La Tribuna (Los Angeles Chile)

¿Cómics o novelas gráficas?

- Por Alejandro Bascuñán Troncoso Director de la Biblioteca Viva Los Ángeles

El término novela gráfica aparece en 1978, cuando el inglés Will Eisner publicó Contrato con Dios, un trabajo autobiográ­fico presentado en formato de libro con una historia autoconclu­siva (sin continuaci­ones) que podía leerse como una novela tradiciona­l. Desde entonces se convirtió en el soporte perfecto a la hora de llevar la historieta a librerías y academias.

De hecho, es muy probable que sin este formato la historieta nunca hubiese llegado a aparecer en medios de análisis crítico. Si hay algo que agradecerl­e a la invención de Eisner y sus editores es que, gracias a ella, la historieta llegó al lugar donde hoy se encuentra: a la par de cualquier otro género de ficción impresa, sea esta artística o comercial.

Aclaramos, entonces: novela gráfica no es un género, es un formato; el género es la historieta (en español) o cómic (en inglés, ahora españoliza­do). Así puede decirse que todas las novelas gráficas son cómics o historieta­s, pero no que todos los cómics o historieta­s son novelas gráficas, ya que también los hay presentado­s en otros soportes como tiras cómicas ( Condorito, Dick Tracy), revistas ( Batman, Superman), álbumes (La casta de los metabarone­s), tomos recopilato­rios ( Watchmen), japonés o manga (Akira), y más recienteme­nte, el webcómic, diseñado exclusivam­ente para internet, como el caso de la tira nacional.

En Chile, el movimiento tampoco es lejano: autores como Jorge Baradit, Álvaro Bisama y Antonio Díaz Oliva no sólo han confesado su deuda con el género, también se han aventurado en el arte de escribir cómics. Baradit publicó, junto con Martín Cáceres, “Policía del karma”, que las reseñas en su momento señalaban: “Un universo recargado, hermoso, terrible, agotador y cautivante. Una sobredosis de narrativa visual”.

El también nombrado Álvaro Bisama fue incluso más lejos, al incluir en su libro “Cien libros chilenos”, suerte de pauta de los libros más importante­s publicados en nuestro país, a dos cómics: “Mampato” y “Supercifue­ntes”, además de citar la revista Trauko (adulta) como uno de los crisoles claves para entender la narrativa nacional de fines de los ochenta.

Novelas gráficas recomendad­as Maus,

de Art Spiegelman (1973/1991): novela gráfica ganadora del premio Pulitzer en 1992. Spiegelman narra la dramática historia de sus padres en un campo de concentrac­ión en la Alemania nazi. La gracia es que lo hace a tra- vés de animales parlantes, en la que judíos son ratones y los nazis gatos. Trescienta­s páginas en un blanco y negro absolutame­nte impresiona­nte. (Random House Mondadori)

El eternauta,

de Héctor G. Oes- terheld y Francisco Solano López (1957): piedra angular de la narrativa gráfica latinoamer­icana. Relato de una invasión extraterre­stre a Buenos Aires que funciona como lectura política del pensamient­o socialista de su autor, desapareci­do durante la dictadura militar trasandina. A la altura de Borges y Cortázar, debería ser de lectura obligatori­a en los colegios; en Argentina lo es. (Existen varias ediciones. La más completa es la editada por Norma/españa).

1899, cuando los tiempos chocan,

Francisco Ortega y Nelson Dániel: Francisco Ortega crea un universo paralelo junto con el dibujante Nelson Dániel y dieron paso a una dimensión en la que la Guerra del Pacífico es radicalmen­te diferente. Así, Prat sobrevuela Lima a bordo de la aeronave Blanco Encalada y deja caer una poderosa bomba que hace desaparece­r la capital de Perú. Luego, Sudamérica cambia para siempre. Y también el mundo. Se trata de 1899: cuando los tiempos chocan, y puede que sea la novela gráfica más ambiciosa publicada en Chile.

Mocha Dick, la leyenda de la ballena blanca,

de Francisco Ortega y Gonzalo Martínez: Mocha Dick, la leyenda de la ballena blanca sitúa su relato en las costas de Arauco, espacio geográfico agreste en el que conviven distintas culturas: chilena, mapuche y anglosajon­a, por mencionar algunas.

En este contexto, un joven llamado Caleb Hienam, hijo de un empresario ballenero, realiza su primer viaje dentro de un buque ballenero en el que conoce a Aliro Leftraru, descendien­te del pueblo mapuche, quien le narra la fascinante historia de la Mocha, animal marino que, dentro la cosmovisió­n mapuche, tenía a su cargo el traslado de los guerreros difuntos hacia el mar de la eternidad.

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