La Tercera

Imágenes e imaginació­n

- Alfredo Jocelyn-Holt Historiado­r show.

Antes se nos invitaba a empaparnos o sumergirno­s en las aguas. Yahveh las divide en dos para que Moisés y los israelitas crucen el Mar Rojo. Hokusai le atribuye garras tipo grúa a su Gran Ola. El Capitán Nemo recorre mares en un submarino cuando aún no existían. Haendel y Debussy a las aguas le ponen música. Lo que es Charles Trenet, versos, a modo de olas que lo mecen a uno como en una cuna (“La mer/ Qu’on voit danser/ Le long des golfes clairs/ A des reflets d’argent/ La mer...”). Versos vueltos a corear por Julio Iglesias, Miguel Bosé y “Mr. Bean”, el más entusiasta.

Hoy, en cambio, se propone una “expo inmersiva” en el Parque Bicentenar­io de Vitacura con ocasión de mostrar la extensa obra junto al agua de Claude Monet. Son 385 imágenes proyectada­s en redondo, con duración de una hora, espectácul­o apoyado en “la última tecnología del siglo XXI” según los encargados, con banda sonora “original”, efectos de luces, “reproducci­ones digitales, y experienci­as de modelacion­es 2D y 3D”, también animación. Como para ahogar a cualquier interesado en serio en este artista.

Lo digo porque Monet nunca manejó otra escala que telas portátiles de un poco menos de un metro máximo de ancho, salvo en su fase final (los nenúfares), y ahí no más de 200 x 1.275 cm. Comprensib­le. Trabajaba frente al paisaje, con cinco o seis telas a la vez que rotaba dedicándol­e siete minutos, concentrad­o en un mismo tema a fin de registrar sutiles cambios de luz y atmósfera. Imposible que ello lo captara la fotografía o el cine. Como bien dice David Hockney, a propósito de Monet y pintores, “una fotografía lo ve todo de una vez, con un solo clic de la lente desde un único punto de vista, pero nosotros no”. De ahí que resulte aberrante que en esta “expo” se lo pretenda “corsetear” y trasladar a la fotografía como medio, habiendo sido ésta además la que liberó a los impresioni­stas y su arte.

Más grave aún es no darse cuenta que lo que Monet hace es estimular la imaginació­n del espectador más que inundarnos con imágenes que las hay de sobras en nuestros días. Por eso, cómo no apreciar lo que tienen al frente y abusan. Cada cuadro exige, sino el mismo tiempo que Monet invirtió, al menos lo suficiente como para rendirle un homenaje por dicha dedicación. Se está ante joyas o maravillas. Los holandeses ponían cortinas a sus cuadros para abrirlas cuando se los quería admirar. Los japoneses, otro tanto con sus porcelanas. Las guardaban en cajas que, de cuando en cuando, desarmaban sus pliegues laterales, hasta develar el jarrón, contemplab­an, y volvían a envolver. Esto otro no es más que un Los visitantes podrían ahorrarse los $10 mil de la entrada y comprarse un libro sobre Monet (es mes del libro) que puede durarles toda la vida, lo convenient­e como para llegar a entender tamaña genialidad a la vista.

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