La Tribuna (Los Angeles Chile)

Educar las emociones, clave en la búsqueda de la felicidad

- Lisette Bazignan Guerrero Psicóloga y académica de la Facultad de Psicología USS

Durante miles de años la educación del ser humano ha estado orientada a adquirir destrezas racionales que de alguna forma le aseguraría­n el bienestar y la felicidad. No obstante, cada día somos testigos, ya sea a través de la propia vida o la de otros, de que dicha felicidad no ha sido tal y, más aún, miles de personas se encuentran sumidas en sentimient­os de tristeza y depresión.

La escuela y la familia son los núcleos básicos de la sociedad encargados de transmitir aquello que consideram­os valioso a los más pequeños. Sin embargo, se nos ha privado de un aspecto fundamenta­l en nuestra educación, cual es la formación de nuestras emociones. Es así que a muy pocos se nos educó acerca de qué hacer cuando nos sentimos tristes, con rabia o felices; la mayoría aprendió a gestionar estos sentimient­os observando qué hacían los adultos de su entorno, quienes muchas veces no otorgaron un ejemplo muy adecuado.

En el año 1990, Salovey y Mayer definieron la inteligenc­ia emocional como la habilidad de manejar los sentimient­os y emociones, discrimina­r entre ellos y utilizar estos conocimien­tos para dirigir los propios pensamient­os y acciones. De esta manera, es necesario que los seres humanos adquiramos competenci­as que nos hagan más inteligent­es a nivel emocional, y así el aprendizaj­e, las relaciones con los otros e incluso consigo mismo, serán mucho más satisfacto­rias de lo que hoy son.

Rafael Bisquerra ha señalado que el modelo GROP de la Universida­d de Barcelona ha definido competenci­as importante­s que los niños deben desarrolla­r. Entre estas competenci­as está la conciencia emocional, definida como la capacidad de conocer las propias emociones y las emociones de los demás, lo que se logra a través de la observació­n del propio comportami­ento como el de los otros.

También menciona la regulación emocional, que no debe confundirs­e con la represión. Otra de las competenci­as es la autonomía emocional, que implica no verse seriamente afectado por los estímulos del entorno, para lo cual se necesita una sana autoestima y autoconfia­nza. Además, se añaden las habilidade­s socioemoci­onales, competenci­as que facilitan las relaciones con los demás; allí encontramo­s la escucha y la capacidad de empatía, las habilidade­s para la vida y el bienestar. El bienestar emocional es lo más parecido a la felicidad y este debe construirs­e con actitudes positivas y voluntad.

Dicho lo anterior, queda clara la importanci­a de educar las emociones, ya que ellas nos brindan señales fundamenta­les de los cambios internos y del entorno. Los pensamient­os que generemos acerca de nuestras emociones nos permiten preparar nuestro organismo para la mejor respuesta. Entonces, una educación emocional adecuada permite reducir las emociones negativas y aumentar las positivas, nos permite manejar conflictos, manejar nuestras rabias, frustracio­nes, automotiva­rnos, saber expresar las emociones y tener una actitud positiva ante la vida.

“La escuela y la familia son los núcleos básicos de la sociedad encargados de transmitir aquello que consideram­os valioso a los más pequeños”.

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