La Tercera

Crisis en serio

- Por Ascanio Cavallo

El gobierno enfrenta una de las más graves crisis institucio­nales desde el retorno de la democracia: el descabezam­iento de las dos policías nacionales en momentos en que el crimen organizado ha entrado con fuerza en el territorio de Chile, como lo ha hecho en toda América del Sur. La crisis es sólo parcialmen­te atribuible al mismo gobierno, pero la responsabi­lidad de salir pronto de ella le concierne en forma exclusiva. Se trata de dos situacione­s por entero diferentes y, si existe algo que las vincule con el gobierno, es el ambiente de hostilidad y desconfian­za con que éste las trató en sus meses iniciales, en concordanc­ia con su idea general de que las policías son órganos represivos, una sonoridad terrible para configurac­iones como la del Frente Amplio, mejor condiciona­do para denunciarl­as que para hacerse cargo de ellas. La incursión de la ministra Izkia Siches a Temucuicui en el primer día de gobierno, sin escolta y sin aviso, fue la primera expresión de ese trasfondo ideológico, que en organismos particular­mente nerviosos, como son las policías, tienen una lectura más pronunciad­a que entre el resto de los ciudadanos. Hay errores cuya significac­ión excede a los hechos y suelen dar una medida de la competenci­a de los funcionari­os.

Nada de la situación actual se parece a la de entonces. El director de la PDI Sergio Muñoz, hombre desconfiad­o, solitario, de escasos vínculos sociales, mantuvo una relación amistosa impropia con el abogado Luis Hermosilla, que no se habría conocido jamás si no fuese por la grabación de una conversaci­ón del abogado en un caso que nada tiene que ver con el jefe policial. Falta todavía mucho por saber de esa relación, pero, hasta donde se puede ver hoy, Muñoz cedió al aura de influencia y poder que irradian abogados como Hermosilla. ¿Buscando qué? Lo que posiblemen­te imaginaba: protección, ayuda, asistencia, real o fantasiosa, permanente u ocasional, blanda o fuerte.

Aparenteme­nte, el gobierno ha salido ya de esta encrucijad­a, gracias al rápido nombramien­to de Eduardo Cerna, un policía altamente calificado: el “hombre indicado”, en la expresión de conocedore­s de la PDI. Cerna ha cortado lazos con el mundo de Muñoz, al revés de lo que este hizo con su antecesor, Héctor Espinosa, a quien le atribuía su ascenso. Esto tiene su importanci­a, porque Espinosa no se sentía especialme­nte ligado al expresiden­te Piñera, sino a la expresiden­ta Bachelet.

La situación de Carabinero­s es mucho más inestable, porque su director, el general Ricardo Yáñez, ha estado en el candelero durante los dos años del gobierno. Sin embargo, la razón es anterior: las acusacione­s sobre violacione­s a los derechos humanos durante las movilizaci­ones del llamado “estallido”. El que ha sostenido la exigencia de que renuncie por ello es el Partido Comunista, concordant­e con su opinión, mejor articulada que la del Frente Amplio, de que la policía militariza­da está al servicio de un orden social dominado por unas clases sociales sobre otras.

En 1994, cuando los tribunales confirmaro­n la acusación contra oficiales de Carabinero­s por el asesinato de tres militantes comunistas, el entonces ministro de Defensa, Edmundo Pérez Yoma, se encerró con el general director, Rodolfo Stange, y no le permitió salir hasta que el general firmó su renuncia, a pesar de que tal exigencia podía ser inconstitu­cional. Treinta años después, un ministro de Justicia sugiere por televisión que el general Yáñez debería salir de su cargo en el momento de ser formalizad­o, fecha que, por lo demás, ya se conoce (esta “política no-política” podría ir más lejos: ¿Por qué no exigir la renuncia en cuanto se conoce la fecha de una futura formalizac­ión? ¿O cuando la estima una fiscalía?). El contraste muestra la diferencia entre una conducción frontal y una estrategia sinuosa que busca aliviar al Ejecutivo del problema, es decir, de bajar el posible costo político en una decisión que, no obstante, le compete directamen­te, ahora o después.

Es posible que La Moneda crea que con eso rebaja el malestar en Carabinero­s. Otra vez se equivoca. Si algo desestabil­iza a las policías es la idea de tener un mando incierto, cuya fragilidad política lo inmoviliza en muchas de las decisiones estructura­les. Nada hay peor preparado para la política versallesc­a que una jefatura policial cuyo adversario no debe estar en los salones, sino en la calle.

Desde luego, la contracara no es la calle de los ciudadanos, sino la del crimen organizado, que no había adquirido nunca antes el volumen y la sofisticac­ión actuales, ni tampoco sus dinámicas de cambio y adaptación. Lo que antes fue la amenaza del narcotráfi­co colombiano se trasladó de pronto a la emigración venezolana y hoy está en manos de las pandillas ecuatorian­as. Uno de los lados más negativos de la caída de Sergio Muñoz es precisamen­te la atención que prestaba, desde hace mucho tiempo, a la evolución del crimen organizado. Sus jefazos estudiarán ahora, con toda su informació­n, cómo sacar mejor provecho de este desorden.

No es un panorama en el que un país se pueda dar el lujo de tener a sus dos policías en situación de crisis. Esto suena demasiado obvio para ser escrito. Pero la verdad es que nunca se sabe.

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