“El mejor golpe de la humanidad es el ‘revival’ del modelo socialdemocrático”
La académica de la Universidad de Michigan, ganadora de la beca MacArthur en 2019, comenta con La Tercera su nuevo libro. “Soy bastante escéptica de la idea de que las horas de trabajo pueden ser cortadas tan drásticamente como la gente piensa”, sostiene.
Con la presentación del libro “Hijacked. How Neoliberalism Turned the Work Ethic against Workers and How Workers Can Take It Back” (2023), de la destacada filósofa estadounidense Elizabeth Anderson, este viernes 22 de marzo el Magíster en Economía y Políticas Públicas de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI) dará inicio a la serie 2024 de webinars internacionales en homenaje al economista chileno Alexander Galetovic (1965-2022) y que forma parte de un ciclo de análisis crítico donde habrá distintos invitados.
Miembro de la Academia de Artes y Ciencias y de la Sociedad Filosófica estadounidense, Anderson ganó la beca Guggenheim y, más importante aun, la beca MacArthur, conocida como la “beca de los genios”, en 2019. Su obra se centra desde hace décadas en las relaciones entre el trabajo, ética y economía.
En entrevista con La Tercera, la académica de la Universidad de Michigan y una de las voces más vibrantes en materia de ética, filosofía política y feminismo, se refiere a su último libro y a temas como el futuro del trabajo, la inteligencia artificial y la sociedad post-trabajo.
En su libro “Hijacked”, habla de dos “secuestros” de la ética del trabajo. ¿Cuáles son esos dos momentos de secuestro?
Sí, hablando de “derecha e izquierda”, pienso que los puritanos tenían una ética de trabajo “neutra”, que en el siglo XVIII y XIX fue secuestrada por los ricos y se volvió contra los trabajadores comunes. Luego hubo la gran lucha de clases en el siglo XIX, la discusión sobre el sistema capitalista, y el cambio socialdemocrático en los eventos del siglo XX en Europa, donde los trabajadores, en esencia, retomaron esa ética de trabajo y restauraron su neutralidad de clase, haciendo de la ética del trabajo algo que funcionaría para los trabajadores y no solo para los dueños de propiedades.
Pero el neoliberalismo representa el segundo secuestro de la ética del trabajo y su apropiación por los propietarios capitalistas, básicamente. El movimiento clave de lo que yo llamo la “ética de trabajo conservadora” o capitalista es que los deberes de esta ética se ponen solo sobre los trabajadores, y los propietarios, en esencia, reciben los beneficios de todo el trabajo duro en una industria en la que los trabajadores han internalizado esa disciplina, pero los capitalistas ganan los beneficios.
Lo que argumento es que en la visión original de la ética del trabajo, y cómo se realiza en la socialdemocracia, la idea es que la ética en realidad pusiera los deberes en todos, para tomar parte en la división del trabajo, para así promover el bien público y el bien de cada individuo en la comunidad. Y todos, independiente de la clase, tienen ese deber igualmente, y todos, sin excepción, tienen el derecho de compartir los beneficios de esa división del trabajo, así que nadie debería ser pobre. Todo el mundo tenía, en una primera forma de la ética del trabajo, el derecho de participar en el cultivo de la sociedad.
¿Podemos ver eso en la ética de trabajo protestante, puritana, que es el origen de esta “vida centrada en el trabajo”?
Creo que en gran parte. Una de las cosas que los puritanos no tuvieron, y que los socialdemócratas sí tuvieron, fue una apreciación saludable del valor del descanso. Los puritanos fueron los “aguafiestas” del siglo XVII. No les gustaba la diversión. Eran muy sobrios.
Hay que considerar que la ética del trabajo se secularizó. Los puritanos básicamente dijeron que en esta vida tenías que trabajar como un loco todo el tiempo y nunca gastar un momento de tiempo, porque cada momento de tiempo tiene que ser puesto para uso productivo. Pero cuando ganes tu salvación en la próxima vida, entonces obtendrás un placer eterno en la comunión con Dios, o lo que Richard Baxter llamaba, “el descanso eterno de los santos”. Entonces obtienes tu descanso en la próxima vida.
Lo que secularizó, básicamente, fue traer la recompensa prometida en la próxima vida a esta vida, a nuestra existencia en este mundo.
En el libro también habla de la historia de la ética de trabajo, que tiene su origen religioso, como dice, desde el puritanismo. ¿Cómo ocurre el proceso de secularización en esta ética?
La secularización ocurrió tanto en el lado conservador como en el lado progresista. En el lado conservador, el momento crítico fue cuando la frugalidad y el ascetismo se abandonaron. Ese momento fue marcado por Joseph Priestley, quien en realidad era un ministro unitario y lector de la ética de trabajo.
