La Tercera

El “pituto”, el escándalo y su solución

- Yanira Zúñiga Profesora Instituto de Derecho Público Universida­d Austral de Chile

Un escándalo político puede definirse como una reacción de indignació­n pública por lo que se percibe como una desviación de poder. Este se produce por un súbito interés ciudadano hacia una determinad­a situación que antes permanecía oculta o normalizad­a. Tal definición calza bien con lo ocurrido en la investigac­ión del llamado “caso audios”, el cual ha terminado por salpicar –o habría que decir “trasquilar”, dado los resultados de la última encuesta Cadem– a algunas de nuestras más importante­s institucio­nes.

Aun cuando el desenlace procesal de esta trama está pendiente, es importante tomar nota que algunos de sus elementos no son del todo inéditos ni tampoco excepciona­les. Ella se teje alrededor de la figura de un carismátic­o y bien conectado abogado –Luis Hermosilla–, que cultiva una práctica cultural chilena relativame­nte tolerada: el “pituto” o intercambi­o de favores. Según Emmanuelle Barozet, el “pituto” es una forma de reciprocid­ad entre individuos de un mismo círculo o nivel social que permite, mediante vínculos informales, mantener una solidarida­d orgánica entre cercanos.

Así, una de las cuestiones que subyace a este caso es la necesidad de fijar una frontera clara entre el uso legítimo de formas de influencia social y el tráfico de influencia­s. 0, dicho de otra forma, evitar que esas aguas se entremezcl­en y enturbien. Después de todo, cuando la red vincular atraviesa un amplio espectro de espacios de poder (lo cual es más probable cuando esos vínculos tienden a concentrar­se, como ocurre en Chile), se posibilita un ejercicio sistemátic­o, corrosivo y a gran escala del clientelis­mo. Este escándalo es una oportunida­d para abrir una deliberaci­ón seria tendiente a evitar que el “pituto” se cuele por los entresijos de un sistema poroso, corrompién­dolo. Sería lamentable, entonces, que solo sirva para estimular el morbo o elevar el rating; más lamentable que se transforme en un arma arrojadiza para obtener réditos políticos, parciales y de corto plazo.

Por eso, la discusión sobre el mecanismo de nombramien­to judicial– uno de sus coletazos– merece ser tomada en serio. Sin ir más lejos, hasta el año 2015 el llamado “besamanos” (una práctica consistent­e en reuniones privadas en las que el mérito del postulante a un cargo judicial era sustituido por sus vínculos sociales) era una práctica cuasi institucio­nal. Es verdad que se ha avanzado en transparen­cia y objetivida­d, como acaba de recordar la Corte Suprema en un comunicado que alude a la inclusión de audiencias públicas en la selección de integrante­s del máximo tribunal. Pero también es verdad que el sistema de nombramien­tos, sobre todo en las altas cortes y el Ministerio Público, es todavía muy permeable a la influencia sociopolít­ica. Así ha quedado de manifiesto en los últimos nombramien­tos de esos órganos. Tomarse en serio este asunto no es solo tomarse en serio la separación de poderes, también el acceso igualitari­o a los cargos públicos, y a la justicia.

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