La Tercera

COMENTARIO DE DISCOS

- Por Marcelo Contreras

Only God was above us

Vampire Weekend

Cualquier recelo que alguna vez despertó esta banda por, básicament­e, ser demasiado buena y de origen universita­rio, se desdibuja ante los resultados de alta calificaci­ón del proyecto de Ezra Koenig (40). Si en Modern vampires of the city (2013) tocaron el cielo con uno de los mejores álbumes de la década pasada, Only God was above us refina la impresiona­nte artesanía detrás de cada pieza. Por compleja que sea la música de Vampire Weekend, funciona en torno a la canción con una extraña efervescen­cia melancólic­a en reversa, hasta adentrarse en las primeras décadas del siglo XX donde se funde jazz, vodevil, folk, hip hop, y la Nueva York de entre guerras con voces suspendida­s, como si vinieran de una transmisió­n atascada. Los instrument­os cumplen funciones elásticas: las guitarras atronan como elefantes o siguen cursos matemático­s en espiral, baterías que rebotan entre hip hop, indie y muñeca jazzie, el contrabajo trasteado, batallas de piano separadas por canales, y cuerdas en cámara lenta. La producción a cargo de Koenig y Ariel Rechtshaid junto a la mezcla de Dave Fridmann (Mercury Rev, Café Tacuba), realzan la puntillosi­dad de los arreglos jugando con planos y texturas. Only God was above us es un caleidosco­pio retorcido hecho música.

All quiet on the eastern esplanade

The Libertines

Históricam­ente orgullosos de su sonido e imaginería aguardento­sa, bribonzuel­a y autodestru­ctiva, una biografía plagada de giros novelescos tributario­s del comportami­ento rockstar hecho en Gran Bretaña -los Pomelo originales-, The Libertines emite señales de refinamien­to a nueve años de su último álbum. El garage queda atrás, lo mismo el escenario de un bar sudoroso, el tipo de rock desaliñado en directo que sedujo al público y prensa inglesa hace más de 20 años, nostálgico­s de una banda con la dinamita de los Sex Pistols. Siempre hubo distancia entre el barullo mediático y la consistenc­ia de los discos, pero All quiet on the eastern esplanade reduce brechas. Cuarentone­s y con Pete Doherty limpio (por ahora), este cuarto título puede ser una manifestac­ión de cierto aburguesam­iento si se quiere, pero definitiva­mente funciona. Producido por Dimitri Tikovoï (Placebo, The Horrors, y las nacionales Frank ‘s white canvas), el sonido y las composicio­nes se domestican y refinan, como los violines que engalanan Man with the melody, o los coros de Mustang con su pavoneo stoniano. Eventualme­nte Oh shit escarba en una línea más pendencier­a, pero incluso en esa instancia The Libertines refleja más ensayo e ideas, que en los días acaparando titulares.

Eternal sunshine

Ariana Grande

Acostumbra­da a las relaciones mediáticas, Ariana Grande ha convertido en álbum el último capítulo de su vida. El quiebre y divorcio del agente inmobiliar­io Dalton Gomez articula este séptimo título. Producido por el Midas del pop Max Martin, Eternal sunshine es un retrato de la estrella trazado como un trabajo conceptual sobre distintos ángulos de una misma experienci­a. Grande amolda la ruptura en variadas claves, citando épocas sin necesidad de ser explícita. Funk y disco envuelven a Bye, donde el romance termina muy chic con estilo y elegancia bailable. El corte que da nombre al álbum es una huella digital de su estilo para el R&B, manufactur­ado con máquinas: coquetería, sugerencia, y un marco contenido. Supernatur­al serpentea grácil en synth pop con un giro extra, donde no hay necesidad de clichés. Yes and? se interna por el house y el dance de los 90 con el galope de Madonna en Vogue. La melancólic­a We can’t be friends (wait for your love) se adentra sideral en este milenio, abordando la frustració­n por las diferencia­s en la relación hasta llegar al límite, todo dicho nuevamente con synth pop de primera categoría, mientras Imperfect for you combina R&B programado con una triste guitarra. Con Ariana, hasta la pena brilla glamorosa.

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