Priestley dijo no, vámonos a recoger el lujo y mostrarlo, ¡compitan con los demás para mostrar el lujo! Y eso fue clave para el crecimiento económico: conseguir gente acumulando cosas y competir por la riqueza.
Mientras que desde lo progresista, realmente la secularización, lo que fue clave para ellos, francamente, fue el ateísmo. ¿Por qué? John Stuart Mill fue ateo, y así también Karl Marx, y ambos, básicamente, no vieron ningún punto en restringir a la gente del placer. Todo el mundo debería poder disfrutar de sus placeres y participar en la prosperidad de la sociedad. Así que el confort, el placer, todo eso estaba bien. Y eso fue cierto, básicamente, para ambos lados, aunque por diferentes razones.
Al final, veo que, incluso si estamos hablando de izquierda y derecha, hay una ética del trabajo. ¿Cómo se unen ambos lados del espectro político en esta idea?
Si miras a alguien tan radical como Marx, Marx también dice que el trabajo está en el centro de la vida humana. Él piensa eso, y lo que lamenta del capitalismo no es que las personas estén trabajando duro, sino que el trabajo es tan alienante. Es descalificado, es aburrido y tedioso, y mata el alma poniendo a la gente en relaciones antagónicas con la otra.
John Stuart Mill y Adam Smith tuvieron la misma crítica del trabajo bajo el sistema de la fábrica durante la Revolución Industrial. Y Marx sigue pensando que el trabajo disciplinado es una necesidad de los seres humanos, porque necesitamos ser ayudados y útiles a otras personas.
En ese sentido, las ideas en realidad no son tan diferentes. Incluso si uno es pro-mercado, como John Stuart Mill, mientras Marx quería abolir los mercados. Sus ideas del trabajo no son tan diferentes: todo se trata de la libertad del trabajador. Confiar que los trabajadores pueden gestionar sus propias vidas y deberían ser libres de hacerlo. Y eso es algo que el neoliberalismo no toma al final.
En esta dirección, ¿hay una ética de trabajo que pudiera liberar o ser una herramienta para los trabajadores en ese caso?
Bueno, yo creo que probablemente el mejor golpe de la humanidad es el “revival” del modelo socialdemocrático. Tiene que ser dramáticamente actualizado para el siglo XXI, para lidiar con problemas contemporáneos. Mucho de eso tiene que ver con los desafíos ambientales, con el cambio climático, la contaminación, los niveles del mar... Tenemos muchos desafíos antes de nosotros, y esa es una de las razones por las que realmente todavía necesitamos trabajo.
Así que no estoy a favor de los idearios
“post-trabajo” donde todos trabajan cuatro horas al día o cosas así. Creo que en realidad estamos en una emergencia climática y mucho trabajo será necesario. La pregunta es si todos podemos organizarnos para unirnos y ayudar a todos, o si una clase de personas privilegiadas se rescatarán solas y dejarán al resto caer en las costas o algo así.
Claro, considerando que tenemos toda esta discusión sobre el futuro del trabajo, la inteligencia artificial, ¿existe esta posibilidad de una sociedad post-trabajo ahora mismo o en 100 años? ¿Existe esta posibilidad de una disminución progresiva del tiempo de trabajo, por ejemplo?
Bueno, creo que hay varios países del mundo, incluyendo Estados Unidos, pero aun más en Asia, como Corea del Sur y Japón, donde la gente trabaja demasiadas horas. Así que estoy a favor de las vacaciones pagadas, y deseo que la gente tenga más libertad para disfrutar de ellas. Pero soy bastante escéptica de la idea de que las horas de trabajo pueden ser cortadas tan drásticamente como la gente piensa. La razón para pensar esto es que claro, podemos automatizar la manufacturación. De hecho, estamos muy cerca de haberlo hecho.
Ahora mismo, solo un poco porcentaje del trabajo de cualquier país rico se dedica a la manufactura, pero hemos visto una explosión de demanda de servicios humanos. Es donde hay más trabajo en estos días, y realmente sospecho que las personas no estarían tan felices si su salud o su educación fuera “provista” por un computador o un robot. Creo que la interacción humana es realmente crítica para la mayoría de las industrias de servicios. ●
El muerto estaba muy muerto pero había que rematarlo. La reciente aprobación en Hong Kong de una controvertida ley de seguridad nacional pone fin a lo que Hong Kong era en 1997, año en el que China recuperó después de un siglo y medio la soberanía de la excolonia británica. Hace 27 años el territorio era el mejor ejemplo de prosperidad y libertad en Asia. Un modelo de éxito asentado en el imperio de la ley, en instituciones fuertes, en la separación de poderes y en una sociedad civil vibrante, incluida una prensa que ejercía implacablemente su función de someter a escrutinio al poder.
