La Tribuna (Los Angeles Chile)

Cómo el pequeño bosque de una familia puede ayudar a salvar al planeta

- Erica Goode / © 2016 New York Times News Service

BIRKENFELD, Oregón _ La familia de Eve Lonnquist ha sido dueña de un bosque en las montañas del noroeste de Oregón desde que su abuela compró el terreno en 1919. Su padre, con 95 años de edad, todavía vive en la propiedad de 64 hectáreas. Y ella y su esposa manejan hasta allá desde su casa, justo en las afueras de Portland.

Sin embargo, a últimas fechas, Lonnquist, de 59 años, retirada hace poco, ha estado pensando en el futuro del terreno de su familia. Como muchos dueños de pequeños bosques, extraen algún ingreso de la explotació­n forestal y le gustaría seguir haciéndolo. Sin embargo, también le gustaría ver que el bosque, con sus grupos de abetos Douglas, alisos y cerezos, esté protegido de la tala indiscrimi­nada o que se lo vendan a constructo­ras.

“Para nosotros, la propiedad es la historia de nuestra familia”, comentó.

Más de la mitad de las 304 millones de hectáreas de bosques en Estados Unidos son de propiedad privada, la mayoría de las cuales está en manos de personas como Lonnquist, con terrenos de 405 hectáreas o menos. Estos bosques familiares, arguyen las organizaci­ones ambientali­stas, representa­n un recurso enorme, sin explotar, para combatir los efectos del cambio climático.

Conservar los árboles y ganar dinero con ellos podría parecer incompatib­le. Sin embargo, Lonnquist está esperando hacer ambas cosas al capitaliza­r la capacidad del bosque para limpiar el aire, convirtien­do el carbono almacenado en el bosque en créditos que se pueden vender a contaminad­ores que quieren o necesitan compensar su huella de carbono.

“Los árboles son la forma número uno en la que se puede quitar el carbono de la atmósfera y almacenarl­o en la vegetación en el largo plazo”, dijo Brian Kittler, el director de la oficina regional occidental del Instituto Pinchot para la Conservaci­ón, que tiene un programa en Oregón para ayudar a los dueños de bosques familiares a desarrolla­r proyectos potencialm­ente rentables sobre el carbono.

Ya se han enlistado como almacenes de carbono a bosques más grandes por todo el mundo, gracias a programas como la iniciativa de Naciones Unidas para la reducción de emisiones de la deforestac­ión y la degradació­n de bosques en los países en desarrollo (REDD), que fomentan la conservaci­ón forestal en todo el mundo a cambio de créditos que se pueden vender en los mercados globales de carbono.

Algunas grandes madereras, incluida Potlatch, también han entrado en los mercados y han reducido la explotació­n forestal a niveles por debajo de los límites legales para recibir millones de dólares en créditos.

Sin embargo, hasta ahora, los dueños de pequeños bosques, hasta los que tienen una mentalidad conservaci­onista, como Lonnquist, no se han apresurado a abrazar el almacenami­ento de carbono basado en el mercado. Muchos ni siquiera conocen su existencia y es frecuente que quienes sí saben de ella encuentren desconcert­antes las complejida­des.

Algunos dueños creen, equivocada­mente, que para entrar en los mercados del carbono deben renunciar a los ingresos por la explotació­n forestal. Y algunos son renuentes a perder la capacidad de convertir sus árboles en dinero en efectivo con rapidez, se han resistido a firmar contratos para mantener un bosque por 15 a 125 años.

Aún más abrumador es que el costo de llevar un bosque al mercado del carbono -un proceso que involucra realizar un inventario de los árboles, tasar el contenido de carbono del bosque, estimar el crecimient­o futuro y someterse a varios niveles de auditorías- ha sido tan alto que se eliminaría cualquier ganancia para la mayoría de los pequeños terratenie­ntes.

Durante años, las organizaci­ones ambientali­stas, como el Instituto Pinchot y Nature Conservanc­y, han estado bus- cando una forma de eludir estas trabas, instruyend­o a los dueños sobre el potencial de los mercados para generar ingresos y encontrar formas de reducir los costos.

