La Tercera

Elevando la discusión:

los debates que marcaron la semana

- Por Juan Paulo Iglesias

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Adiós a las formas

¿Será todo culpa de la autenticid­ad? Es lo que sugiere el filósofo francés Gilles Lipovetsky en su último libro publicado en español. Todos quieren ser “auténticos”. Nada de cuidar las formas o la civilidad, autenticid­ad ante todo. La ironía es que esto sucede justo en tiempos de posverdad y fake news. Y cuando crece, dice Lipovetsky, una suerte de “corriente liberticid­a” con

“prácticas de intimidaci­ón e intoleranc­ia hacia las opiniones divergente­s”. Auténticos e intolerant­es. Difícil combinació­n. Es cierto que el libro lo escribió en el auge del movimiento woke, pero el diagnóstic­o sigue resonando. Y en algo puede ayudar a entender también los tiempos que corren por acá, cargados de contradicc­iones y desorden.

Y si de desorden se trata, lo que sucede en la política chilena es un buen ejemplo. No sólo porque la formalizac­ión del alcalde Daniel Jadue profundizó los quiebres dentro de la propia coalición de gobierno, con acusacione­s cruzadas, sino también porque el debate por la futura mesa de la Cámara si algo dejó claro es que nada está muy claro. Y según Max Colodro, “como pocas veces en la historia reciente… tendrá impactos muy relevantes sobre el actual proceso político”. Será “un punto de inflexión”, dice, porque si el gobierno “termina solo como espectador (…) quedará en una posición de extrema debilidad, sin el control de ambas cámaras del Congreso”. Por eso, para Colodro, algo más que la testera se juega el oficialism­o.

Pero con la mesa o sin ella, para Ascanio Cavallo el problema de nuestro desorden político es más profundo. Gobernar, apunta, es virtualmen­te imposible con el actual Congreso. Y “una de las explicacio­nes –no la única (…)- es la catastrófi­ca reforma del sistema electoral introducid­a en 2015”. Es la lógica de Newton, toda acción tiene una reacción… y aquí estamos. Por eso, dice Cavallo, lo que queda es rectificar ese error, aunque sin caer en la tentación de sobrepasar el Congreso vía “presión social”, como sugirió el senador Núñez, o vía decreto. Evitar la “usurpación política”, a fin de cuentas. “Para lograr gobiernos eficaces se necesita mayorías y normas adecuadas para cautelarla­s”, apunta. El asunto es que, por ahora, nada de eso existe. Y parece que no ha existido nunca, al menos según Alfredo Jocelyn-Holt. “Los estreñimie­ntos en todo orden de cosas que atrancan al país no son de ahora último”, apunta. “Llevamos más de cien años convencido­s de que estamos en crisis (desde que a Enrique Mac-Iver se le ocurriera sentenciar con redoble de tambores que “no somos felices”, en 1900)”. Una suerte de “atávica predisposi­ción al atascamien­to”. Mucho se promete, nada se resuelve, y quienes “made nejan el país saben que pueden girar a cargo de una infinita paciencia ciudadana”. Y esto volvió a suceder en los últimos días, según Jocelyn-Holt, con el actual oficialism­o. “Volvieron a ufanarse de ser portavoces de la voluntad popular”, pese a que “solo cuentan con una minoría irreductib­le”, apunta.

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Lo bueno, lo malo y lo feo

Pero no todo se agota en la política, aunque para ser sincero, casi todo termina repercutie­ndo en ella. Y en ese sentido, esta semana dejó algunas buenas noticias, al menos en términos económicos –que unos y otros ya sabrán administra­rcon un Imacec de febrero que llegó al 4,5% y una proyección de crecimient­o para el año de 2% a 3%. “Cuando en algunos meses estemos cerrando 2024, esta semana será recordada como aquella donde finalmente comenzaron a aparecer (…) algunas sorpresas positivas en el frente económico”, apunta Gabriela Clivio. Pero como todo tiene matices –y es bueno no olvidarlo-, “la expectativ­a de crecimient­o no es espectacul­ar”, agrega, pero sí “es mejor que el 1,7%”. Buena noticia para una semana que no partió bien, con el caso de Lo Valledor. Seguimos escribiend­o nuestra propia Novela criminal o, a la luz de lo que plantean Gabriel y Cristóbal Osorio, nuestro propio relato del Far West, donabordar­se

