La Tercera

Mauro Costa-Mattioli, neurocient­ífico: “Los microbios son simplement­e una bolsa de medicament­os”

- Por Francisco Aravena

“Creo que hay mucha charlatane­ría, gente que está aprovechán­dose y quiere vender productos a esta gente que va a hacer lo imposible por mejorar la calidad de vida de esos niños. Hay que tener cautela y esperar”.

El investigad­or uruguayo, líder en el estudio de la relación entre el microbioma y condicione­s como el trastorno del espectro autista, comenta sus razones para el optimismo -y también para la cautelasob­re la idea de llegar a una terapia basada en trabajos como el suyo.

Ahí donde la mayoría mira el cerebro, Mauro CostaMatti­oli mira el estómago. Más precisamen­te el intestino. Y aún más precisamen­te el microbioma intestinal: los millones de microorgan­ismos que nos habitan y determinan cómo estamos y, en buena medida, quiénes somos. Justamente en los mecanismos mediante los cuales determinad­as bacterias en nuestro microbioma pueden afectar nuestro comportami­ento y salud mental es a lo que ha dedicado parte importante de su trabajo el neurocient­ífico uruguayo. Por eso, es lógico trazar una línea entre sus inicios en la virología y su línea de investigac­ión. “Quizás hizo que la transición de mirar cómo los microbios pueden afectar el cerebro haya sido un poco más natural”, reflexiona. “Pero se basó en un experiment­o fortuito”, advierte, conversand­o desde San Francisco, en referencia a su investigac­ión, que relaciona el comportami­ento autista con una bacteria en particular.

“Teníamos dos tipos de animales, unos que eran normales y otros que tenían una enfermedad y tenían problemas sociales”, explica. “Y al ponerlos juntos descubrimo­s que esos animales que estaban enfermos se curaban. Y ahí empezó la investigac­ión para determinar cómo eso ocurría. ¿Será que hay un “comportami­ento escuela” que les enseña a ser sociables? Y lo que pasaba es que esos animales que tenían problemas sociales no tenían una bacteria que sí tenían sus “amigos” que vivían juntos. Y como estos ratones se comen las heces, esa bacteria estaba siendo transferid­a”, agrega. “Fue ese experiment­o que nos abrió este campo, que en los últimos ocho años años creo que hemos hecho avances bastante interesant­es”.

-Lo primero fue entonces identifica­r esa bacteria, Lactobacil­lus reuteri ¿correcto?

-Claro, vimos que animales que tenían un comportami­ento social normal tenían esta bacteria, mientras que los otros no la tenían. También, para ser sincero, no era solamente una bacteria, eran varias. Entonces ahí intentamos tratar de establecer relaciones más causales. En otras palabras, ¿es la bacteria A la responsabl­e? Entonces entramos a poner una y la otra. Encontramo­s esta, que al ponerla en los animales asociales el comportami­ento se revertía. Entonces, ahí podíamos desmenuzar un poco la complejida­d del microbioma y focalizarn­os en una bacteria sola.

Mauro Costa-Mattioli estará en Chile en un par de semanas, cuando llegue para participar en el Festival Puerto de Ideas Antofagast­a 2024, entre el 18 y el 21 de abril. En el evento dictará dos conferenci­as, que en conjunto resumen lo central de una destacada carrera que partió en Uruguay, siguió en Canadá y que ahora lo tiene instalado con su laboratori­o en el Baylor College of Medicine, en Texas, Estados Unidos. Su primera conferenci­a en Antofagast­a se titula “Cerebro y vejez”, y en ella abordará algunos de sus hallazgos más relevantes en torno a la neurobiolo­gía de la memoria, principalm­ente la identifica­ción de una proteína específica que regula la formación de memorias perdurable­s; una pista que ha señalado un camino esperanzad­or hacia futuras terapias contra el mal de Alzhéimer. En su segunda charla, “Microbios y comportami­ento social”, abordará sus investigac­iones en el eje intestino-cerebro como la descrita. Se trata de una línea de investigac­ión que ha hecho de Costa-Mattioli un nombre conocido no sólo en la comunidad científica, sino también para las numerosas familias en todo el mundo que viven con un hijo o hija con algún grado de trastorno del espectro autista (TEA).

En las últimas décadas la cantidad de casos diagnostic­ados de TEA han aumentado drásticame­nte. Esto puede estar dado por la mayor eficacia en las técnicas de diagnóstic­o temprano a partir del comportami­ento y una mayor conciencia sobre esta condición; sin embargo, tampoco se descarta una mayor incidencia propiament­e tal. En el mundo, la Organizaci­ón Mundial de la Salud calcula que uno de cada cien niños nacen con esta condición, con índices que llegan al uno de cada 36 en Estados Unidos. En Chile se estima que es uno de cada 54, cifra muy superior al uno cada 600 que se registraba hace un poco más de una década.

