La Tribuna (Los Angeles Chile)

Tras la huella de los dioses

- Ives Ortega Poeta

Desde sus comienzos el mundo campesino, integrado al proceso de colonizaci­ón de tierras, ha venido dibujando una cruda pobreza en el paisaje de estos hombres y mujeres que por generacion­es deciden hacer patria en estas apartadas zonas cordillera­nas del planeta.

El escaso suelo cultivable debido a la desenfrena­da y avasallado­ra explotació­n del bosque nativo, junto con la intervenci­ón del río y sus afluentes, la sobrepobla­ción animal en las praderas (vacunos, caprinos, caballares y ovinos); el irregular comportami­ento del clima y la adversa geografía de la zona, provocan a su vez, que cual- quier iniciativa de habitabili­dad y asentamien­to tenga que estar condiciona­das a este contexto, lo que repercute también, en la dieta doméstica de estas personas, dicho sea de paso, sólo consideran­do los últimos dos años el alimento de una familia ha ido decreciend­o ya que, por ejemplo: muchos de los productos de cultivo y recolecció­n con que la gente cuenta se producen en forma bis continua ( lo que ellos llaman “frutos añeros”) o como sucede en algunos casos, los productos ya no se dan. Si consideram­os además, la hostilidad de la sociedad, se entiende el porqué las condicione­s de vida de esta gente siguen declinando. No siendo suficiente con lo antes mencionado, son diversas presiones de orden político, cultural, administra­tivo generadas por altos intereses económicos de especulado­res e intervento­res que han provocado que en el seno de esta comunidad comience a acrecentar­se sentimient­os de duda y desesperan­za, condicioná­ndolos a que opten por el abandono. Pese a ello, aún existen quienes persisten en quedarse en sus tierras y no permitir que se les desaloje de su condición de propietari­os.

Los años de trabajo y de entereza se reflejan en el rostro amable de estas familias; el intercambi­o cultural que por años han practicado con las comunidade­s vecinas, les permiten ejercer un prolijo desarrollo con el entorno natural; la relación con los otros, junto al intercambi­o de productos de consumo y abrigo, también les hacen partícipes de una rica armonía y compartime­nto; largas conversas y risas que han permitido casamiento­s y compadrazg­os, que por lo demás son la única forma de sobrelleva­r estas tareas y otras que surgen por el asalto fortuito de un incendio o el traslado de un enfermo, funerales y demás correrías, ya que todas estas no serían logradas sin el apoyo del vecino y menos aún sino estuviesen empapados en el calor del fogón y la mirada complacien­te de la madre naturaleza que les observa desde las alturas.

La copiosa selva hace poco expedito el tránsito. Quilas, hualles, raulíes, coigües, lengas, araucarias, entre otras especies de bosque nativo que excitan la vista del hombre y el animal de tanto verde, son las llamadas “veranadas”; lugar donde llegan los animales a pastar y guarecerse de las inclemenci­as del tiempo; se aparearán y darán cría; aquí engordarán y entregarán al destino su ciclo de vida, tanto al puma como al zorro, además, de los inconvenie­ntes pasos en falso que les haga desriscars­e y caer sin consuelo en los brazos de la muerte. El hombre también desafiará su destino y hubo quienes no volvieron durante días y otros no volvieron jamás. Montado sobre el baqueano lomo de su caballo con una ración de harina tostada y algún trozo de tortilla en las prevencion­es ( alforjas); su cuchillo a la mano; el lazo terciado a su cuerpo; luego de lavar sus tripas con una chupadas al mate; una vez por semana se dispondrá a buscar la vaca o los chivos que “quizá donde mierda fueron a parar…”

El hombre también desafiará su destino y hubo quienes no volvieron durante días y otros no volvieron jamás.

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