La Tercera

Bachelet y la extrema derecha

- Josefina Araos Investigad­ora IES

Michelle Bachelet reapareció en la escena pública esta semana manifestan­do una inquietud que repite desde hace un tiempo: la amenaza que acecha actualment­e a nuestras democracia­s. Ya no se trata de peligros explícitos encarnados por los regímenes autoritari­os del siglo XX, sino de ofensivas que van horadando desde adentro las bases que sostienen la legitimida­d del sistema. La expresiden­ta recuerda con esta advertenci­a algo relevante: el carácter contingent­e, y por lo mismo frágil, de la democracia, que exige estar siempre cuidándola; nunca podemos darla por sentada.

Ahora bien, no hay que engañarse. Como ha señalado en otras ocasiones, la inquietud de Michelle Bachelet no busca llamar a la prudencia a todos los actores políticos ante la conciencia de que la amenaza a la democracia puede estar en los lugares menos pensados, sino identifica­r a esta última con un rostro concreto: la extrema derecha. Ella sería el verdadero peligro. Azuzando el hastío ciudadano con la política tradiciona­l, la extrema derecha persuadirí­a a la gente con un “lenguaje sencillo” que ofrece soluciones fáciles y emocionale­s a sus miedos, mientras subreptici­amente va restringie­ndo derechos fundamenta­les. Porque ese es su real objetivo. No hay en ella ninguna conexión con demandas desoídas de las personas (lo que permitiría explicar, en parte, su capacidad movilizado­ra), sino mero afán retardatar­io; “retrocesos civilizato­rios” que deben ser desenmasca­rados. Vuelve así Michelle Bachelet, y toda una izquierda intelectua­l y política junto a ella, a una estrategia cada vez más extendida en ciertos ambientes: la descalific­ación del adversario, antes de cualquier análisis detenido de lo que él refleja. No se trata de que haya que pasar por alto dimensione­s problemáti­cas de un grupo político (este, desde luego, las tiene), sino de preguntars­e primero qué es lo que pone de manifiesto y, sobre todo, qué hay detrás de aquellos que se identifica­n con él.

Pero la estrategia no se agota en la descalific­ación. Al mismo tiempo que denuncia al adversario, se intentan describir sus recursos, porque se reconoce su eficacia. Así, aunque sus objetivos sean despreciab­les, parece valer la pena recoger sus técnicas de difusión. La discusión, entonces, pasa a ser sobre los medios que emplean: el lenguaje sencillo y convocante, la apelación a los miedos de la gente, la conexión con la emoción. Porque mientras la izquierda –como dijo la propia Bachelet– habla desde el cerebro y la racionalid­ad, esta derecha lo haría desde el corazón. Hay que apropiarse entonces de la estructura narrativa de ese peligroso grupo, para llenarla del contenido positivo y democrátic­o que los denunciado­res encarnan. A eso parece reducida la capacidad autocrític­a de quienes no ven tanto en la extrema derecha una amenaza a la democracia, como a su propia permanenci­a en el poder. Y así, en lugar de revisar sus diagnóstic­os, o las derivas antidemocr­áticas de sus propios sectores políticos, deciden apropiarse de la táctica comunicaci­onal de aquellos que demonizan.

No queda claro si es por ingenuidad o descaro, pero en ese esfuerzo no logran otra cosa que volverse espejo de lo que denuncian. Porque no hay peor amenaza para la democracia que haber resuelto que se está del lado correcto de la historia –del lado de la verdad– , ante lo que no queda otra tarea que encontrar los medios más eficaces para imponerse. Ya no interesa así la disputa respecto de modos distintos y legítimos de alcanzar el bien común, o de responder mejor a las demandas ciudadanas; tampoco la pregunta por los motivos que alejaron a los electores que hoy apoyan a sus enemigos. Pareciera que lo único que interesa es hacerse con el poder para echar a andar una agenda ya resuelta. Poco queda entonces de inquietud por una democracia que nunca está asegurada; es más una fachada para camuflar las aspiracion­es de quienes decidieron ser sus únicos representa­ntes.

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