“Chile era una excepción y lo preocupante es que ahora ha dejado de serlo”
Esta semana el exjefe de gobierno español visitó Chile. En la siguiente entrevista con La Tercera, el político del PP entrega su análisis de la actual situación en su país y en América Latina, así como de la “amenaza real” de guerra en Europa.
Y eso hay que atajarlo a tiempo. El problema es cuando, si la inseguridad está basada en una criminalidad importante, la criminalidad agarra las instituciones.
Y en ese sentido, ¿cómo se ve la reacción de Chile? ¿El problema de la inseguridad podría ser ya uno de no retorno?
Yo no lo sé. Pero espero y deseo que sea de retorno. La cuestión está en que el problema de la inseguridad sigue siendo una cuestión recurrente en todos los países latinoamericanos, cada vez más. Y entonces eso es muy preocupante. Chile era una excepción, y lo malo es que deja de ser esa excepción. Y lo preocupante es que deja de ser esa excepción. Pero espero y deseo que Chile se recupere en ese sentido.
La percepción de inseguridad crece en Chile junto al apoyo a posturas más fuertes frente a la migración. ¿Usted cree que la solución a la crisis migratoria venezolana pasa necesariamente por una coordinación de todos los países de la región?
En primer lugar, pasaría por la desaparición del régimen de Maduro. Es el régimen de Maduro el responsable de que ocho millones de venezolanos hayan huido de Venezuela. Y, por lo tanto, la desaparición del régimen de Maduro sería muy importante. Debe quedar muy claro, en mi opinión, que en una cita electoral próxima en Venezuela, lo que ha ocurrido con María Corina Machado es totalmente inaceptable. Y esas elecciones, si se celebran sin María Corina Machado o su sustituta, son elecciones que serían absolutamente ilegítimas. Y, por lo tanto, no deben estar reconocidas por ningún gobierno.
Segundo, si empezamos por ahí, podemos hablar de mucha coordinación y de mucha seguridad. Porque el gobierno de Venezuela ya no tendría interés en que haya venezolanos que se vayan del país. Sino que los venezolanos vuelvan a trabajar por el país. Y eso sería muy importante.
Y, en tercer lugar, en las actuales circunstancias políticas en que está Latinoamérica, es muy difícil que exista coordinación entre los gobiernos si algunos líderes políticos y nacionales no toman la iniciativa y se ponen de acuerdo. Eso no ha ocurrido hasta ahora. Es difícil en este momento esa coordinación. Y, además, si se produjera, no sería suficiente.
La oposición venezolana acusa a Maduro de violar los acuerdos de Barbados con la inhabilitación de Machado. A su juicio, ¿por qué el Presidente venezolano se arriesga a no cumplir esos acuerdos, que implicaban el levantamiento de sanciones por parte de EE.UU. a cambio de celebrar elecciones con garantías para la oposición?
Venezuela es un narcorrégimen. Maduro lo que quiere es estar al frente del narcorrégimen. Eso es lo que quiere. Todas las negociaciones son falsas. Es una farsa. Todas las negociaciones de Barbados y todas las que ha habido son una farsa. Parte de la oposición que se ha prestado a ello lo ha hecho porque es parte del régimen que se presta a hacer esa operación. Estados Unidos se ha equivocado gravemente. Y los países que no han denunciado también. En ese momento y ahora mismo, hay países latinoamericanos que tienen una gran oportunidad de demostrar que defienden la democracia, que defienden los derechos liberales. ¿Pero por qué hace Maduro
eso? Porque a Maduro le interesa seguir al frente de un Estado, de un régimen narco. Y eso es lo que le interesa. El poder que produce el narcotráfico.
En octubre de 2022, la diputada del PP Cayetana Álvarez de Toledo dijo en una entrevista con La Tercera que “uno de los problemas contemporáneos es que estamos pasando de izquierdas reaccionarias a derechas antipolíticas”. ¿Cómo analiza ese hecho, considerando el actual escenario que vivimos en Latinoamérica?
Yo creo que el mundo vive un momento muy complejo, muy desordenado. Todos los países tienen problemas parecidos, más los problemas domésticos que tiene cada país. Pero el populismo es un gran mal, y en Latinoamérica es especialmente un gran mal. El populismo es una receta falsa, porque analiza falsamente los problemas, y al analizar falsamente los problemas les da respuestas falsas. No analiza la raíz de los problemas y plantea soluciones fáciles para problemas que en este momento son mucho más complejos. Entonces, sea el populismo de derecha, sea el populismo de izquierda, el populismo es una receta completamente equivocada. Y entonces lo que hace falta es volver y recuperar la seriedad de la vida política, la seriedad del liderazgo político, la seriedad de la vida institucional.
Pero el mundo es testigo del ascenso de las opciones de extrema derecha. ¿Qué tendría que hacer la centroderecha tradicional para hacer frente a ese fenómeno?
Creer en sí mismo y defender lo que cree.
