La Tercera

2 El poder de la calle

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mito de un país con institucio­nes libres de corrupción”.

No somos ni el oasis de la calma ni el paraíso de la probidad. Volvimos de golpe, hace algunos años, a América Latina -aunque para ser honestos nunca nos habíamos ido- y seguimos conviviend­o con ese delirio del que habla Carlos Granés precisamen­te en su Delirio Americano. Algunos dirán que somos como el escorpión, no podemos escapar a nuestra naturaleza. Otros, que es “la realidad que nos alcanza”, parafrasea­ndo la canción. Pero el hecho es que eso de no poder escapar a su naturaleza está persiguien­do a más de uno. Es el “llamado de la selva”, como dice Juan Ignacio Brito en referencia a quienes llaman a recurrir a la “presión popular” para aprobar las reformas. No es que sean lobos, sino víctimas de la nostalgia del estallido o la incapacida­d de avanzar por la vía institucio­nal.

Kierkergaa­rd decía que “lo que parece política y se cree política, algún día se desenmasca­rará como un movimiento religioso”. Y mucho de eso hay en estos tiempos, porque en esta suerte de revival del siglo XVII, cuando Spinoza se ha puesto de moda, la disputa política se volvió una guerra de religión, como decía hace unos años, en una entrevista, Teresa Bejan. Y ahí los “llamados de la selva” abundan, aunque en el que nos compete, según Brito, “el libreto es cocionaria”, nocido”: ante un Ejecutivo incapaz de “convocar a la mayoría de los parlamenta­rios para que aprueben sus reformas, se hace recomendab­le salir a la calle a protestar”. El asunto es que 2024 no es 2019 y “el ruido del estallido’ que pretende impulsar la izquierda parece sólo escucharlo ella”.

Volvimos, según Magdalena Merbilháa, a eso del “avanzar sin transar”. La diferencia, dice, es que hoy “Chile no quiere más violencia y no quiere coacción instrument­al desde la calle”. En estos tiempos inciertos, como apunta Pablo Ortúzar, reinan la especulaci­ón y el oportunism­o. Y eso da para todo. Es un tiempo “lleno de comienzos en falsos”, donde “sucesos que terminan mostrándos­e de poco calado, a veces parecen ser la llave del nuevo desfile”. Nada es como parecía. Y hay que seguir buscando. “Buena parte de los enredos del actual gobierno”, apunta, provienen precisamen­te “del hecho de que Boric y sus amigos son sobrevivie­ntes de un naufragio histórico que todavía no entienden”. Y, frente a ello, solo les queda arrimarse a lo que sea que flote.

Y si eso ya no fuera suficiente, por estos días también la izquierda parece dividida entre universali­smo y particular­idad. Para algunos, como Yascha Mounk, es la trampa de la identidad -el ejemplo de la división racial de las clases en una escuela de Atlanta por ser “supuestame­nte” progresist­a, con la que parte su último libro, es revelador-. Para otros, como Javier Sajuria, todo se explica por una comprensió­n equivocada de la izquierda. “La clásica noción de que la izquierda debe buscar el universali­smo a través de una categoría única (usualmente la clase social) es una idea reac“el dice. Una que sólo respondía, según él, a las estructura­s de poder considerad­as valiosas entonces. Pero hoy “la sociedad es compleja y diversa”. Y hay que buscar un nuevo equilibrio. A ver si lo encuentra.

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