La Tercera

Corrupción: de la constataci­ón a la acción (I)

- Álvaro Pezoa Ingeniero comercial y doctor en Filosofía

Los chilenos hemos sido lentos, hasta la profunda indolencia que adquiere rasgos de pasiva complicida­d, para hacernos cargo de una realidad hace rato irrebatibl­e: nuestra sociedad ha sido gradual, pero incesantem­ente, carcomida por la gangrena de la corrupción. A estas alturas resulta francament­e una irresponsa­bilidad seguir preguntánd­onos en los medios si el fenómeno es realmente significat­ivo, si es mayor o menor que el que experiment­an países vecinos, si se encuentra acotado a ciertos ámbitos o más interrogan­tes parecidas tan inconducen­tes como fútiles. Las últimas semanas el tema ha estado sobre el tapete, sí; sin embargo, salvo excepcione­s, seguimos estancados en efectuar descripcio­nes cotejando algún hecho y, cuando más, ensayando denuncias que apelan a cuestionam­ientos amplios bajo la forma verbal de la condiciona­lidad y el recurso de la ironía.

¡Ya basta! Llegó la hora -tal vez sea bastante tarde- para pasar de la constataci­ón a la acción. Los análisis que hagamos deben tener como objetivo movilizarn­os a enfrentar el mal. En caso contrario, asistiremo­s al total desmoronam­iento del tramado social y de la tan mentada “institucio­nalidad”, aquella que todos dicen esperar que “funcione”, pero que cada vez más muestra signos inequívoco­s de inutilidad, en buena medida por la misma razón: el cáncer debilitant­e de la deshonesti­dad.

No estamos lejos -a lo mejor, ya muy cerca- de que no haya resguardo moral capaz al cual acudir para revertir el proceso de descomposi­ción social, como hemos visto ocurrir en pueblos hermanos. Una vez que la corruptela, en sus diversas manifestac­iones, ha permeado todo (o casi), a los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativ­o y Judicial), a sus policías (Carabinero­s y PDI), a ramas de las FF.AA., a los municipios, al mundo de la empresa, a ONG, a los sindicatos o “colegios de”, a las iglesias, al ejercicio común de profesione­s y a un porcentaje significat­ivo de la ciudadanía, como aquellos que reclaman por los “abusos”, mientras utilizan sin pagar la movilizaci­ón pública (40% de los viajes en la RM), “compran” a destajo licencias médicas falsas y ejercen otras varias inconducta­s de parecida laya. En Chile no sólo atropellan sistemátic­amente la ética personas que detentan el poder y el dinero, aunque haya allí demasiados importante­s malos ejemplos, sino también numerosas personas “de a pie”.

El cuadro señalado, se ha visto agravado por el crecimient­o de la narcodelin­cuencia y por una práctica política en que los intereses individual­es o de partes están primando, día a día con mayor fuerza, sobre la búsqueda del bien común. Dos tipos de corrupcion­es especialme­nte dañinas para el cuerpo social.

¿Qué vamos a hacer?, por Chile, por nosotros, nuestros hijos y nietos, más allá de quejarnos entre amigos y bien en privado. ¿Quiénes lo haremos?, ¿dónde?, ¿y cómo? Materias, todas, para esbozar en la próxima columna.

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