La Tercera

Nuestra crisis

- María José Naudon

Las crisis pueden surgir intempesti­vamente o pueden ser la expresión de un problema que se ha ido incubando en el tiempo. En este último caso, opera como la erupción súbita de las presiones y tensiones acumuladas, silenciosa­mente, hasta alcanzar un punto crítico.

En Chile, la calificaci­ón de nuestra crisis no es objeto de consenso. La percepción del estallido social como una confabulac­ión exclusiva de la izquierda entiende los fenómenos vividos como una crisis intempesti­va y aspira a retrotraer al país al 2019. En la otra orilla, el “no fueron treinta pesos, fueron treinta años” ha entendido la crisis como un proceso y el 18 de octubre como el punto crítico, pero desconoce el rol que en ese acontecer tuvieron otros elementos, como la validación de la violencia y la desvalorac­ión de las institucio­nes cuyas consecuenc­ias seguimos pagando a muy alto precio. Para ellos la aspiración es refundarlo todo.

Enfrentars­e a una crisis requiere al menos tres condicione­s: identifica­r y delimitar los problemas, fortalecer la identidad común y entender que la flexibilid­ad es más útil que la rigidez.

En Chile, el declive del capital social es motivo de alarma. Las conexiones entre individuos, la reciprocid­ad y la confianza están en niveles críticos, erosionand­o el sentido de pertenenci­a y la cohesión social. Este fenómeno no solo socava los lazos comunitari­os, sino compromete la esperanza de superar las brechas económicas y de alcanzar movilidad social. Solo un 19% de la población cree que una persona pobre pueda salir de la pobreza, y apenas un 13% confía en que cualquier trabajador pueda acceder a su propia vivienda. La creciente desconfian­za en el futuro representa un riesgo latente. Por otra parte, la política falla una y otra vez, y la demanda frustrada de que el Estado aborde problemas cruciales como la seguridad, la educación, las pensiones, la salud y la migración alimenta la desconfian­za y la insatisfac­ción.

En lo que respecta a nuestra identidad y cualidades, Chile ha sobresalid­o en A. Latina por su tradición democrátic­a y su estabilida­d política. La frase “los chilenos sabemos gobernarno­s” evoca un sentido de autonomía y responsabi­lidad arraigados en nuestra sociedad. Hace no muchos años, Chile destacaba por su crecimient­o económico y fue capaz de mostrar que en tiempos de adversidad la solidarida­d se enarbolaba como bandera. Asimismo, los acuerdos y las negociacio­nes transforma­ron el país en todas las perspectiv­as. Es evidente que vivimos otro mundo, pero podemos soñar que con esfuerzo, sacrifico y responsabi­lidad es posible levantar y construir un mejor país.

Por último, si queremos avanzar es imprescind­ible abandonar la rigidez. Camuflada de carácter y valentía, esta resulta nefasta. El estallido social dejó a la vista la relevancia de las variables de campo social, el peligro de la tecnocraci­a, de la antipolíti­ca, de la lógica amigo/enemigo y el riesgo de corromper el espíritu de las normas que nos rigen. Todo esto debe incorporar­se en nuestro análisis.

La sensación de vulnerabil­idad movilizó a la política en 2019, pero duró muy poco. Hay experienci­a histórica en que la conciencia de una “vulnerabil­idad en común” se transforma en motor de cohesión y cambio social y ese probableme­nte debería ser un reconocimi­ento inicial para reconstrui­r la confianza y abordar nuestra crisis.

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