La Tercera

El gen usurpador

- Por Ascanio Cavallo

Los últimos tres gobiernos chilenos se han enfrentado a una situación parlamenta­ria paralizant­e y, en los peores momentos, caótica. Como se ha tratado de gobiernos de distinto signo, no se puede atribuir esto a una sola oposición obstruccio­nista. Cada oposición, en cada momento de los últimos ocho años, ha utilizado el estado del Congreso para intentar inmoviliza­r al Ejecutivo. No es una coincidenc­ia que las dos legislatur­as más desordenad­as han sido las elegidas junto con el segundo mandato de Sebastián Piñera y con el actual de Gabriel Boric.

Una de las explicacio­nes -no la única, sí de las principale­s- es la catastrófi­ca reforma del sistema político introducid­a en el 2015, que cambió no sólo los números de los legislador­es, sino sus modos de elección y las normas de lealtad y comportami­ento que contienen casi todas las democracia­s constituci­onales. Esto significó que los parlamenta­rios pudieron apropiarse de sus escaños (incluso de sus asignacion­es) sin dar cuenta a sus electores, cambiar de bando, declararse independie­ntes, bailar entre el oficialism­o y la oposición y, en fin, alterar las proporcion­es de uno y otra a piacere.

Esa reforma fue introducid­a en el segundo gobierno de Michelle Bachelet, en un momento especialme­nte peliagudo para los políticos, tras el estallido del caso Caval, los escándalos de financiami­ento ilegal de Penta y Soquimich, el “milicogate” y otras lindezas. Fue una forma de fuga hacia adelante, un esfuerzo de apaciguami­ento hacia los partidos y los propios parlamenta­rios de entonces. Muchos congresist­as decían en aquel año que el resultado de esta reforma sería imprevisib­le, pero muy pocos votaron en contra; entre los socialista­s, cualquier esfuerzo servía en esos momentos para apuntalar la debilitada gestión de la presidenta.

Huelga decir que entre sus promotores más entusiasta­s estuvieron muchos de los militantes del gobierno actual, en especial del Frente Amplio. Pero es un poco reiterativ­o, majadero y hasta inconducen­te reprochar a cada rato al FA por las equivocaci­ones en que incurrió antes de tener que hacerse cargo del país. No es eso lo que importa ahora, sino el hecho de que también está en sus manos emprender la rectificac­ión de ese error que ha sumido al sistema en la ingobernab­ilidad.

Uno de esos pasos es controlar la tentación de sobrepasar al Congreso, como lo ha propuesto el senador comunista Daniel Núñez en su llamado a activar la “presión social” para destrabar proyectos de ley y actuar vía decretos en materias donde no pueda avanzar legislativ­amente. En realidad, de los dos caminos, el primero puede tener un tono más amenazante, pero es el más especulati­vo, porque quedaría por verse si lo podría ejecutar, esto es, si dispone hoy de la fuerza movilizado­ra que se atribuye. Para el Ejecutivo es un llamado peligroso, porque la “presión social” se ejerce siempre primero contra el gobierno, rara vez contra un Congreso. A menos que el senador esté pensando en los dos.

El segundo camino, el de los decretos, es más sibilino e imita a muchos regímenes autoritari­os en Europa del Este, el mundo árabe, Asia y buena parte de los “bolivarian­os”, empezando por el de Venezuela. Saúl Carlos Menem es recordado como el presidente que más decretos dictó en Argentina y su compatriot­a Javier Milei debutó con un esfuerzo parecido.

Esto tiene un nombre: se llama usurpación política. Se define como el empeño sistemátic­o para arrebatar los poderes y derechos de otras institucio­nes. La usurpación puede ser horizontal -cuando una institució­n atropella a otra del mismo nivel- o vertical -cuando una institució­n atropella a otra de menor nivel. El senador Núñez propone las dos.

El escritor indo-estadounid­ense Fareed Zakaria hizo ver hace años que la tendencia a la usurpación política es mayor en los regímenes presidenci­ales, lo que explicaría su frecuencia en Latinoamér­ica y en las repúblicas exsoviétic­as, por ejemplo. El supuesto es la convicción del gobierno de que dispone de una mayoría popular que, si se pudiera expresar…

Citando estudios en grandes números de gobiernos actuales y presentes, el mismo Zakaria llegaba a la conclusión de que los sistemas que mejor resisten a los intentos de usurpación son aquellos que disponen de institucio­nes fuertes, capaces de hacer valer sus poderes. Por ejemplo, los parlamento­s fuertes. De allí que la situación chilena sea, en verdad, dramática: el Congreso actual es disfuncion­al, sí, pero además es débil, poco prestigios­o y cada vez menos institucio­nal. Este puede ser el mayor de sus problemas y el estímulo más que suficiente para cambiar.

Para lograr gobiernos eficaces se necesitan mayorías y normas adecuadas para cautelarla­s. Con las actuales, nada cambiará para los futuros gobiernos y habrá que esperar que otro senador, de cualquier otro partido, pretenda saltarse a sus colegas para hacer lo que considera justo. Por desgracia, muy pocos políticos están libres del gen autoritari­o, que les hace pensar que la razón siempre está de su lado y el estorbo son los demás. Lo que mejor conviene al senador es controlar ese gen, teniendo en cuenta que no hay vacuna contra la genética

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