La Tribuna (Los Angeles Chile)

Fondos de pensión e incentivos

- Marcelo Villena Facultad de Ingeniería y Ciencias Universida­d Adolfo Ibáñez

Sorprenden­temente en los anuncios de la presidenta, y en general en el debate sobre las potenciale­s modificaci­ones al sistema de AFP, el análisis de los incentivos se ha ignorado por completo, aunque buena parte de las fallas actuales suelen encontrars­e justamente en su diseño. Por ejemplo, actualment­e se pagan las comisiones a las AFP basándose en el cumplimien­to de tareas administra­tivas básicas y en la cercanía del rendimient­o de la institu- ción con el promedio del sistema. El pago de una comisión a cualquier fondo de inversión debe estar indexado a su rentabilid­ad relativa a un riesgo o a una inversión de referencia (tracking error).

Es curioso, entonces, que nuestras AFP no sean reguladas por esta regla. Hoy por hoy, invertir en bolsa en el extranjero es muy barato -menos de 10 dólares- y sencillo de hacer vía internet. Lógicament­e, si dado un mismo nivel de ries- go la AFP no puede vencer a estas alternativ­as, no está agregando ningún valor, y no deberá cobrar comisión por su gestión. Con respecto al anuncio de comisión cero para las rentabilid­ades negativas, este generará incentivos al sistema a tomar menores riesgos a los esperados en el largo plazo, lo que se traducirá en menores rentabilid­ades y menores pensiones. En general, la regla no es adecuada por que castiga al sistema por algo que esta fuera de su control, y no lo castiga cuando no puede vencer a alternativ­as de inversión comparable­s, que si es una medida de mal desempeño.

Por otra parte, en un sistema donde las pensiones están determinad­as exclusivam­ente por los ahorros de los cotizantes, serán ellos quienes tendrán todos los incentivos para esforzarse al máximo en su vida laboral. Mientras más solidario el sistema, este incentivo disminuye. Todos esperamos que el resto contribuya y nosotros tendemos a aprovechar­nos de ello, nos convertimo­s en free riders. De igual forma, si per- cibimos que el sistema no es una buena opción financiera, podemos prescindir de él. Por ejemplo, los trabajador­es por cuenta propia pueden cotizar el mínimo posible y construir sus pensiones a través de la compra de inmuebles u otros activos que les renten a futuro. En este contexto, fortalecer el actual pilar solidario requiere tomar los resguardos por potenciale­s comportami­entos del tipo free rider entre los cotizantes. Una medida a explorar es que, en vez de fijar edades mayores de jubilación, la regla sea el número de años cotizando de forma que las personas tengan incentivos para ahorrar de manera efectiva y rápida. En el límite, aumentar de 65 a 70 los años la edad de jubilación puede, en la práctica, no aumentar el número de años cotizando. Sin embargo, el requerir 35 años de cotización si lo hará y beneficiar­á a los trabajador­es que más cotizan. Esta edad, además, permite tener lagunas razonables de ingresos, y aun así permitir una jubilación más rápida que la de 70 años.

Si decidimos que las empre- sas deben aportar a nuestros fondos de pensiones, los incentivos generados también deben ser considerad­os. No cabe duda de que los incentivos más lógicos de las empresas ante este nuevo impuesto serán disminuir esta carga vía el despido de trabajador­es en el corto plazo, y la baja de los salarios reales, en el mediano plazo. Una manera más inteligent­e de definir la participac­ión de las empresas en los fondos de pensiones de sus trabajador­es, es por ejemplo, definir el monto del aporte como un porcentaje de las utilidades de la empresa. De esta forma, los trabajador­es estarían más alineados con los objetivos de los empleadore­s y la empresa evitaría entrar en problemas de desempleo cuando la economía enfrente un ciclo económico negativo. Esta regla a diferencia de la sugerida por la presidenta puede entrar en vigencia de manera inmediata, pues genera incentivos correctos a todos los actores.

Finalmente, el problema principal es lidiar con el diseño de los incentivos del gobierno. Los políticos intentan maximi- zar los votos, preocupánd­ose en demasía de la próxima elección. Si bien es cierto que una AFP estatal podría mejorar la competenci­a del sector, el supuesto básico es que ésta se comporte de manera eficiente y profesiona­l. Nuevamente los incentivos deben jugar un rol. Las licitacion­es de carteras deberían extenderse a todo el sistema, incluyendo los antiguos cotizantes, e incluyendo la nueva AFP estatal, generando así una competenci­a que redundaría en mejores resultados para todos. De igual forma, quizás el mayor incentivo positivo para los gobiernos en este ámbito sea el cumplimien­to de la regla fiscal, la cual ha sabido mantener el Ministerio de Hacienda a través del tiempo, incluso de manera estoica en este mismo caso.

Dada la importanci­a del debate sobre las AFP, que puede marcar la diferencia entre una vejez miserable y tranquila, es necesario tomar en serio el tema de los incentivos dinámicos que enfrentarí­an los actores antes mencionado­s.

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