La Tercera

A quién le importa

- Sebastián Izquierdo Coordinado­r académico CEP

Mientras marzo se aleja, miles de niños se encuentran anotados en una interminab­le lista de espera, atrapados en la incertidum­bre de un inicio escolar que para ellos no llegó, pues aún no tienen un establecim­iento donde estudiar. El 2024 irrumpió en el ámbito educativo con un inicio caótico, donde las tensiones, las vulneracio­nes flagrantes y las falencias del Ministerio de Educación se apoderaron de la escena.

La educación estatal -los servicios locales (SLEP)- sigue inmersa en problemas crónicos sin solución. A pesar de las promesas ministeria­les, las reformas necesarias -aunque insuficien­tessiguen atascadas en el Congreso y las mociones de mejoras no llegaron en marzo como se había anunciado. En el norte, al SLEP de Atacama, que ya traía un paro por 80 días, se le sumó un comienzo caótico, con escuelas aún en un lento proceso de reparación y docentes en huelga de hambre. En Antofagast­a, 40 mil niños han sido privados de su derecho a la educación desde el 11 de marzo. Más al norte, en Arica, escolares de 5° básico se encontraro­n con un controvert­ido cuestionar­io sexual, desatando la indignació­n y una investigac­ión policial por no solo vulnerar el derecho a la educación, sino también por constituir materia penal.

La inmigració­n desenfrena­da en ciudades como Alto Hospicio, Copiapó y Pozo Almonte exacerbó la escasez de sillas en las aulas, privando a muchas familias de acceso a la educación para sus hijos. En la Región Metropolit­ana, en lugares como Lampa, miles de niños también se vieron impedidos de asistir a clases. Así fue como la crisis alcanzó el centro neurálgico del poder en el palacio de gobierno. Ante las insuficien­tes respuestas gubernamen­tales, apoderados desesperad­os amenazaron con encadenars­e si no se resolvía la educación de sus hijos. Soluciones como exámenes libres y jornadas dobles estuvieron lejos de calmar las tensiones.

La digitaliza­ción de la etapa final del Sistema de Admisión Escolar (que distribuye centraliza­damente a los alumnos de acuerdo a sus preferenci­as), bajo el lema “Anótate en tu lista”, agravó este problema a nivel nacional. En vez de simplifica­r para las familias y reducir el estrés, se implementó una cola digital gestionada por el Ministerio de Educación. Aunque evitar esperar afuera de las escuelas parecía convenient­e, la espera en casa resultó larga y frustrante. El remedio resultó ser peor que la enfermedad. El problema principal radica en la escasez de cupos y la ausencia de proyectos educativos de calidad preferidos por las familias. A pesar de la alta demanda (que se puede y debiera prever), los colegios más solicitado­s tienen límites de expansión. Mientras el gobierno sugiere soluciones parches, el 78% de las comunas no puede abrir nuevos establecim­ientos subvencion­ados debido a restriccio­nes legales (Horizontal, 2024). Es una situación irónica y contraprod­ucente.

La educación es un derecho fundamenta­l, y debemos asegurarno­s de que se respete y proteja. La pregunta que queda en el aire es: ¿A quién le importa realmente la educación de nuestros niños? La respuesta debe ser clara y contundent­e: a todos nosotros.

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