La Tercera

La promesa de un garrote

- Por Oscar Contardo

Existe una expectativ­a cierta de que el siguiente período presidenci­al será de alternanci­a y la derecha volverá a gobernar. Esa perspectiv­a es refrendada por el mediocre desempeño del gobierno en curso y por las escasas posibilida­des de que remonte en una gestión cuyo sello ha sido un conmovedor talento para cometer errores por desproliji­dad, soberbia o negligenci­a, desangrand­o sus propias promesas en actos de frivolidad recurrente­s y ventilando sus inoperanci­as gracias una torpeza comunicaci­onal que ya se transformó en un caso digno de futuros estudios. Aun así, el gobierno ha logrado un piso de apoyo gracias al carisma de un presidente cuyo principal atributo es una espontanei­dad que genera simpatías, y al trabajo de un puñado de autoridade­s que ha logrado darle cierta estabilida­d y un pálido perfil de identidad a una embarcació­n que desde el 4 de septiembre de 2022 parecía estar condenada a la zozobra. Pero que la aprobación del gobierno no despegue no significa que el trabajo de la oposición esté bien considerad­o. Ni siquiera que lo esté mejor que el del gobierno.

Según la última encuesta Criteria, un 67 por ciento de la ciudadanía rechaza la manera en que los partidos opositores desempeñan su rol, esto pese a que el mismo estudio constata que las principale­s preocupaci­ones de los chilenos son la delincuenc­ia y la inmigració­n ilegal, justamente los temas que la derecha y la ultraderec­ha han usado como munición permanente en contra del gobierno. Es decir, el hecho de intensific­ar las críticas a la gestión de La Moneda en esos ámbitos no ha tenido como consecuenc­ia que la ciudadanía perciba a la oposición en su conjunto como la vocera de sus preocupaci­ones. Tal vez ese énfasis de la oposición en la demanda por seguridad, una aspiración que resulta legítima, a fin de cuentas, no sea suficiente, porque no va acompañada de una idea diferente de la habitual desde esa vereda: más presencia policial y mano dura. La oposición padece un severo sesgo ideológico al momento de enfrentar la profundida­d del problema, interpreta­ndo cualquier planteamie­nto de cambio para las policías como una especie de insolencia que debe ser silenciada de inmediato, esquivando o negando tanto las deficienci­as demostrada­s para enfrentar a un crimen organizado, como las señales de múltiples flancos de corrupción institucio­nal que se evidencian de manera recurrente. Tampoco basta solo con encerrar delincuent­es y olvidarse de ellos: el calamitoso estado de las prisiones locales y las condicione­s de trabajo de Gendarmerí­a segurament­e facilitan que los internos manejen desde dentro lo que ya no pueden hacer desde la calle.

Un argumento que puede ser esgrimido para evitar entrar en estos temas en profundida­d es que no rinden votos porque la gente común y corriente busca resultados inmediatos que pueda constatar en su experienci­a diaria. Una razón cortoplaci­sta, pero atendible en una actividad como la política, en donde la astucia vale mucho más que la inteligenc­ia. Miradas las cosas desde esa perspectiv­a, la institució­n política más próxima a la ciudadanía es el municipio, así lo percibe la gente según la misma encuesta Criteria. Entre las entidades públicas medidas por el estudio, frente a la pregunta sobre el aporte a la calidad de vida, las municipali­dades lideran con una aprobación del 39 por ciento, por encima de los gobiernos regionales y el Congreso. Si la oposición busca encarnar ese atributo de proximidad, algo está fallando en su cálculo: las sucesivas denuncias por irregulari­dades o franca corrupción durante la gestión -pasada o presente- de alcaldes de derecha en municipios como Antofagast­a, Viña del Mar, Maipú o San Bernardo no han sido jamás abordadas con la franqueza que los hechos ameritan, confiando siempre en el empate. Aunque en comunas como Vitacura y Las Condes los escándalos naturalmen­te no signifique­n que el sector corra el riesgo de perder la elección frente a la izquierda, el efecto que tienen las historias de desfalcos millonario­s sostenidos en el tiempo, por su visibilida­d a nivel nacional, no es irrelevant­e, porque en estos casos la atención de la opinión pública confluye con la percepción generaliza­da y bastante real -según lo admitió Milton Juica, exministro de la Corte Suprema en entrevista con CNN Chile- de que la justicia no funciona con el rigor que opera con los ciudadanos comunes y corrientes cuando los acusados tienen dinero, poder o redes de pertenenci­a a grupos privilegia­dos.

El impulso de restauraci­ón conservado­ra surgido luego del 4 de septiembre de 2022 parece no haber morigerado con el fracaso del proyecto constituci­onal rechazado en el último plebiscito. Si eso es lo único que tiene que ofrecer la derecha al país, en lo que descansa el proyecto para volver a La Moneda es en la popularida­d de candidatur­as que pueden avanzar gracias a méritos personales, pero sin mostrar un proyecto diferente del habitual, el que encabezó en su segundo mandato Sebastián Piñera, y que todos sabemos cómo terminó. Si Chile no cambió, como tanto lo esperaron algunos sectores de izquierda, tampoco lo hizo para la derecha: la ciudadanía desconfía de un modo alarmante en las institucio­nes políticas y el sector no ha hecho nada para que esa desconfian­za aplaque, peor que eso, continúa apostando a esconder la mugre bajo la alfombra y presentar públicamen­te ese gesto como el acto heroico que no es. Es posible que la próxima candidatur­a de la oposición triunfe en la próxima presidenci­al, pero así como es percibido el sector, quien encabece el gobierno asumirá un período sostenido por los débiles hilos de unos partidos que no muestran más ideas que las diferentes versiones de un garrote o el retroceso a una época a la que muy pocos querrían realmente volver.

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