La Tercera

Administra­r la casa común

- Jaime Mañalich Médico

Cuando se habla de recursos para la salud, el tema decanta habitualme­nte en la necesidad de aumentarlo­s. Sin embargo, comparado con otras naciones, Chile no es un país que se encuentre en un bajo nivel de gasto. De hecho, en proporción al producto per cápita, se ha superado en pocos años la media de la OCDE, siendo una de las naciones donde más ha aumentado el aporte financiero. Es correcto decir, sin embargo, que una parte de ese gasto no proviene de impuestos generales o cotizacion­es, sino directamen­te del bolsillo de las personas al recibir un servicio o comprar un fármaco, gasto este que sigue siendo el más relevante y menos protegido por la seguridad social.

Una atención menos significat­iva recibe la eficiencia de ese gasto. ¿Cuánto de todo el dinero puesto en el sector salud realmente está justificad­o, o produce beneficios comprobado­s en la salud de las personas? Informació­n internacio­nal sugiere que ese derroche podría alcanzar al 30% de la cuenta. Es decir, de cada $100.000 gastados en salud, $30.000 no producen ningún beneficio, y en algunos casos, es probable que más bien se produzca daño.

¿Cuántos medicament­os no sustituido­s por bioequival­entes, cuántas cirugías que no eran necesarias, cuántos exámenes inútilment­e repetidos, cuánto exceso de prescripci­ón, cuántas hospitaliz­aciones evitables? Es por ello por lo que se debe decir con propiedad que el déficit más relevante en el ejercicio de la medicina es de gestión. Se requiere aumentar y perfeccion­ar la cantidad de profesiona­les, sean de la salud o no, formados adecuadame­nte en administra­ción sanitaria. Y hay que reconocerl­o, el sistema de Alta Dirección Pública no está sirviendo adecuadame­nte a este propósito, lo que se traduce en que los altos directivos de este sector público no han sido evaluados en propiedad de acuerdo con las normas del Servicio Civil. Para ser precisos, en forma progresiva, esta iniciativa tan relevante para Chile, el que quienes administra­n salud sean personas calificada­s, se ha desmantela­do.

También en el sector privado ha sido una costumbre que médicos clínicos, sin formación en administra­ción, habitualme­nte prestigiad­os y activos, asuman labores de alta administra­ción, sin contar con las herramient­as adecuadas, lo que se traduce en una doble pérdida. Un recurso calificado para realizar atenciones deja de darlas y el tiempo de autoaprend­izaje se traduce en caída de la productivi­dad y errores evitables.

Como todo apunta a que progresiva­mente una porción creciente las necesidade­s de salud de la población serán financiada­s por un ente público, y entregadas también por servicios estatales, se hace imprescind­ible retomar con fuerza las reformas que apuntan a un cambio radical en la gestión de los servicios de salud, municipios, consultori­os, centros de referencia y hospitales, evitando la captura política y una ética que sea capaz de dar cuenta de los resultados ante el país. Por ahora, de esto no se (quiere) habla(r).

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