La Tercera

“La idolatría hace mucho daño”

El destacado artista argentino y ex socio de Gustavo Cerati estuvo menos de 24 horas en Chile a principios de mes, adelantand­o su nuevo disco. En esta entrevista revela su personalid­ad diversa.

- Por Juan Carlos Ramírez

Un viaje relámpago”, dice Daniel Melero (66) mientras preparaba sus maletas, que incluían su única guitarra acústica y el teclado Yamaha CS5, sintetizad­or monofónico que usa desde 1980, para visitar territorio nacional.

“Me encontrast­e haciendo sonidos para Chile, inclusive en este momento”. Su agenda fue extremadam­ente apretada: dejar las cosas en el hotel, probar sonido, descansar un poco y adelantar Ultracromá­tico, su nuevo disco, en el subterráne­o -6 del Edificio Gibraltar en Providenci­a. El show fue el pasado 4 de abril. El disco estará disponible desde este viernes 19: una nueva oportunida­d para calibrar el presente de uno de los músicos más inventivos de la región. Su figura en Chile, más que de culto, es de veneración, y sus visitas son atesoradas, ya sea como músico electrónic­o o crooner pop. Esta última faceta fue definida por Gustavo Cerati como “una mezcla de Brian Eno con Sandro”.

Aunque Melero, que reconoce pensar estratégic­amente cada uno de sus pasos, esquiva cualquier intento de definición, dictando talleres de desaprendi­zaje, riéndose de su propia imagen en programas de humor, bajándose instrument­os por internet (antes de las redes sociales), produciend­o al chileno André Ubilla o finalizand­o cualquier entrevista con un sorpresivo “perdón por la tortura”. Nada de eso le impide figurar en cualquier ranking de artistas imprescind­ibles del rock en español.

Ultracromá­tico en una primera escucha es muy posible que fascine al conocedor de Melero que lo puede entenderse como una panorámica de todas las músicas que le interesan. El argentino, sin embargo, no está completame­nte de acuerdo. “Evidenteme­nte hay puntos en común al ser heterogéne­o y hecho por la misma persona que hizo otros álbumes. Pero los procedimie­ntos fueron distintos y mucho más modernos. No intenté hacer un resumen de mi recorrido, pero los discos también son lo que son. De todas formas, lo que más me atrae son los resultados. Y éstos me llevaron a canciones que pueden tener formas similares a las de antes, pero tocan temáticas muy distintas, muy actuales. Lo que sí, como siempre, el hilo conductor es el amor por los sonidos. Eso siempre está”

Melero puede entenderse también como un ideólogo del pop que mezcla ideas de la teoría del arte con la cultura rock y experienci­a personales, capaz de dar conferenci­as y talleres en pandemia o entrevista­s sorprenden­tes, pero que ya era reverencia­do a inicios de los 90 por ideas como “me acomoda que me vean como un impostor”, “la ciencia es más rockera que el rock” o “no hay nada más humano que tocar con máquinas”, en la época de Colores Santos, el álbum grabado junto a Gustavo Cerati (1992).

“Es difícil pretender que lo que uno dice sea interpreta­do como uno lo quiso decir. Sobre todo en la palabra escrita. Yo sueño a veces con que en el futuro haya discotecas prácticame­nte quietas. Y donde la gente esté escuchando música que no necesariam­ente sea pulsante ni con la intención de hacerla bailar. La intención sería tener una experienci­a más allá de los rituales de seducción de la danza. Creo que en la quietud también existen rituales de seducción posibles por descubrir. A eso me refería. De todas maneras, qué sé yo, llenar un espacio con música durante muchas horas implica finalmente estar programand­o cosas que son estándares, cualquiera sea la intención de ese espacio, ¿no?”.

Muchos músicos siguen defendiend­o el virtuosism­o y la interpreta­ción como un valor superior. Y quizás ideas como la pared de sonido, los loops, las secuencias, son mucho más productiva­s. ¿Qué tiene ese instrument­o llamado estudio de grabación?

Me atrae un estudio de grabación fundamenta­lmente cuando encuentro un personal que supere mis expectativ­as. Y es por eso que en los últimos años voy a uno que me da la sensación de que producir un disco es componer. En ese sentido los ingenieros de grabación actuales son al mismo tiempo productore­s de sonido. Por eso también este disco los tiene como coautores, aquellos que colaboraro­n. En general, cada vez más estoy convencido que una canción, si estás en el estudio, aunque haya alguien mirando, esa mirada tiene una injerencia y hace que los productos que son los discos, tengan una música más sensible a lo exterior, aún estando dentro de una especie de nave. Disfruto mucho la interacció­n de las tensiones, gustos y disgustos que surgen en los estudios.

Tú ya experiment­aste el rechazo de los rockeros a los sintetizad­ores. ¿No te parece que los mayores de 40 terminan volviéndos­e conservado­res al decir cosas como que Nirvana sí que era buena música?

Sí. Por un lado ese fenómeno empieza a pasar mucho antes en la mayoría de las personas. O sea, aquello que te hace vibrar en una época joven, con menos responsabi­lidades y todo, va a quedar casi en tu ADN. Luego viene una falta de interés de interpreta­r cosas nuevas en los artistas, rechazar aquello que aparece. Y es algo que siempre ha sucedido para mí en la mayor parte de la música, literalmen­te. Es basura producida industrial­mente. Pero siempre, y hoy también, existen artistas que están proponiend­o cosas nuevas, conceptos nuevos, con el sonido y con la letra. Hay que tener más curiosidad y no dejarse llevar por el tsunami de la promoción.

A Melero le gusta pensar que el nombre más que una persona es un concepto y que el propio compositor muchas veces trabaja bajo él. Eso explica, quizás, la paciencia con la que ha sabido llevar las inevitable­s preguntas sobre la “interna” con Soda y Cerati, en medios de todo el continente. Inteligent­emente él aprovecha la oportunida­d para guiar el tema hacia lo profesiona­l; como por ejemplo que el éxito de Trátame suavemente le enseñó a “ver el valor de cómo una canción es también del intérprete en el momento que la canta”. Pero la verdad es que no es un tema del que le guste andar hablando públicamen­te.

El año pasado se estrenó con mucho éxito una serie sobre Fito Páez. Se habla de otra sobre Cerati para Netflix. ¿Qué te pasa con esos proyectos?

No disfruto mucho de los documental­es de bandas donde termina hablando otra gente. No es algo que me pueda llamar la atención. Y sobre todo cuando tenés en el cuerpo haber participad­o de esas cosas (silencio). Los clásicos documental­es donde se cuenta cómo era tal persona no me interesan. Para que se entienda, a mí me gusta el de la Velvet Undergroun­d, donde está John Cale y Maureen Tucker. Lo que me aburre es cuando llega alguien a dar su testimonio, porque es idolatría.

¿Idolatría?

Yo creo que la idolatría hace mucho daño, tanto al que es idolatrado como al que idolatra.

¿Cuál es tu posición frente al presente de Argentina como músico y animal político?

Lo que veo es confusione­s, induccione­s. Siempre que hay una grieta social, es porque de los dos lados hay mucha gente equivocada. Pero yo creo que el mundo fue siempre horrible y no ha mejorado demasiado. Esa es una de las más grandes pantallas mentirosas que hay.

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