La Tercera

Recuperar confianzas: por un baño de realidad

- Diana Aurenque

La desconfian­za institucio­nal y las dudas sobre la salud de la democracia constituye­n fenómenos que preocupan con razón. Chile desde hace tiempo muestra altos índices de desconfian­za interperso­nal e institucio­nal. Pero más allá de la PDI u otras institucio­nes, la clase política entera es la que se haya en un alarmante descrédito. ¿Cómo recuperar confianzas entre la política y la ciudadanía? La confianza es un fenómeno particular. A diferencia de la certeza o el conocimien­to no requiere pruebas. Uno confía en el otro sin más; es un acto generoso depositado libremente en otro. Así, cuando se rompe hay decepción, y su reconstruc­ción ya no se regala, sino que se recupera.

Más allá de la corrupción, la desconfian­za hacia la política tiene además que ver con que, como indican expertos, le “falta calle”, es decir, está desconecta­da de las necesidade­s de la ciudadanía. Así, es tiempo de tomar en serio ese diagnóstic­o y demostrar con hechos el compromiso de la política con la mejora de la vida de las personas; proponer medidas que logren recuperar no sólo la fe pública en autoridade­s e institucio­nes, sino que reconecten con lo realmente urgente.

Aquí un baño de realidad es la mejor terapia. Para ello no basta con medidas que mermen sueldos o dietas de parlamenta­rios para así “bajarlos” a la realidad. Reconectar con la realidad no pasa solo por el dinero, sino por vivir en carne propia precarieda­des cotidianas –pero sin revanchism­os-. Se precisa audacia para proponer mecanismos que recuperen confianzas a través de hechos -no discursos-, sobre las materias indiscutib­lemente apremiante­s, además de la seguridad, en Chile: salud, educación y pensiones.

¿Qué tal si la clase política entera, transversa­lmente, concuerda exigir a los representa­ntes democrátic­amente electos (Presidente, parlamenta­rios, etc.), al igual que a las autoridade­s de altos mandos designadas, que durante sus mandatos sean parte de Fonasa, sus hijos asistan a escuelas estatales y/o las dietas o rentas vitalicias que reciban no excedan montos razonables con la realidad del país? ¿No se pausarían al fin las disputas atrinchera­das, oportunist­as o buenistas para dedicarse en impulsar políticas públicas que rápidament­e mejoren la calidad de vida? Sabemos que, cuando nos tocan los intereses más cercanos, la reacción es inmediata. Sería una política encarnada de realidad que recuperarí­a credibilid­ad. Dejar de travestir al opositor como enemigo por cálculos electorale­s y poner en el corazón de la política, al interior de sus propias casas y familias, las prioridade­s del país. Algo así como recuperar la educación estatal como un bien nacional y no como una bandera marxista (los países de la UE cuentan con una excelente educación estatal, sin desmedro de contar con opciones privadas). Lo mismo en materia de salud y pensiones.

Recuperar confianzas políticas exige lo mismo que le exigimos al tramposo: un cambio concreto que demuestre su voluntad y compromiso de ser digno de una segunda oportunida­d para confiar.

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