No disfrazarse, sino ser auténtico. Trabajar. No tiene que inventar muchas cosas. Tiene que entender lo que pasa en el mundo y, entendiendo lo que pasa en el mundo, sacar las conclusiones, aplicarlas y explicarlas a los ciudadanos.
¿Cómo observa fenómenos como el de Javier Milei en Argentina o el de Daniel Noboa en Ecuador?
A mí me preocupa Argentina. Y me preocupa, por lo tanto, que muchas de las propuestas de Milei tengan éxito, porque deseo la recuperación de Argentina. Pero Argentina lleva 80 años en crisis. Y Milei es en gran medida fruto de la desesperación de un país. Milei lo que tiene que hacer es un país viable, un país posible. No un país imposible. Lo malo del populismo es que acaba haciendo países absolutamente imposibles.
Y sobre Noboa, ¿qué le parece que haya defendido el ingreso de la policía ecuatoriana a la embajada de México en Quito para arrestar al exvicepresidente Jorge Glas?
La institución de asilo no se puede ofrecer a criminales. Pero, por otra parte, lo que no se puede hacer es asaltar un territorio. Asaltar una embajada es atacar otro país. O sea, no puede ser. Entonces, esas dos cosas, yo espero que las organizaciones internacionales las tengan muy en cuenta. Porque si esa mecha prende en un mundo desordenado, pues imagínese usted dónde podemos llegar. O sea, ni el asilo debe ser para amparar criminales. Evidentemente, como es este caso. Pero el respeto a la soberanía territorial de un país, que está representado en una embajada, tiene
que ser total.
¿Qué le parece el avance de los liderazgos de izquierda en la región?
Yo creo que va en declive ese avance. Yo creo que los próximos años serán de auge de la centroderecha en muchos países en América. Yo creo que la izquierda suele fracasar, la izquierda radical fracasa radicalmente. Solamente la socialdemocracia moderada ha producido avances en algunos países, pero las izquierdas radicales han sido un fracaso siempre. Y en este caso está siendo un fracaso, como lo está siendo también en España.
Al respecto, ¿cree que la ley de amnistía para los líderes catalanes del “procés” fue un error?
Es un error, pero un error inmenso. Primero, es inconstitucional. Además de ser inconstitucional, es una imposición. Tercero, va a crear muchos más problemas de los que va a resolver si es que finalmente llega a aprobarse. Otra cuestión es cómo se va a aplicar esa ley de amnistía y a quién se va a aplicar, pero el mismo concepto es un concepto no asumido, es constitucionalmente inasumible desde ese punto de vista en España e institucionalmente extraordinariamente peligroso, pone en peligro la propia convivencia de los españoles y eso es algo peor que un error político.
El expresidente catalán Carles Puigdemont, prófugo de la justicia española y residente en Bélgica, anunció que se presentará a las elecciones regionales de Cataluña del próximo 12 de mayo. ¿Qué le parece?
Si la ley de amnistía no está aprobada y Puigdemont vuelve al país, el prófugo vuelve a España, debe ser detenido y procesado. Si la ley de amnistía se aprueba, hay que ver si es aplicable o no es aplicable a Puigdemont y en qué términos le es aplicable o no. Pero, en todo caso, lo que es muy importante en un país es que, primero, un gobierno no dependa de un prófugo de la justicia. Segundo, que no ponga el gobierno en manos de aquellos que quieren destruir el país: Y, tercero, no tome decisiones que pongan en riesgo la convivencia, el orden constitucional, la seguridad y la propia continuidad del país.
Por último, ¿qué le parecen las recientes declaraciones del primer ministro polaco, Donald Tusk, quien dijo que Europa se encontraba en una “época de preguerra” a raíz de la amenaza rusa tras la invasión a Ucrania?
Es la primera vez después de la Segunda Guerra Mundial, después de la Guerra Fría, donde un ataque a un país soberano puede producir una modificación de fronteras. Eso no se puede tolerar. Ya se produjo un precedente en el año 2008 con Georgia. Se produjo otro precedente en Crimea y no se reaccionó. No se reaccionó una vez, no se reaccionó dos veces, pues a la tercera vez nosotros tenemos que preguntar: ¿Qué nos piden los ucranianos? Armas. ¿Vamos a negarles armamento a los ucranianos para que se defiendan de ese ataque? Yo sinceramente creo que tenemos la obligación moral de apoyar a los ucranianos y tenemos la responsabilidad histórica de apoyar a los ucranianos, porque si no, eso continuará y Europa se está preparando para una cosa distinta. La OTAN tenía una capacidad de disuasión. Ahora está convirtiéndose todo en una política defensiva que es mucho más complicado. ¿Por qué? Porque hay una amenaza real de guerra.
“¿En qué momento se ‘chingó’ Chile?”. Desde hace un tiempo esa pregunta ronda a nuestro largo y angosto país. A ella le siguen otras igualmente angustiantes: ¿Qué fuerzas torcieron nuestro destino luminoso? ¿Podremos recuperarnos y retomar la marcha mágica que nos elevó al primer lugar de la región? ¿Tenemos futuro o estamos “jodidos” para siempre?