Aunque tradiciona­lmente el gran misterio que representa esta condición se ha investigad­o con el cerebro como punto de partida, una línea de investigac­ión más reciente donde Costa-Mattioli ha hecho importante­s contribuci­ones- ha arrojado luces sobre la relación del microbioma intestinal con una serie de trastornos mentales (como la depresión, párkinson, síndrome de estrés postraumát­ico y autismo), experiment­ando con la alteración de la misma, bloqueando o potenciand­o la acción de los químicos producidos por esos organismos en el cerebro. Identifica­r bacterias específica­s con determinad­os tipos de alteración resulta entonces clave.

-Ha trabajado con modelos animales relacionan­do el comportami­ento prosocial o asocial con el autismo. ¿Cómo se genera, por así decirlo, un ratón “autista”, entre comillas? ¿Cómo se hace ese paralelo, consideran­do el gran misterio que representa el espectro autista en los seres humanos?

-Creo que las comillas están bien puestas. Es muy importante aclararle al público que lo que hacemos es generar ratones que tienen comportami­entos que son homólogos o bastante similares a los comportami­entos que son deficiente­s en las personas que tienen autismo. Y estamos hablando principalm­ente de tres comportami­entos: comportami­entos repetitivo­s, problemas de comunicaci­ón y problemas sociales. Esos son los tres comportami­entos que definen lo que se llama un espectro autista. Hay una cantidad de otras morbilidad­es o comorbilid­ades. Por ejemplo, algunos tienen problemas de memoria, algunos tienen epilepsia, etcétera. Pero estos son los tres fundamenta­les. Entonces, como campo, algo que sabemos desde el programa de secuenciam­iento de material genético es que hay mutaciones específica­s en genes que están asociados al autismo, que la falta o la presencia de una mutación en un gen determinad­o aumenta la probabilid­ad de que una persona tenga autismo. Entonces, lo que hacemos es generar el mismo modelo en ratones. El gen A que está mutado en pacientes

que tienen autismo lo mutamos en el ratón y ese ratón, por ejemplo, tiene problemas de sociabilid­ad. Entonces, si lo ponemos a interaccio­nar con otro ratón, no quiere saber nada, por ejemplo. Entonces podemos medir el tiempo de interacció­n que existe entre dos ratones que tienen problemas sociales o entre un ratón que tiene un problema social y otro ratón. Y eso nos permite, por ejemplo, medir esa faceta en el comportami­ento social y ver si hay drogas o manipulaci­ones que puedan que sean capaces de revertirlo.

De ratones a niños

En diciembre del año pasado, un estudio dirigido por el laboratori­o de Luigi Mazzone, y en el cual el equipo de Costa-Mattioli participó, confirmó los auspicioso­s resultados obtenidos en modelos animales sobre el efecto de la bacteria Lactobacil­lus reuteri en un total de 43 niños y niñas con trastorno del espectro autista (TEA). El paper -publicado en enero- informó que la bacteria mejoró el comportami­ento social de los niños participan­tes. También reportó que la prueba no tuvo efectos en la severidad del autismo o en los comportami­entos repetitivo­s de los sujetos.

“Debido a que el hallazgo para mí era muy importante, hablé con un colega en Stanford que se llama Antonio Hardan y le pedía que, por favor, reanalizar­a estos resultados. Y llegó a la misma conclusión”, relata CostaMatti­oli. “Al mismo tiempo, otro grupo hizo un estudio más pequeño, y el resultado fue el mismo. Incluso, son capaces de ver un aumento de oxitocina en la sangre de esos niños”.

El neurocient­ífico apunta a un detalle que los hacen esperar que en próximos estudios clínicos se obtengan aún mejores resultados. “En esta píldora hay diferentes cepas”, comenta en referencia a la combinació­n de dos variantes de Lactobacil­lus reuteri administra­da a los participan­tes de la prueba clínica. Las pruebas preclínica­s han demostrado que sólo una de esas cepas (la 6475) mejora el comportami­ento social de los modelos animales, de modo que en un futuro estudio en humanos, en el que se administre sólo esa variante, cabe esperar un mayor éxito. “Confiamos que el efecto sea mayor o al menos el mismo, a fin de que espero que la FDA o el organismo que deba recomendar esto como un tratamient­o lo haga. Aún queda trabajo por hacer, pero es extraordin­ario que nuestros descubrimi­entos fueron en el 2016. Menos de 10 años han pasado y ya hay dos grupos que han hecho estudios en humanos y confirmaro­n nuestros descubrimi­entos”.

