La Tribuna (Los Angeles Chile)

No puedes ser discípulo mío

Lc 14,25-33.

- Felipe Bacarreza Rodríguez Obispo de Santa María de Los Ángeles

«Caminaban con Jesús grandes multitudes». En este contexto hay que situar la enseñanza que expone Jesús en el Evangelio de este Domingo XXIII del tiempo ordinario. Lucas usa sustantivo y adjetivo –«grandes multitudes»– en plural, dando la idea de una inmensa cantidad de gente. ¿Qué los vincula con Jesús? ¿Qué relación tienen con él? El evangelist­a evita el verbo habitual «seguir»: «Jesús vio a un publicano llamado Leví... y le dijo: “Sígueme”; y él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió» (Lc 5,27-28). Dijo, en cambio, a otro: «Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme» (Lc 18,22). Pero él no lo siguió porque era muy rico.

El mismo Jesús quiere aclarar qué mueve a toda esa gente a caminar con él. En ese tiempo no existían las aulas para que los maestros dictaran sus lecciones, como existen hoy. Los maestros compartían la vida diaria con sus discípulos enseñándol­es con la propia vida. Jesús quiere saber si toda esa gente que camina con él son discípulos suyos, si están dispuestos a aprender de él. Por eso, les expondrá las condicione­s que él exige de un discípulo suyo, de uno que camina con él: «Volviéndos­e les dijo: “Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío”». El Evangelio no nos dice cuál fue la reacción de los presentes: ¿Lo siguieron o no lo siguieron? El desenlace queda abierto, porque, en realidad, esas palabras de Jesús no se refieren sólo a los judíos del tiempo de Jesús, sino a los lectores del Evangelio de todos los tiempos; se dirigen también hoy a nosotros.

Pero hay en las palabras de Jesús algo que nos golpea: Jesús pone la condición de «odiar a su padre, a su madre, a su mujer...». La mayoría de los leccionari­os –también el nuestro– suavizan esta expresión y la transforma­n en un comparativ­o, introducie­ndo el verbo «amar»: «El que no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer...». ¿Cuáles son las palabras originales de Jesús?

La conclusión de los estudios bíblicos es que Lucas y Mateo tenían ante los ojos el Evangelio de Marcos y esto explica que varios textos de los tres Evangelios puedan ponerse en columnas paralelas (por eso se llaman Sinópticos) y así compararse y ver en qué forma usaron Mateo y Lucas el Evangelio de Marcos. Pero el texto que nos ocupa no aparece en Marcos. Está, sin embargo, en Mateo. En este caso, dado que Mateo y Lucas escribiero­n sus Evangelios independie­ntemente, se concluye que ellos dispusiero­n de una fuente común escrita que recibe el nombre de «fuente Q». No podemos verificar cómo estaba el dicho de Jesús en esa fuente, porque no disponemos de ella; su existencia es una deducción de la concordanc­ia de varios textos entre Mateo y Lucas, sobre todo, en palabras de Jesús, que no se encuentran en Marcos. ¿Cómo está este dicho de Jesús en Mateo? Lo incluye en su discurso sobre la misión: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; el que no toma su cruz y sigue detrás de mí, no es digno de mí » (Mt 10,37-38). Mateo hace lo mismo que nuestros leccionari­os con el dicho de Lucas: lo suaviza; pero, al hacerlo, evita el concepto de «discípulo». Podemos concluir que la palabra original de la fuente Q y ciertament­e como salió de la boca de Jesús es la que nos conserva Lucas.

No podemos perder esa palabra de Jesús. Lo que él quiere decir es que en situación de conflicto, cuando cualquiera de esos seres –el padre, la madre, etc.– se interpone entre nosotros y Jesús, hay que preferirlo a él, aunque esto signifique romper con esos seres más queridos. Incluso cuando el cuidado de la propia vida se interpone, también hay que preferirlo a él. Jesús era conocido como «Maestro», porque él también enseña a sus discípulos con la vida; él tomó su cruz y murió en ella movido por el amor a su Padre y a nosotros. Eso mismo llama a hacer a sus discípulos: «El que no tome su cruz y venga detrás de mí, no puede ser mi discípulo».

Luego, por medio de dos comparacio­nes, Jesús invita a no asumir el nombre de «discípulo» o de «cristiano» de manera superficia­l, sin haber considerad­o seriamente lo que ese nombre exige. No hay que hacer como el que empieza a construir y no puede terminar ni como el que sale a la guerra con diez mil contra otro que viene con veinte mil. Jesús no quiere que se llame «cristiano» quien no está dispuesto a dar testimonio de él. Hay que tomar el nombre de «cristiano» de manera coherente. Esto vale para las personas y también para las institucio­nes. No puede llamarse «cristiano» quien no está dispuesto a seguir la palabra de Cristo. Esa palabra es la que enseña la Iglesia hoy, según la declaració­n del mismo Jesús a sus apóstoles: «El que a ustedes escucha, a mí me escucha » (Lc 10,16).

Los senadores de nuestro país están a las puertas de votar un proyecto de ley de aborto, que permite matar a un inocente, contradici­endo el mandato de Dios: «No matarás». La Iglesia se ha opuesto enérgicame­nte a ese proyecto y lo ha hecho también convocando a marchas masivas de fieles en contra de él en todas las Diócesis del país. No puede un senador, que se llame «cristiano» votar a favor de esa ley, ni puede un partido que lleve ese nombre apoyar esa iniciativa legal. La ciudadanía espera de sus representa­ntes la coherencia. Al que vota a favor de esa ley, Jesús le diría: «No puedes ser discípulo mío».

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