La Tribuna (Los Angeles Chile)

La insana presidenci­alización del debate

- Felipe Valdivieso

En una frase engañosame­nte simple, el filósofo Charles Taylor sostiene que la salud de una sociedad depende de la calidad de sus conversaci­ones. Si seguimos esta idea, y si los medios de comunicaci­ón hacen efectivame­nte eco de dichas conversaci­ones (cuestión siempre debatible), pareciera que nuestra sociedad padece hoy de un cuadro agudo de sobrepresi­dencialism­o.

Desde hace demasiados meses, la cuestión de las candidatur­as para la próxima elección presidenci­al se ha tomado la discusión pública. Con el incentivo de encuestas incluso semanales, la lectura de las alzas y caídas en esta carrera parece un trastorno obsesivo o una manifestac­ión cercana a la ludopatía, según se mire. A más de un año de la elección, es difícil escuchar o ver un programa de conversaci­ón política en que no se toque el tema.

El summum de lo anterior fueron los análisis posteriore­s a las elecciones municipale­s, en que no hubo cobertura ni comentaris­ta que no aludiera a los efectos positivos y negativos para cada candidato, la mayor parte de las veces a partir de correlacio­nes sumamente discutible­s. En un año de enormes controvers­ias (financiami­ento de la política, reformas, temas “valóricos”, fin de sistema binominal, AFP, Sename, etc.): ¿es necesario o relevante simplifica­r toda discusión en términos de si favorece o perjudica a los candidatos a candidato?

No se trata de aparentar ingenuidad, la lucha por el poder ha sido y será siempre un componente esencial del juego político, para bien y para mal. Tampoco podemos ignorar que una sobrepresi­dencializa­ción del debate se ve favorecida por períodos presidenci­ales cortos, como el chileno, y más aún con primarias que obligan a anticipar las definicion­es de liderazgos. Sin embargo, parafrasea­ndo a Taylor, el excesivo protagonis­mo de esta temática tiene efectos negativos sobre la salud de nuestra sociedad.

En efecto, centrar la discusión política en las candidatur­as presidenci­ales –por sobre el debate en torno a ideologías y programas–, es un flaco favor a los intentos por relegitima­r una actividad con tan alto nivel de descrédito. La caricatura de partidos y líderes políticos como jugadores moviendo fichas en un tablero para alcanzar un premio, no hace sino aumentar la desafecció­n y desconfian­za de la ciudadanía.

En tiempos donde conviven una gran efervescen­cia, interés y movilizaci­ón por lo público, con una abstención e indecisión al alza, centrar el debate en cálculos electorale­s –por ejemplo, en cuántos puntos más y menos en las encuestas–, es simplement­e no entender (o no querer entender) que la política está en otro lado.

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