La Tercera

Llamados a la unidad

- Por Gonzalo Cordero | Abogado

La modernidad se basa en un principio fundamenta­l: el pluralismo. Nadie puede imponer a los demás una visión del ser humano, de la sociedad, sus concepcion­es religiosas o la manera en que deben vivir su vida. A partir de aquí surge el gran desafío de la organizaci­ón social, que es generar las reglas que nos permitan vivir pacíficame­nte en la diferencia; más aún, que incluso de la diversidad pueda surgir un proyecto común. Por eso, se suele decir que la moderna es una sociedad de medios y no de fines.

Jurídicame­nte esto se expresa mediante el Estado de Derecho, el método científico se hace cargo del desafío en la búsqueda de la verdad que llamamos científica, el mercado en la economía y la democracia en la política. Cada una de estas institucio­nes está conformada por un conjunto de procedimie­ntos que constituye­n el único consenso indispensa­ble, por lo tanto, exigible. La sociedad moderna repele las verdades únicas y se realiza en las formas de arbitraje que dirimen los desacuerdo­s.

¿Significa esto que no se pueden buscar acuerdos sustantivo­s? Por supuesto que no. Siempre son deseables los consensos, cuando ellos se dan libremente alrededor de ideas virtuosas; más aún, esos acuerdos suelen ser una de las mejores expresione­s de una sociedad avanzada. Pero tienen un solo requisito previo, que les es fundante: el acuerdo leal y sólido de respetar las reglas del juego. Este es el tronco del que pende cualquier consenso sustantivo. Esta inversión de jerarquía entre lo accesorio -la regla procesal- y lo sustantivo -la noción de verdad- es la gran falla que se imputa a la modernidad, pero esa es otra discusión que excede con mucho este espacio y las capacidade­s de este humilde columnista.

El punto es que en los últimos años se ha deteriorad­o gravemente el consenso sobre las reglas del juego. Poco tiempo atrás nuestro actual gobernante sostenía que la “desobedien­cia civil” había producido resultados demasiado valiosos; en los días de la revuelta del 2019 se debilitó la legitimida­d del Estado para imponer la ley y el orden de una manera casi incompatib­le con la vida en común; en el Congreso se vulneró la Constituci­ón -pacto fundante del orden social- de manera grosera y se intentó impedir, a un Presidente legítimame­nte elegido, que pudiera gobernar. Ahora, unos días atrás, un senador oficialist­a llamó a la misma desobedien­cia civil que antes elogió el entonces diputado Boric.

Chile necesita recuperar con urgencia el camino de los acuerdos, pero no a los que nos llaman a veces dirigentes empresaria­les, líderes religiosos o sociales, que piden recuperar consensos en políticas públicas. Qué sentido tiene forzar un acuerdo en pensiones o en el sistema tributario, exigiendo a un sector que reniegue de conviccion­es sustantiva­s, mientras sigue sin restaurars­e de manera mínima y creíble el consenso que hace posible el pluralismo y la seguridad jurídica. Este quiebre es demasiado grave y no se resolverá llamando a acuerdos que lo eluden y que no se hacen cargo del verdadero problema.

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