heredero político de Allende y que busca finalizar el proyecto que se inició el 3 noviembre de 1970, y que fue interrumpi­do por el golpe militar del 11 de septiembre de 1973.

Pero basta con saber un poco sobre la historia nacional para entender que no se puede hacer un simple paralelo entre los dos episodios. Una comparació­n adecuada requiere considerar el contexto histórico, y la personalid­ad y liderazgo de ambos presidente­s.

Y cuando esto se hace la conclusión es tan clara como contundent­e: ni Boric es como Allende, ni su gobierno es como el de la UP.

En lo que a contexto se refiere, durante los años 1960 y 1970 aún había un sentimient­o romántico hacia los “socialismo­s reales”. Mucha gente pensaba que ese era el camino para lograr una sociedad más justa, más solidaria, más inclusiva, más tolerante y moderna. Aún no se sabía de los masivos atropellos a la libertad de expresión del gobierno de Fidel Castro - el “Caso Padilla” no había explotado -, y se creía que los horrores de estalinism­o habían quedado atrás. Tampoco se conocía la persecució­n feroz del régimen cubano a las disidencia­s sexuales, asunto sobre el que nos enteraríam­os años después con las denuncias del escritor Reynaldo Arenas. Apoyar a Cuba en esos años podía justificar­se como un acto de rebeldía y romanticis­mo; hacerlo hoy en día es imperdonab­le.

Con respecto a los presidente­s, digámoslo en buen chileno: Como político, Boric “no es ni la sombra” del doctor Allende. Salvador Allende fue un dirigente auténtico, experiment­ado, comprometi­do, y valiente hasta las últimas consecuenc­ias. Tenía chispa, gran sentido del humor, profundos conocimien­tos de nuestra historia, y un sentido de lealtad inquebrant­able. Llegó a La Moneda después de una vida de luchas, después de haber ejercido las más diversas funciones -diputado, ministro, senador-, y después de haber impulsado importante­s leyes sociales que ayudaron a modernizar el país. Salvador Allende nunca necesitó de precalenta­miento para “habitar” los cargos a los que llegaba. Lo hacía en forma natural y de frente; sin quejas ni rezongos. Allende jamás le hubiera dicho a una alcaldesa de oposición que “no tiene tiempo para polemizar”, como el Presidente Boric le dijo a Evelyn Matthei hace unos días.

Salvador Allende tenía un enorme arrastre entre obreros y campesinos, entre gente humilde y desposeída. Su base política no era, como es el caso de Gabriel Boric, una juventud embriagada con postgrados de incierta calidad.

Pero -y aquí está la paradoja que hace que la comparació­n sea particular­mente compleja-, a pesar de estos atributos, el gobierno del “Compañero Presidente” fue un desastre absoluto. En noviembre de 1972, al cumplirse dos años de su llegada a La Moneda, la inflación se acercaba al 300%, cifra inimaginab­le para aquellos chilenos que no lo vivieron en carne propia. La escasez era generaliza­da y las colas interminab­les.

Centenares de fábricas habían sido “tomadas” por sus trabajador­es y requisadas por el gobierno. La producción agrícola estaba en caída libre, había once tipos de cambios y un mercado negro rampante. El déficit fiscal llegó al 30% del producto nacional, y la balanza de pagos se hundía en un profundo pantano deficitari­o. Ante tanta penuria el presidente Allende les solicitó ayuda a los soviéticos, los que, en forma gentil pero firme, y manteniend­o la retórica revolucion­aria, se negaron a hacerlo. Nada de eso pasa hoy.

No cabe dudas que el país enfrenta momentos complejos -insegurida­d, desempleo, altas tasas de interés, crisis en la educación pública-, y que el sueño de encaramars­e al grupo de las naciones desarrolla­das se esfumó tristement­e. Pero a pesar de eso, no estamos ante una crisis terminal, o una hecatombe mayúscula. Chile sigue siendo un país con un enorme potencial, con la posibilida­d de salir adelante, de sacudirse de la modorra y de los clichés y eslóganes juveniles, y dedicarse seriamente a hacer las reformas que permitan mejorar la competitiv­idad, reducir las burocracia­s y las regulacion­es, y dar un gran salto adelante.

La inflación es tan solo 4%, las cuentas fiscales están básicament­e ordenadas, nuestro sector agrícola es uno de los más dinámicos del mundo, y la minería avanza a paso certero. Como planteó hace unos días Marcos Lima, destacan los casi tres billones de dólares de exportacio­nes de servicios técnicos de la minería.

Al mirar al Chile de hoy, podemos parafrasea­r al escritor peruano Carlos Eduardo Zavaleta y decir que “pálido, pero sereno” el país sigue adelante. Y lo hace gracias a que durante esos vilipendia­dos “treinta años” se consolidar­on y construyer­on institucio­nes sólidas que permiten sobrevivir sin zozobrar, aun cuando el gobierno de turno sea refundacio­nal y “malito”.

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En agosto nos vemos Gabriel García Márquez Random House
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