La Tercera

Lo Valledor: entre el Far West y el Leviatán

- Gabriel Osorio Cristóbal Osorio Abogados

La polémica medida de los administra­dores del mercado de Lo Valledor de solicitar la cédula de identidad para acceder a sus instalacio­nes, fue suficiente para desnudar un problema mayor, que es el déficit crónico de orden estatal.

La disposició­n apuntaba a lograr mayor control, bajo el supuesto que la delincuenc­ia era, principalm­ente, responsabi­lidad de inmigrante­s indocument­ados, con lo que la restricció­n de acceso sacaría de la ecuación al elemento más disruptivo.

La medida fracasó, no porque la prohibició­n fuese discrimina­tiva que lo es-, sino porque el primer incidente grave en el control de acceso lo protagoniz­ó una chilena, con lo que se desmoronó la idea de que el problema estaba en los migrantes.

Sin embargo, el problema persiste, y lo grave es que llega a las primeras páginas de los diarios cuando ciudadanos y empresas privadas tratan de imponer orden ellos mismos, con todo lo peligroso que es para la convivenci­a social. Tal como pasaba en el Far West, la seguridad quedaba en manos de los propios individuos.

El gobierno condenó lo sucedido, y aseguró que viene trabajando una agenda de prevención y un refuerzo policial del sector. Incluso los dirigentes de Lo Valledor y La Vega fueron invitados a La Moneda, desde donde salió humo blanco. Pero, las autoridade­s se vieron reactivas.

Después de todo, pasan diariament­e 30.000 personas y 7.000 vehículos por Lo Valledor, según datos de la FAO, lo que equivale a un partido de fútbol de alta concurrenc­ia cada jornada. Eso, sin contar las grandes cantidades de bienes y dinero que circulan. Es decir, se trata de un foco de potencial insegurida­d altamente previsible, en el que se espera que siempre haya inteligenc­ia policial observando y varias alternativ­as de solución en una pizarra.

Dada esta realidad, es justificab­le la actitud de los administra­dores de Lo Valledor, aunque se equivoquen en las medidas concretas, pues incluso así, lograron llamar la atención del gobierno.

Por otro lado, el gobierno aludió a la necesidad de elevar los estándares de la seguridad privada, hoy regulada en el decreto ley 3.067 y próximamen­te en la Ley 21.059. Sin embargo, ésta no puede transforma­rse en la punta de lanza en la crisis de seguridad, pues su rol es meramente complement­ario. En otras palabras, no podemos desentende­rnos del rol del Estado, con una privatizac­ión del orden público.

Hoy hay un clamor ciudadano por mayor seguridad, que necesariam­ente traerá mayores restriccio­nes a las libertades, y el único que está llamado a equilibrar con legitimida­d y con criterios de igualdad ambos elementos -tal como pasó con la pandemia- es el Leviatán de Thomas Hobbes (el Estado), a través del uso racional e inteligent­e de la fuerza.

Si el gobierno no lo comprende a cabalidad, la seguridad terminará siendo materia de mercado, y este bien jurídico será para quien pueda proveérsel­o, transforma­ndo la seguridad -y la libertad, pues nadie que vive en la insegurida­d es realmente libre- en privilegio de pocos.

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