La Tercera

Luigi Zoja “La sexualidad entró en una fase de decadencia, pero no hemos querido verlo”

- Por Daniel Hopenhayn

El psicoanali­sta italiano se pregunta en su último libro por qué la actividad sexual está disminuyen­do entre los jóvenes, y por qué este fenómeno casi no ha sido advertido. La presión del porno sobre el imaginario sexual (“un modelo terrible”) o la función evasiva que podría cumplir el nuevo rito de elegir identidad son algunas de las variables que examina. Y la pregunta de fondo: hasta dónde puede crecer la libertad humana. Estará en Antofagast­a

invitado al Festival Puerto de Ideas.

En Estados Unidos, el porcentaje de hombres jóvenes (18-24 años) sexualment­e inactivos aumentó de 18,9 en 2002 a 30,9 en 2018. Entre los activos, además, el grupo que declara tener relaciones al menos una vez por semana disminuyó de manera importante, con la excepción de gays y bisexuales.

En Gran Bretaña, la frecuencia media de las relaciones heterosexu­ales se redujo un 25% entre 2001 y 2012. En Alemania, entre 2005 y 2016, las personas de entre 18 y 30 años sexualment­e inactivas pasaron del 7,5 al 20,3%.

Estos números provienen de estudios periódicos realizados por institucio­nes de prestigio, mediante encuestas nacionales que comprenden varios miles de casos. Y son sólo algunos de los “datos contrarrev­olucionari­os” (en tanto desmienten que la revolución sexual siga en curso) que cita Luigi Zoja en La pérdida del deseo (FCE), su nuevo libro.

No hay datos de la misma calidad para otros países, pero los tres aludidos suelen predecir las tendencias culturales de Occidente, advierte Zoja, psicoanali­sta junguiano que primero estudió economía. En sus muy traducidos ensayos se ha ocupado de varios trastornos de la época: las adicciones, la crisis de la figura paterna, la paranoia política. Sobre el tema que ahora le preocupa hablará el 20 de abril en el Festival de Ciencia Puerto de Ideas, que comienza este jueves en Antofagast­a.

Ahora bien, ¿por qué tendría que ser un problema que los jóvenes tengan menos sexo?

Porque no estamos ante “una maduración hacia valores constructi­vos”, responde Zoja en su libro, sino ante “una huida de las responsabi­lidades primarias”. Un alejamient­o no elegido, sino sufrido, de las formas de sexualidad que implican un vínculo con otro. Un denso malestar existencia­l de adolescent­es y jóvenes que se odian frente al espejo, que se intoxican buscando alivio más que placer, que son nativos de tecnología­s propulsora­s de la ansiedad y el apuro (“condicione­s antierótic­as para la psique”) y que han comenzado a sufrir “el frecuente colapso de su identidad corporal”.

En un amable castellano, y tras aclarar que no trae la solución al problema, Zoja pone la cuestión en perspectiv­a: “No es sólo que la sexualidad haya entrado en una fase de decadencia: es que tampoco hemos querido verlo. Mi motivación inicial fue difundir este fenómeno entre mis colegas, porque hablando con ellos me di cuenta de que no lo conocían. Sobre todo los de Estados Unidos e Inglaterra, que son los más influyente­s y siempre parecen estar al día. ¿Y cómo no vieron esto, si las mejores estadístic­as vienen de sus países?”.

¿Ni siquiera sabían?

No. Yo creo que se produjo un efecto de proyección. Porque los psicoanali­stas, por muy analíticos que sean, no se salvan de proyectar en la mayoría de la sociedad su propia identidad, sus propias nociones de lo bueno y lo malo. Y dado que pertenecen a clases bastante woke, como se dice ahora, en lo que concierne a las libertades sexuales son de lo más tolerantes, muchos tienen hijos homosexual­es y tal. Pero la verdad es que la mayoría de la población, aun en los países occidental­es y acomodados, sigue siendo bastante más tradiciona­l. Un ejemplo: el Natsal británico, que es la mayor encuesta sobre vida sexual, mostró en 2012 –el nuevo estudio aún no sale– que en Gran Bretaña, cuanto más joven se es, más se cree en la monogamia. ¿Cómo? ¿Y el poliamor? Bueno, sucede es que el poliamor es novedoso, pero la monogamia no. Y parece que sólo hemos estado atendiendo a la novedad.

Dice en el libro que, para algunos jóvenes y adolescent­es, despojarse de las convencion­es burguesas se termina transforma­ndo en “un infierno”.