Durante la primera mitad de la década de 1950 Chile era un país “del montón” en el concierto latinoamericano. Nuestro ingreso per cápita era igual al 43% del de Nueva Zelandia, un país al que por años hemos aspirado parecernos. En 1971, nuestro PIB por persona era el mismo 43% del de NZ. Luego vinieron años de inflación, ajustes y retrocesos. En 1990, al retornar la democracia, nuestro producto per cápita era tan solo 35% del de NZ. En términos relativos nos habíamos alejado en 10 puntos porcentuales de uno de nuestros países de referencia.
Pero fue justamente en 1990 cuando las reformas modernizadoras y de mercado empezaron a dar frutos. La combinación de un sistema democrático, instituciones sólidas y buenas políticas públicas crearon un círculo virtuoso. Ese año marca el comienzo de los “30 años” que nos catapultaron hacia adelante. Al terminar el gobierno de Patricio Aylwin, ya teníamos un ingreso igual al 46% del de NZ. Al finalizar la administración de Ricardo Lagos nuestro ingreso se empinaba al 53% del de NZ. Durante los años siguientes la brecha entre NZ y Chile siguió cerrándose. Este proceso continuó hasta 2014, año en el que nuestro ingreso per cápita llegó a ser dos tercios (66%) del de Nueva Zelandia.
Muchos pensaron que con ese ritmo nos asegurábamos la entrada al club de los países avanzados. Era, tan solo, cosa de tiempo. En 10 años alcanzaríamos a NZ, y en 15 seríamos tan prósperos como España.
Pero nada de eso sucedió.
A partir de 2014, en vez de avanzar, retrocedimos. El 2018, nuestro ingreso por persona había caído al 58% del de NZ, y en 2023 habíamos retrocedido a un 55% del oceánico país. En breve, alrededor del 2015, nos “chingamos”. Así de simple, y así de triste.
No es una casualidad que el 2014 se haya reemplazado el sistema binominal por un pésimo sistema proporcional que fomenta la fragmentación política, los minipartidos y los políticos irresponsables. Se ha dicho hasta el cansancio, pero debe repetirse: con 22 partidos en el Congreso es casi imposible lograr acuerdos y hacer avanzar legislación importante y de sentido común. Nuestra política está trancada. Chile necesita, urgentemente, una reforma política. Pero no una reforma simplona y boba, tipo “Ratón Mickey”. Necesitamos una reforma profunda, una reforma que reduzca el número de partidos a cuatro o cinco, que fomente los acuerdos, que castigue a los díscolos y a los irresponsables. La base de esta reforma son distritos más pequeños, uninominales. Un diputado o diputada por cada uno de ellos.
Pero tan importante como reformar el sistema político es retomar la “audacia” en política económica. Pensar en grande, fuera de la caja, tratar de alcanzar el cielo, aspirar a lo (casi) imposible. Eso es lo que se hizo hasta, aproximadamente, el 2014.
Hay políticas que hoy nos parecen normales, pero que en su momento fueron realmente audaces. Algunos ejemplos: la apertura de la economía (tarifas parejas del 10%), el sistema de capitalización de pensiones, la liberalización de las tasas de interés y creación del mercado de capitales, el Banco Central independiente, la autorización para fundar universidades privadas, el CAE (controversial, pero audaz), la liberalización del tipo de cambio, la apertura de la cuenta de capitales, la privatización de las sanitarias, el sistema de concesiones, los fondos concursables para las artes y ciencias, la reforma GES en salud, el pilar solidario en pensiones, la regla fiscal. En contraste, en los últimos 10 años no hubo casi ninguna política que merezca el adjetivo de “audaz”. Diez años de timidez y políticas “malitas” generan resultados pobres y retrocesos en relación con los países a los que aspiramos parecernos aumentaron.
He aquí dos áreas de políticas audaces que ayudarían a retomar el ritmo del periodo 1990-2014. Un proceso de desregulación verdaderamente profundo, donde la maraña de reglas, leyes y regulaciones que se han ido apilando a través de los años sean eliminadas y reemplazadas por un sistema moderno y minimalista que fomente el emprendimiento y proteja el medioambiente. Estoy hablando de una verdadera revolución desregulatoria que va mucho más allá de lo planteado por el ministro Nicolás Grau. Al centro del nuevo sistema debiera estar el objetivo de quintuplicar, en los próximos 10 años, la capacidad de desalinización de agua. La capacidad exportadora de Chile está íntimamente relacionada con la disponibilidad de agua. Lo segundo es volver al sistema de concesiones, de modo de que en 10 años Chile tenga dos o tres puertos entre los 10 más eficientes del mundo (¿Sabía usted que Valparaíso está en el vergonzoso lugar 188 en el ranking de eficiencia de puertos y San Antonio en el puesto 253?)
Lo anterior es audacia mezclada con puro sentido común. Las cosas son así de simples: sin agua y sin puertos de primer nivel Chile no tiene ningún futuro.