De todo aquello no queda hoy prácticamente nada. La promulgada ley de seguridad nacional que desarrolla, de acuerdo con el artículo 23 de la Ley Básica (la llamada mini Constitución de la isla), los delitos de traición, secesión, sedición o subversión contra el gobierno central, entre otros, de algún modo culmina la involución de un Hong Kong finalmente reconducido al redil de la disciplina del Partido Comunista chino, como una provincia china más. Hace un cuarto de siglo muchos optimistas creían que la democratización de China sería inevitable. Hoy, la cruda realidad es bien distinta: un Hong Kong democrático destruido.
ONG y voces disidentes critican la definición “amplia e imprecisa” de términos como “secretos de Estado” o “injerencia exterior”, además de la severidad de las penas que contempla la ley. Acusados de traición, insurrección e incitación al motín a miembros de las Fuerzas Armadas chinas se enfrentan a cadena perpetua. Por espionaje o sabotajes que pongan en peligro la seguridad nacional o dañen la infraestructura pública, hasta 20 años. Y hasta 14 años por participar en actividades de organizaciones prohibidas, 10 años por revelar secretos de Estado y 7 años por sedición, una acusación que no exige el requisito de “intención violenta”.
Según The Times, los hongkoneses podrán “ser condenados y encarcelados por sedición por conservar ejemplares antiguos de periódicos”, como del clausurado diario prodemocrático Apple Daily. La nueva legislación también tipifica el delito de “traición por imprudencia”, que castiga con hasta 14 años de cárcel a quien tenga conocimiento de una conducta que “atente contra la seguridad del Estado” y no la denuncie. Además, contempla detenciones policiales sin cargos de hasta 16 días y la negación a representación letrada en las primeras 48 horas.
El intento anterior de introducir esta legislación fracasó en 2003, luego de un amplio rechazo popular y una manifestación de medio millón de personas que obligó a las autoridades a retirarla. Ahora, como botón de muestra de cómo han cambiado las cosas en Hong Kong, la ley salió adelante con unanimidad patriótica en el Legislativo local: 89 votos a favor, cero en contra. Sin embargo, los críticos no dudan acerca del verdadero propósito de la ley: silenciar toda crítica a las autoridades y garantizar que la más mínima disidencia no quede impune. Para Chris Patten, último gobernador británico de la excolonia, supone “otro gran clavo en el ataúd de los derechos humanos y el Estado de Derecho en Hong Kong y una nueva y vergonzosa violación de la Declaración Conjunta”.
En la Declaración Sino-británica de 1984, un tratado internacional vinculante firmado por Margaret Thatcher y Deng Xiaoping, se pactó el traspaso de poderes y los términos de la transición, que recogían el compromiso de Pekín a conceder un alto grado de autonomía y a mantener los valores de Hong Kong hasta el año 2047, todo ello bajo la fórmula de “un país, dos sistemas”, que encajaba el capitalismo hongkonés dentro del sistema autoritario chino. Se garantizaban así los derechos y libertades, la independencia judicial, el imperio de la ley y la libertad de prensa y asociación durante 50 años.
Pero Pekín no tardó en deshonrar ese compromiso. Las injerencias del gobierno chino en Hong Kong y la percepción de la ciudadanía de que sus libertades estaban erosionándose desataron, en 2014, la “Revolución de los paraguas”.
Las llamadas fuerzas prodemocráticas que se resistían a la integración acelerada de Hong Kong en China continental tomaron las calles, paralizando la ciudad de forma intermitente durante cinco años de caos y batallas campales contra la policía. En 2020 Pekín dijo basta e impuso la ley de seguridad de China en Hong Kong. Cientos de activistas y estudiantes fueron detenidos.
Desde entonces, al menos 68 han sido condenados y se calcula que más de 200.000 hongkoneses se han visto obligados a emigrar. Muchos activistas y ONG, entre ellas Amnistía Internacional o Human Rights Watch, y muchos periodistas y medios como el New York Times, el Wall Street Journal o AFP, tuvieron que trasladar su sede regional fuera de Hong Kong. El éxodo de capital, talento y empresas es imparable.
En 2021, Hong Kong reformó la ley electoral para reducir a un 22% los asientos elegidos por sufragio universal directo en el Consejo Legislativo, además de introducir el requisito de idoneidad patriótica en la preselección de los candidatos. Se explica así la unanimidad en la tramitación y votación de la ley de seguridad doméstica. John Lee, jefe del Ejecutivo hongkonés, afirmó que dicha ley protege contra los invasores. “Debemos entender correctamente que debe haber un país antes que dos sistemas, y los dos sistemas no deben utilizarse para resistir a un país”, concluyó.
Un Hong Kong irreconocible para los que hemos vivido allí.