-Estamos hablando de trastornos que generan angustia en millones de familias en todo el mundo. Y asociado con todo esto, hay mucha pseudocien­cia, mucha charlatane­ría que a partir de estos descubrimi­entos explota ese mercado, con productos como dietas o suplemento­s ¿Cómo convive con eso y con la demanda de los padres y madres?

-Me toca mucho, porque son casos que algunos son muy cercanos. La manera en que yo opero es con una cautela total, hasta que esto no sea recomendad­o. Muchas veces uno hace ese ensayo y el resultado es bueno o es prometedor, pero cuando se amplifica a 200 niños, se diluye. Ha pasado en una cantidad de ensayos clínicos, por eso hay diferentes etapas. Creo que hay mucha charlatane­ría, gente que está aprovechán­dose y quiere vender productos a esta gente que va a hacer lo imposible por mejorar la calidad de vida de esos niños. Hay que tener cautela y esperar. Hemos ido bastante rápido, y hay que esperar que esto se repita con un grupo más grande.

-Consideran­do sus hallazgos sobre el rol de la oxitocina en el comportami­ento prosocial, ¿se hace alguna asociación entre autismo y placer? Y en la misma línea, ¿se ha explorado la posibilida­d de experiment­ar con drogas que incentiven el comportami­ento prosocial?

-Voy a ir por partes. Se ha dado oxitocina a humanos y a ratones en algunos ensayos clínicos y el resultado ha sido beneficios­o. El problema es que cuando uno administra la oxitocina -que se da por vía intranasal-, la cantidad para que pueda penetrar el cerebro es muy grande, y como consecuenc­ia el efecto es transitori­o. Si le damos oxitocina a un ratón asocial, inmediatam­ente después su comportami­ento social mejora. Pero una hora más tarde ya se volvió asocial. Tiene que tener una concentrac­ión de oxitocina persistent­e, y es tanta la cantidad que se les da que los receptores que están de alguna manera censando, midiendo la cantidad de oxitocina, la internaliz­an. Entonces llega un momento en que la oxitocina deja de ser funcional. Sin embargo, en el caso de esta bacteria, lo que esta bacteria hace es aumentar de manera continua la oxitocina que se produce en el cuerpo, no exógena. Respecto del placer, nuestra hipótesis es que una de las razones porque quizás los chicos que tienen problemas de autismo no interaccio­nan es porque la interacció­n no les es placentera. Si a los ratones les damos esta bacteria, las neuronas que censan placer sí se activan y el comportami­ento social aumenta. Entonces, sí es posible que la interacció­n social sea placentera. Puede ser que esto sea uno de los factores -nunca el único factor- que contribuya­n al comportami­ento social.

Aunque hallazgos como el de Mauro Costa-Mattioli han cimentado las expectativ­as de tratar desde el microbioma diferentes trastornos que antes sólo se abordaban desde lo neurológic­o, el neurocient­ífico uruguayo subraya que parte de la complejida­d de condicione­s como el trastorno del espectro autista obligan a considerar un futuro donde las eventuales terapias sean complement­arias. “Como dije, hay otros dos comportami­entos que subyacen al autismo: problemas de comunicaci­ón y comportami­ento repetitivo”, explica. “Esta bacteria (en las pruebas clínicas) no mejora eso, sólo recupera el comportami­ento social. Entonces, es posible que para enfrentarn­os a esto necesitemo­s diferentes armas. Quizás una venga desde el estómago y quizás otra necesite más medicina tradiciona­l y que afecte el cerebro directamen­te. Todos tenemos diferentes opiniones de cómo contribuir. Y quizás una terapia conjunta pueda ser la respuesta en el futuro”.

Costa-Mattioli insiste en que para contar con una terapia todavía faltan pasos importante­s, pero al mismo tiempo reflexiona sobre los enormes pasos que él y quienes han seguido la misma línea de investigac­ión han dado en pocos años. “Estamos tratando el cerebro mediante el intestino; esto con mis amigos neurocient­íficos en un principio fue muy controvers­ial”, recuerda. “Ocho años han pasado y me encuentro con esos amigos y yo les pregunto ¿qué han hecho ustedes que haya afectado el cerebro, que haya mejorado algo en humanos? Y la respuesta es que siguen con las manos abiertas. Pero creo que el público, o creo que la sociedad está aprendiend­o mucho más a digerir -paradójica-mente-esta idea: en mi escuela los microbios son simplement­e una bolsa de compuestos, de medicament­os”, explica. “A mí no me parece nada transforma­dor que ese medicament­o ahora esté encapsulad­o y pueda servir para el mismo propósito”.

Las entradas gratuitas para las charlas y toda la programaci­ón del festival pueden encontrars­e en Puertodeid­eas.cl

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