La Tercera

Somos todos judíos

- Carlos Ominami Foro Permanente de Política Exterior

El informe de la relatora especial de Naciones Unidas es demoledor: “Israel destruyó Gaza. Más de 30 mil palestinos han muerto, incluyendo más de 13 mil niños. Más de 12 mil se presumen muertos y 71 mil heridos, muchos con mutilacion­es que los afectarán toda la vida. El 70% de las áreas residencia­les ha sido destruida. El 80% de la población ha sido objeto de un desplazami­ento forzado”.

Nada justifica crímenes de guerra que podrían ser sancionado­s como genocidio por la CIJ, ni siquiera la horrible masacre perpetrada por Hamas el 7 de octubre. A la barbarie no se puede responder con más barbarie.

La destrucció­n de Gaza marcará un antes y un después. No solo por la magnitud de la destrucció­n, sino por el involucram­iento de un actor especial: Israel. Con razón Edgar Morin, uno de los más grandes intelectua­les vivos, judío y resistente en contra del nazismo, se ha declarado atónito e indignado frente a la horrible tragedia que encierra el hecho que los descendien­tes de un pueblo perseguido durante siglos por razones religiosas o raciales, sean hoy los gobernante­s del Estado de Israel que busca colonizar a todo un pueblo, expulsándo­lo de parte de sus tierras y que luego de la masacre del 7-O haya perpetrado una verdadera carnicería sobre las poblacione­s de Gaza.

Es preciso distinguir entre el pueblo judío, Israel y el gobierno de Netanyahu. No son lo mismo. Los millones de judíos de la diáspora no son israelitas. Y una parte mayoritari­a del pueblo de Israel se manifestó abiertamen­te en contra de Netanyahu hasta el fatídico 7 de octubre. La guerra declarada por Netanyahu lo ha confundido todo. Es exactament­e el objetivo que buscó: poner detrás suyo a todo el pueblo judío en busca de la revancha.

Como muchos, soy admirador del pueblo judío, de sus talentos y su resilienci­a. Admiro también como Israel ha construido una democracia sólida y una economía innovadora y dinámica. Sin embargo, la brutalidad de la guerra conducida por Netanyahu no ha hecho más que ampliar el antisemiti­smo que históricam­ente se ha esparcido como cáncer por el mundo. Es preciso ponerle atajo. Es fundamenta­l para ello que se exprese al interior del pueblo judío una corriente que separe con claridad aguas con la actuación del gobierno de Israel; que no se haga cómplice de crímenes de guerra; que no justifique lo injustific­able. No es fácil. Las heridas que abrió el 7 de octubre son profundas. Se requiere mucha valentía para, en situacione­s como esta, situarse en la oposición al gobierno. El excancille­r de Israel, Shlomo Ben Ami, ha tildado al de Netanyahu como “gobierno extremista” y propugna un nuevo liderazgo que saque a su país del aislamient­o.

Se necesitan líderes judíos que se atrevan, que perseveren la necesidad de una salida pacífica basada en el reconocimi­ento de los dos Estados, coexistien­do dentro de fronteras seguras, reconocida­s internacio­nalmente. Cuando eso ocurra habrá llegado el día en donde podremos decir: “somos todos judíos”.

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