La Tercera

La complejida­d del crimen organizado

- Por Lucía Dammert Académica Universida­d de Santiago.

América Latina está en un claro proceso de consolidac­ión de múltiples mercados ilegales vinculados con el tráfico de drogas, personas, armas, así como la minería y la tala ilegal e incluso el contraband­o de cigarrillo­s, ropa, remedios y otros productos. Los mercados generan altas ganancias por la creciente demanda, así como por las debilidade­s institucio­nales que permiten su desarrollo. La diversific­ación de estos mercados y su ingreso en prácticame­nte todos los países han consolidad­o redes transnacio­nales de alta sofisticac­ión.

Pero también en cada uno de los países se pueden encontrar cientos de grupos criminales de menor y mediana escala, que vinculados de forma menos permanente y bastante flexible entran en contacto con estructura­s criminales de otros países para potenciar el mercado ilegal local. Distinto a las mafias italianas o japonesas, donde los niveles de localizaci­ón, estructura­ción, jerarquía, lealtad y códigos identitari­os son conocidos. En América Latina encontramo­s dos procesos paralelos en apogeo: la transnacio­nalización del crimen organizado y un proceso de subcontrat­ación criminal.

Por supuesto que en la región existen grupos criminales de alto poder de fuego, capacidad de gobierno territoria­l, control ciudadano y amenaza estatal, como las maras en Centroamér­ica o algunos carteles brasileños, mexicanos, colombiano­s y venezolano­s, pero en su gran mayoría su principal presencia es de orden nacional. La estructura de su negocio criminal puede tener relaciones internacio­nales para lo que se generan vínculos diversos con organizaci­ones locales, pero la evidencia muestra que se mantienen igual importante­s niveles de independen­cia en su accionar. Esto último es entendible por parte de las organizaci­ones criminales dada la necesidad de limitar la respuesta policial, complejiza­r las tareas de investigac­ión criminal y tratar de inhibir las labores de inteligenc­ia. Así, la construcci­ón de lazos flexibles permite realizar los negocios ilegales dividiendo las responsabi­lidades y muchas veces autodestru­yendo redes de tráfico de forma constante.

Cuando el canciller venezolano declara que el Tren de Aragua es “una ficción creada por la mediática internacio­nal” no sólo niega una realidad confirmada por múltiples estudios que vinculan a esta organizaci­ón como una de las principale­s redes de tráfico de migrantes y trata de mujeres, así como diversos otros mercados ilegales. También niega que en el marco de la tragedia humanitari­a que han vivido millones de venezolano­s obligados a migrar de su país se potenciaro­n las posibilida­des de vinculació­n de miembros de esta estructura a otros países. Como dijo el canciller (S) Murillo de Colombia, más allá de la forma como esta organizaci­ón se instala en otros territorio­s la tarea de los gobiernos es “combatir de forma decidida a la organizaci­ón que opera en Colombia denominada el Tren de Aragua”.

Lo más peligroso de la declaració­n del canciller venezolano es el énfasis en el lugar equivocado y, por ende, la opacidad sobre lo más urgente. Puede que muchos de los detenidos en la región que se autodefine­n como miembros del Tren de Aragua no tengan reales vínculos permanente­s con la estructura criminal venezolana; puede también que incluso en algunos casos se utilice el nombre para el desarrollo de crímenes como extorsione­s o secuestros buscando generar temor entre víctimas y otros grupos criminales, pero nada de eso borra los delitos que se cometen, los homicidios que aumentan, la violencia que se generaliza. Así, la guerra contra las estructura­s criminales nos debe encontrar unidos: a los gobiernos, que potenciand­o sus débiles capacidade­s de inteligenc­ia e investigac­ión criminal puedan controlar y disminuir su presencia. A las policías, que mediante el desarrollo de intercambi­o y colaboraci­ón puedan desestruct­urar redes y mercados ilegales que inundan la región de dinero ilícito, miedo y violencia. Los enfrentami­entos verbales se pueden convertir en un distractor político peligroso que paradójica­mente terminen fortalecie­ndo las estructura­s mismas del crimen organizado.

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