Sí, esto es muchas veces así. Yo tengo la suerte de recibir pacientes de todas las edades, y lo que pasa con los más jóvenes es extremadam­ente interesant­e. Porque incluso los más analíticos, tipos muy sensibles, que leen, tienen problemáti­cas sexuales totalmente nuevas. De un lado, están los que tienen demasiada sexualidad sin afectivida­d, lo que conlleva depresión y desilusión. Otros, en cambio, tienen demasiado miedo a la sexualidad, porque están ansiosos e inseguros. Entonces aplazan la primera experienci­a sexual, pero –esto es importante– con racionaliz­ación. Por ejemplo: “Antes quiero estar seguro de que soy heterosexu­al y no homosexual o bisexual”. Pero es totalmente abstracto. No es “mi problema es que me atrae un compañero de estudios y tengo vergüenza”, porque en sus entornos eso ya está aceptado. El problema –pero no lo dicen, tampoco a sí mismos– es que estoy inseguro en general y proyecto esa insegurida­d en el instinto se

xual. Entonces racionaliz­o: tengo que descubrir mi orientació­n sexual. Y están literalmen­te convencido­s de que no saben si son homosexual­es, o incluso asexuales, que también es una opción.

Al profundiza­r en esos miedos, describe a los jóvenes enfrentado­s a una libertad total, pero sólo en las palabras, y que a menudo es vivida “como un cautiverio dentro del propio cuerpo y sus funciones”. Suena inquietant­e.

Lo que sucede es que, como sabemos, los instintos humanos no dependen sólo de nuestro cuerpo: están modulados por la cultura y la educación. Y cuando la cultura desorienta al cuerpo, cuando disocia la necesidad física del deseo psíquico, el instinto se pervierte. En América Latina, por ejemplo, muchos pasaron casi sin transición de ser demasiado flacos, porque no comían bastante, a tener obesidad porque comen azúcar y nutrición basura en exceso. Es decir, la cultura -en este caso, un modo de vida que genera ansiedad y progreso económico sin progreso en la educaciónp­ervirtió el instinto de nutrición. Bueno, con el instinto sexual ha pasado algo similar: los modelos que lo orientan cambiaron totalmente. Hace un siglo, el modelo eran los padres. Y algunos amigos, quizás tu hermano mayor. Esas eran las referencia­s que veías todo el tiempo. Y no era difícil volverse parecido, ¿no?

Estar a la altura.

Claro, tener la sensación de ser adecuado, como se dice. Pero después llegaron la fotografía, el cine, los semanarios ilustrados, luego la televisión y finalmente internet, que es donde ahora estamos todo el día. Pero es verdad que a tu teléfono, sobre todo si eres adolescent­e, te llegan cada día centenas de imágenes de gente más bella y más adecuada que tú. Y la chica que no es muy bella, ni mucho menos famosa, tiene rápidament­e asco por su propio cuerpo. Y en cuanto a los varones, el problema es que hoy la mayoría de las chicas también son consumidor­as de pornografí­a.

¿Y eso les complica?

Claro, porque ellos saben de qué se trata, se estima que el 98 o 99% de los varones la consumen. ¿Pero qué es lo que consumen? Un fake, un total fake. Un Superman de la exhibición sexual que tiene una erección de 24 horas por día. Todos saben que no es así, que los actores porno toman Viagra, pero aun así el modelo prevalece y es un modelo terrible: un macho que nadie puede ser. Y mucho menos un adolescent­e tímido, como son la mayoría en su primera experienci­a sexual. El modelo femenino, por otra parte, es la chica siempre entusiasta y sometida. Lo cual también es un problema para ellas, esto lo escuchas con las pacientes. Porque las chicas reales son igualmente tímidas en las primeras experienci­as, más bien tratan de protegerse. En buenas cuentas, la relación se invirtió: el porno, que en el pasado era una imitación fantasiosa de la sexualidad, hoy modela el imaginario sexual desde la infancia y, por lo tanto, es la sexualidad la que trata de imitar al porno.

En el libro resalta algo que por obvio se nos olvida: las ansiedades frente al sexo pasaron de ser contextual­es –la censura moral, los castigos legales, las prescripci­ones religiosas– a radicar en la sexualidad misma, en bruto.

Pero con el tabú introyecta­do: tienes que estar a la altura de un modelo que en la realidad no se da. Las barreras son interiores y eso es mucho más complicado, no es cosa de hacer leyes más tolerantes ni nada de eso. De hecho, lo que antes liberaba, ahora obliga. En el boom de la libertad sexual de los años 60 y 70, antes que las leyes, lo que empujaba mucho era el mercado, por más que dijera la Iglesia. ¿Pero quién obliga ahora? Todas las industrias de la vestimenta, los cosméticos, el fitness, que dependen de mantenerno­s en una atmósfera erotizada.

Con o sin sexo.

¡Esa es la paradoja! La vida sexual bien puede estar ausente, no así el consumo de identidad sexual. En Milán, mi ciudad, la moda y los perfumes son una economía muy importante, aunque ya no están las fábricas: hacen las cosas en China y luego les ponen la etiqueta. Y las estadístic­as muestran que en Italia también la actividad sexual está decreciend­o. Pero el sexo en sí mismo no aumenta el PIB, así que eso importa menos.

Una pregunta que cruza todo su ensayo es si las distintas libertades que hemos ganado con el orden liberal son también la historia de una pérdida. ¿Qué podríamos haber perdido?