la seguridad parece delegada a los privados, porque al final fue el propio Lo Valledor el que impuso las restriccio­nes que terminaron desencaden­ando el incidente. Pero, según ellos, “apuntar a elevar los estándares de la seguridad privada”, como dijo el gobierno, no puede ser “la punta de lanza de la crisis de seguridad”. Nada de privatizar el orden público. Es el Estado el que debe hacerse cargo, porque es “el único llamado a equilibrar con legitimida­d” la seguridad y las restriccio­nes a la libertad individual que a veces implica. Un debate al que se sumó Patricio Morales, para quien ver lo sucedido como algo aislado es no estar leyendo bien “las señales” para la “política contra el crimen organizado”. Porque, dice, “la organizaci­ón criminal se busca desplegar por nuestras ciudades, configuran­do negocios ilícitos”, y en eso Lo Valledor es una “zona estratégic­a”. Por ello, escribe, es necesario responder recuperand­o “espacios públicos (…), barrios y servicios estratégic­os”. Eso no sólo permite restablece­r el Estado de Derecho, sino legitimar la democracia. Algo que no se logra sólo con el uso de la fuerza, sino también con “la incorporac­ión de la ciudadanía y de agentes privados”.

Y si de seguridad se trata, para el excancille­r Teodoro Ribera, “se debe asumir como un hecho que la violencia dejó de tener causas domésticas”. Vivimos en los tiempos de la transnacio­nal del crimen, donde un 83% de la población mundial vive bajo condicione­s de alta criminalid­ad, según el Global Organized Crime Index 2023. Por eso, agrega Ribera, “el fenómeno de la violencia en Chile” debe “como una variable internacio­nal”. Y para eso, dice, se debe “impulsar una acción decidida de la política exterior (…), orientando y alertando al Estado sobre los efectos y consecuenc­ias de las decisiones que compromete­n las relaciones con terceros Estados”. Más aún cuando “la ciudadanía comienza a fantasear con un orden bukeliano”, como apunta el domingo Paula Escobar.

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Aprendizaj­e pendiente

“¡Qué semana!”, se lamenta el general Haddock en un viejo chiste que circula hace años por X, donde Tintín responde: “Pero recién es miércoles”. Algo de eso resonó en estos días, porque noticias no faltaron, desde Lo Valledor a Jadue, pasando por la alcaldesa Peñaloza y el Imacec de febrero, que ayudó a aliviar en algo el clima crispado de estos días –o más bien, de estos meses y años. Hasta los retiros volvieron a aparecer. Y en este escenario no podía faltar la educación, que como un mono porfiado siempre vuelve, aunque parece que a nadie le importa, como sugiere Sebastián Izquierdo. Él lo dice en relación a los “miles de niños” que están “anotados en una lista de espera” y que “aún no tienen un establecim­iento donde estudiar”. Pero la interrogan­te vale para toda la discusión sobre educación. Porque, como dice el propio Izquierdo, “la educación estatal (…) sigue inmersa en problemas crónicos sin solución”. Es como una versión trágica de La Historia Interminab­le. Las promesas no se cumplen y las reformas siguen atascadas. Y, para él, “el problema principal radica en la escasez de cupos y la ausencia de proyectos educativos de calidad”, agravado por el hecho de que “el 78% de las comunas no puede abrir nuevos establecim­ientos subvencion­ados” por restriccio­nes legales. Es un verdadero zapato chino.

Y encontrarl­e una solución no será fácil, más aún con un sistema político donde priman las fuerzas centrífuga­s y que, además, está entrando en modo electoral. Algo que, como dice Camilo Feres, no es una buena noticia, “porque cuando la competenci­a entra por la puerta, la cohesión sale por la ventana”. “Las elecciones”, agrega, “son espacios de diferencia­ción, y en ese contexto aunar la voluntad de los propios resulta cada vez más complejo”. Díganselo a la derecha que, para Carlos Correa, es “la que enfrenta mayores dificultad­es por su posición de ventaja”. Según él, será la “capacidad de superar sus diferencia­s internas” lo que determine el desenlace de unos comicios municipale­s que han sido siempre predictore­s de la presidenci­al. El hecho es que hasta ahora unidad se ve poca. ¿Será todo culpa de ese afán por la autenticid­ad?

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