Una democracia que funcione
Un clásico del pensamiento político, Alexis de Tocqueville, decía que la democracia estaba basada en el valor intrínseco de sus ideas, pero también en su utilidad. En abstracto podríamos hacernos la ilusión de que ningún sistema político alternativo puede ser preferido, porque nos haríamos un daño a nosotros como individuos y a la sociedad en su conjunto. No en vano la democracia, pese a sus muchas imperfecciones, ha resultado no solo idealmente, sino históricamente, el único sistema capaz de proteger altos niveles de libertad y crecientes niveles de igualdad, al tiempo que permite controlar la arbitrariedad del poder.
Pero ello sería asumir que las opciones políticas se forman solo a través de la razón, la reflexividad y el discernimiento informado. Como bien sabemos, las opciones políticas distan mucho de formarse de esa manera. Muchas veces predominan en la conformación de la voluntad popular empatías efímeras y emociones, rencores y miedos, prejuicios, intereses muy particulares, impulsos de escaso altruismo, indiferencia por el bien común y fanatismos tribales. Bastaría como ejemplo analizar el elenco de estelar incompetencia que componen una mayoría significativa de los presidentes de América Latina. Si continuamos el recorrido por el resto del mundo las cosas no son muy diferentes. Es más, es muy probable que en las 76 elecciones que habrá en el mundo durante este año no se produzca un cambio suficientemente significativo en un sentido positivo.
Ello explica por qué la solidez de la democracia, su mantención en el tiempo, no es algo que tenga que ver solo con su valor ideal, sino también con la eficacia de sus resultados. No es raro, como ya ha sucedido en muchas partes del mundo, que comiencen a dudar de las instituciones y a sentir la tentación de la mano dura, de la figura del hombre fuerte y sin tantos escrúpulos, la tentación del orden a toda costa o de un populismo iliberal.
Estos “padres patrones” que ofertan soluciones categóricas pueden tener una ideología de extrema derecha o de extrema izquierda, hermanadas por lo que el mismo Alexis de Tocqueville decía que “una idea falsa pero clara y precisa tendrá siempre mayor poder en el mundo que una idea verdadera y compleja”. La idea del autoritarismo es simple, la idea de la democracia es compleja.
Nuestra democracia no está funcionando bien y así lo percibe la gran mayoría de la gente. Sin duda, existen buenas intenciones y esfuerzo en quienes gobiernan, pero décimas más o décimas menos, estamos estancados, no existe una mirada larga, sino más bien confusión. Por más que lo disimulen, es claro que las almas del oficialismo no son gemelas, la vida las está volviendo parientes lejanas y recelosas entre sí.
Tampoco la oposición encarna serenidad y contención. Quienes procuran levantar la mirada con sentido de Estado son los menos, se ve mucha antropofagia. Algo anda mal en el actual cuadro político que no ayuda a obtener resultados. Existe un gran vacío político que si se llenara podría ayudar a salir del actual bloqueo, aunque no en el corto plazo, pues los dados están echados para el próximo camino electoral que tenemos por delante.
Ese vacío es la inexistencia de un sujeto reformador autónomo, democrático, actualizado para las tareas que hoy requiere el Chile de la era digital; en el pasado reciente este existió con éxito dirigiendo la transición a la democracia.
Tal sujeto político debería tener en su proyecto una orientación clara que recoja la raíz liberal social, el social cristianismo progresivo y la izquierda socialdemócrata. Debería estar abierto al diálogo con aquellos sectores de la centroderecha que han abrazado sin reservas la democracia y con sectores de izquierda cuya alma reformadora termine de romper con el refundacionismo. Debería ser un pilar de una dialéctica de adversariedad constructiva y de creación de acuerdos que saque al país de su decadencia más que decenal.
El camino fácil del progresismo democrático es sumarse a lo que ya existe, pero en ese caso un amplio sector del país no tendría representación y continuará votando de manera volátil surfeando para evitar el crecimiento de los extremos que conforman aquellos sectores para los cuales la democracia liberal no es más que una necesidad táctica con la cual deben convivir hasta que se creen las condiciones necesarias que permitan avanzar hacia un futuro que no definen, pero que huele a autoritarismo electivo.
El camino difícil e ingrato, cuya llegada a puerto no está en absoluto garantizada, es el que procura reconstruir una centroizquierda reformadora, con la vista puesta en el futuro, capaz de fortalecer a la democracia en su conjunto. Sé bien que es un camino que carece de glamour y será un rudo caminar, pero es el que tiene grandeza estratégica para Chile.
Dixi et salvavi animam meam, como alguien dijo por ahí.