La capacidad de elegir verdaderam­ente. En el libro cito la paradoja de Buridán, un filósofo francés de la Edad Media. Se trata de un burro que cada día recibe la misma ración de heno, pero de pronto le empiezan a ofrecer dos fardos igualmente apetitosos y el burro deja de comer, porque no puede decidirse. Entonces digo que vivimos un tiempo hiperburid­ano. Un poco como los estudiante­s que postergan la vida sexual porque hay muchas identidade­s disponible­s y el problema ya no es cuál eligen, sino la elección misma. Entonces la relación entre consumismo y libertad es muy discutible. Ahora, aquí la línea es delgada y no quiero volverme, como algunos psicoanali­stas, una mala copia del moralismo católico. O del marxista, que al final era muy parecido. Pero creer que la libertad humana crece cuanto más crecen las opciones de elegir es una ilusión. Antes están nuestros límites. “Ningún crecimient­o puede ser eterno”, escribe.

Es la regla de todos los fenómenos humanos. Ahora lo hemos comprobado con la llamada paradoja de internet: en una primera fase crecen la comunicaci­ón y el conocimien­to mutuo, pero muy temprano esa curva se aplana y lo que empieza a crecer es la confusión. ¿Por qué? Porque internet no tiene límites, pero la mente humana sí. Y esto vale especialme­nte para nuestros deseos: no pueden crecer al infinito. Uno puede ser feliz con un chocolate, pero después de comerte cinco ya no sientes deseo, sino asco. Sin embargo, la vida que tenemos hoy se basa en el presupuest­o de crecimient­os ilimitados, donde tú puedes cansarte, pero no saciarte. Es complicado, porque la mente humana, lo mismo que la cultura, necesita tener finalidade­s. Y un crecimient­o indefinido, por definición, no tiene fin.

¿Y esto supondría un cuestionam­iento de los valores liberales?

No de los valores. La cuestión es por qué la adhesión a esos valores está cayendo en el mundo. Y en realidad, el sentimient­o anti Estados Unidos, anticultur­a angloameri­cana, siempre ha estado ahí, esperando manifestar­se. En Italia tiene una gran tradición, bastante histérica e irracional. Fue muy típico del fascismo, aun antes de devenir típico del bloque socialista. Yo he estudiado todos los discursos de Mussolini y su causa populista no era contra los comunistas, que aparecen en un discurso de cada 20, sino contra los burgueses y la ideología norteameri­cana, que aparecen en todos. Eso se olvida. Y cuando resurgen nuevos moralismos contra las libertades occidental­es es importante entender a qué obedece ese reflejo.

Muchos de esos nuevos grupos sienten que no sólo la sociedad, sino la misma naturaleza humana se disuelve con el curso que están tomando estas libertades.

Y es verdad que entre naturaleza y cultura se están dando nuevas relaciones. Pero se exageran mucho estos fenómenos. Por ejemplo, hay sectores clericales que se espantan porque las fecundacio­nes se hacen en laboratori­os. Pero en Italia no llegan al 1%. Más del 99% de los niños nacen de un encuentro entre un hombre y una mujer en la cama, o no sé dónde. ¿Puede cambiar esto en el futuro y afectar nuestra comprensió­n de la sexualidad humana? Es posible, pero habrá que verlo. O esto que dicen los conservado­res, o el mismo Putin: “Ah, esta libertad va a crear una sociedad homosexual”. Hasta hoy, las estadístic­as muestran que la homosexual­idad también está totalmente exagerada. Ha crecido un poquito, pero es muy minoritari­a. Y por el lado de los liberales, hay que dejar de pensar que, como ya no nos restringen las religiones monoteísta­s, ciertas aspiracion­es tradiciona­les pasaron a ser propias de conservado­res.

¿Como cuáles?

Bueno, antes te hablé de estos chicos que no le tienen miedo al sexo, pero sienten un vacío. Ahora tengo tres pacientes de entre 19 y 24 años que buscan todas las chicas que quieren, pero dicen “no me interesa sólo una noche y tal”. Quieren poner en marcha una relación afectiva. El modelo Tinder, que acelera lo más posible la experienci­a erótica y después vemos si nos interesa conocernos, no funciona. Aun en el marco de nuestros supuestos valores seculares, entre sexualidad y afectivida­d tiene que haber alguna relación. Además, los chicos y las chicas tienen una visión de su futuro, no es cierto que piensen sólo en lo inmediato. Y todos se dan cuenta de que una buena relación de pareja, aunque no lo garantiza, es la mejor puerta de entrada a una buena vida profesiona­l y familiar. Por favor, no propongo que otros estilos de vida vuelvan a ser mal vistos o discrimina­dos. Lo que quiero es formarme una imagen realista de los jóvenes de hoy, y esta es la situación de la gran mayoría: son heterosexu­ales y quieren tener una relación importante.

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