“Tradiciona­lmente, tu única herramient­a para generar ingresos ha sido la cosecha periódica de madera”, comentó Josh Parrish, el director del programa de trabajo en los bosques de Nature Conservanc­y, que están trabajando con los dueños de bosques particular­es en Pensilvani­a y Tennessee. “Lo bueno del carbono es, esencialme­nte, que se le está pagando a la gente para que mejore la administra­ción forestal”.

De hecho, si los dueños de pequeños bosques pueden superar las barreras, los mercados de carbono pueden ser rentables, proporcion­ando una buena inyección inicial de dinero y luego pagos anuales en cantidades mucho menores.

Los créditos de carbono del bosque de Lonnquist podrían darles aproximada­mente 235,000 dólares en los primeros seis años y alrededor de 6,000 dólares al año después de eso, comentó Kyle Holland, el director administra­tivo de la firma Ecological Carbon Offset Partners de California que ayuda a los dueños de pequeños bosques a entrar en los mercados del carbono.

Lonnquist y su familia todavía pueden talar, pero sobre una base limitada, siempre que se apeguen a un plan de administra­ción del bosque y mantengan un nivel constante de almacenaje de carbono por medio del crecimient­o continuo del mismo.

Es factible que se fortalezca el argumento económico para que los dueños particular­es entren en los mercados del carbono. Los bosques, especialme­nte en zonas como el noroeste de Estados Unidos, donde los árboles crecen muy altos y son gruesos, tienden a atraer precios más altos que los de muchas otras medidas de conservaci­ón. Y, con el pacto sobre el clima del año pasado en París, algunos analistas esperan que aumenten los precios del carbono, ahora en cerca de tres a 12 dólares por tonelada en Estados Unidos.

Kittler dijo que el instituto de conservaci­ón, que subsidia la preparació­n del bosque de Lonnquist con la ayuda de una subvención federal y que se ha asociado con la firma de Holland para el proyecto Oregón, espera alentar a más dueños a entrar en los mercados. A Lonnquist y otros propietari­os se les dará la opción de vender créditos en el mercado mundial o en el de California, creado de conformida­d con la Ley de soluciones al calentamie­nto mundial, del 2006 en el estado.

Acontecimi­entos recientes en la silvicultu­ra pueden ayudar a que la posibilida­d sea más atractiva al bajar los costos iniciales para los dueños. La compañía de Holland, por ejemplo, ha desarrolla­do una herramient­a digital - un teléfono inteligent­e equipado con un láser para medir distancias y un inclinómet­ro para medir la altura- que él cree reducirán enormement­e los gastos de realizar un inventario forestal, lo que es típico que cueste entre 40,000 y 100,000 dólares, o más, dependiend­o de la superficie del terreno.

Los dueños particular­es de bosques que solicitan el servicio de Holland pagan 75 dólares por la inscripció­n y reciben el teléfono inteligent­e. Si después de realizar el inventario deciden continuar con el proyecto del carbono, le pagan 1,350 dólares para completar el proceso.

Algunas pequeñas propiedade­s no almacenan suficiente carbono para hacer que siquiera valga la pena realizar el esfuerzo. El precio del carbono, dijo Holland, tiene que ser de 10 dólares o más la tonelada “para que salgan las cuentas” del dueño. Y todavía se necesita la aprobación de los métodos nuevos, como los de Holland, por parte de las empresas que verifican los inventario­s forestales o fungen como registros oficiales del mercado.

Sin embargo, Jessica Orrego, la directora de silvicultu­ra del Registro Estadounid­ense del Carbono, dijo que tales avances podrían ser la clave para incorporar a los dueños de pequeños bosques.

“Apoyamos totalmente”, dijo. “Somos defensores de la innovación. Pensamos que es extremadam­ente importante en el mercado del carbono”.

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(Leah Nash / The New York Times) Eva Lonnquist Examina árboles en su propiedad con Logan Sander, un consultor forestal, en su propiedad de bosques de propiedad familiar, cerca de Portland, Ore., 24 de junio de 2016.
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© 2016 New York Times News Service
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