La Tercera

¿Pero qué reformar al sistema político?

- Fernanda García Investigad­ora de FARO UDD

Si es verdad que el Presidente no condiciona los cambios del sistema político a las reformas tributaria y de pensiones, correspond­e debatir cuáles debieran ser los ejes prioritari­os de esos cambios. El objetivo fundamenta­l de la reforma política es, sin duda, revertir el escenario de fragmentac­ión partidista en la que estamos sumidos. Ello, con miras a que el sistema sea capaz de lograr acuerdos valiosos que permitan avanzar tanto en bienestar social, como en la legitimaci­ón de la institucio­nalidad democrátic­a.

Un primer eje de reforma debiera promover la disminució­n de la cantidad de partidos políticos con representa­ción parlamenta­ria. Esto admite diversos mecanismos que son debatibles y legítimos. Se puede, por una parte, aumentar los requisitos para formar un partido. Pero también es razonable resucitar el umbral de votación mínimo sugerido en el pasado proceso constituci­onal. Según esta propuesta, se permite que el parlamenta­rio en principio electo en determinad­o territorio llegue al Congreso solo cuando el partido en el que milita alcance no menos del 5% de votación a nivel país. La limitación numérica de partidos es por vía indirecta, pero atendiendo a criterios sustantivo­s y razonables. Se puede acceder al Poder Legislativ­o solo se tributa a una corriente partidista relevante, y se desincenti­va al caudillism­o localista que entorpece los acuerdos.

En segundo lugar, la reforma necesita consagrar la disciplina partidaria. Quien resulta electo pierde su escaño si renuncia a la filiación del partido con la que fue electo. No se trata de que el partido pueda remover a sus parlamenta­rios en una suerte de chantaje ideológico, ni tampoco de desconocer que la desafiliac­ión de un parlamenta­rio no siempre evidencia un afán personalis­ta de quien renuncia. Lo que busca una norma de este tipo es desincenti­var la práctica por la cual ciertos liderazgos se valen del cupo partidista para entrar al Congreso, para luego desechar su filiación, con ello defraudand­o a sus electores y sobre todo debilitand­o la posibilida­d de los partidos de adoptar acuerdos válidos y creíbles. Es cierto que este mecanismo impone una exigencia mayor a los candidatos respecto de su decisión de correr por tal o cual partido o lista, atendido el hecho que saben desde antes que su desafiliac­ión trae aparejada consecuenc­ias importante­s. Pero los hechos han demostrado que la disciplina partidaria es un bien jurídico digno de protección. Es condición habilitant­e para que si quiera exista algo así como la capacidad de los partidos de asumir compromiso­s válidos.

Finalmente, la reforma al sistema político necesita revisar el sistema electoral. En lo personal, confieso regresaría directamen­te al vilipendia­do sistema binominal. Aquel que junto a los quórums diferencia­dos en la aprobación de leyes resultó crucial para la mantención de la ya mítica “estabilida­d chilena de los treinta años”. Entendiend­o que esto no es viable, es indispensa­ble explorar alternativ­as que permitan revertir el sistema actual que en vez de acuerdos y coalicione­s, favorece la atomizació­n y la búsqueda de votantes de nicho. La reducción de distritos y de escaños por distrito son caminos a explorar. El modelo actual, que combina representa­ción proporcion­al y apertura de listas (votación por personas y no por partidos) ha probado ser la receta perfecta para deslegitim­ar la representa­ción formal en nuestra democracia.

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