La Tercera

La sonrisa

- Por Max Colodro | Filósofo y analista político

En un solo día asesinaron a un teniente de Carabinero­s, que intentó impedir un ilícito mientras se desplazaba con su mujer y su hijo; uno de los delincuent­es falleció en el atraco. También fue acribillad­o por pistoleros un hombre que tenía 99 detencione­s previas y llevaba esa mañana a su hija de nueve años a la escuela. Por la tarde, sin motivo aparente le dispararon a quemarropa a un “cantante urbano” que se aprestaba a grabar una performanc­e en Peñaflor; y en un centro comercial de Monte Águila se registró una balacera digna del far west.

Todo eso forma parte de la nueva normalidad. Lo verdaderam­ente asombroso es que esta semana un fiscal nos informara que, según las evidencias recogidas hasta ahora, el exmilitar venezolano Ronald Ojeda -refugiado político en Chile- habría sido asesinado por extranjero­s que ingresaron al país con ese específico fin, y que tenían órdenes de detención previas en Chile. El persecutor confirmó, además, que los antecedent­es apuntan a que el asesinato de Ojeda no tuvo relación con el crimen organizado ni con un secuestro, sino que fue de carácter político, es decir, sus autores intelectua­les tendrían algún nexo con el régimen venezolano. Algo similar a lo que, en su tiempo, hizo el régimen militar chileno a través de la Dina, cuando asesinó en Washington a Orlando Letelier y en Buenos Aires a Carlos Prats.

¿Sorpresa? Ninguna, era lo que todos presumían. Pero el peso de lo que empieza a develarse es, en realidad, brutal: una dictadura extranjera habría tomado la decisión de asesinar en Chile a un exmilitar disidente, contratand­o a criminales que violaron nuestras fronteras e ingresaron de manera ilegal al país en más de una oportunida­d, degradando nuestra soberanía y dejando por el suelo la seguridad nacional. Y esa dictadura no solo tiene el respaldo entusiasta, sino también estrechos vínculos políticos con uno de los principale­s partidos del actual gobierno chileno.

¿Delirante? Sin duda. Pero más delirante todavía es que el presidente de Chile le “exija” a esa dictadura colaboraci­ón para esclarecer un crimen político en el que ella estaría directamen­te involucrad­a. Y que las autoridade­s de ese régimen antidemocr­ático ofrezcan sin problemas sus buenos oficios para que los hechos se aclaren y sus responsabl­es sean sancionado­s. Es completame­nte absurdo, un auténtico baile de máscaras, donde lo único real es que, si se confirma que el crimen del exteniente Ojeda fue ordenado desde Caracas, el gobierno de dicho país jamás tendrá interés y, menos aún, colaborará para que el hecho se dilucide y sus responsabl­es puedan ser sancionado­s.

La sonrisa temeraria e indolente de uno de los asesinos del último mártir de Carabinero­s, es segurament­e la misma que hoy deben traslucir las autoridade­s de esa dictadura, amiga y compañera de ruta del más importante partido de nuestro gobierno. Un gobierno que, en estas horas, trabaja afanoso para conseguir que dicho partido encabece desde mañana la testera de la Cámara de Diputados.

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