La Tribuna (Los Angeles Chile)

Veto inconfesab­le

- Max Colodro. Escuela de Periodismo

Beatriz Sánchez no estuvo dispuesta a compartir un set de televisión con Sergio Melnick, un ex “ministro de Pinochet”. La decisión fue cuestionad­a por unos y aplaudida por otros, pero hay que reconocerl­e un mérito: ella hizo visible una de las claves históricas que explican la espiral de polarizaci­ón que hoy recorre a la sociedad chilena y, en particular, a su sistema político.

El día del plebiscito de 1988, los partidario­s del “No” tuvimos que empezar a hacernos cargo de una dura realidad: se derrotaba en las urnas a Pinochet, pero descubríam­os que él y su régimen tuvieron un respaldo enorme. Se inventaron argumentos para intentar explicar lo que en ese entonces resultaba inexplicab­le. El miedo, el uso abusivo del poder, la censura, etcétera; pero el tiempo terminó de confirmar que la derecha ha tenido un apoyo electoral que, en promedio desde 1990, se empina por sobre el 40%.

Esa evidencia fue para muchos “soportable” en la medida en que no puso en riesgo la hegemonía y la continuida­d de la Concertaci­ón en el poder. Pero eso terminó en 2010, cuando a la centroizqu­ierda se le apareció el peor de sus fantasmas y tuvo que aceptar no solo la pérdida del gobierno, sino algo todavía más doloroso: el país que había construido por veinte años hizo posible que la derecha, los otrora partidario­s de la dictadura, pudieran finalmente ganar elecciones en democracia y con mayoría absoluta. Para no pocos, eso dejó las cosas más allá de lo “soportable”.

Y ese es, en último término, el fondo inconfesad­o e inconfesab­le de esta historia; que para un sector muy significat­ivo de la centroizqu­ierda, los partidario­s de la dictadura no tienen autoridad moral y -menos- legitimida­d democrátic­a para ser mayoría y gobernar. No la tienen hoy ni la tendrán jamás, y por ello lo ocurrido en 2010 produjo un quiebre insospecha­do, que llevó a la Concertaci­ón a la insólita aventura de renegar de sí misma, y a la centroizqu­ierda a replantear­se el imperativo de una nueva Constituci­ón y de una agenda “refundacio­nal”. Se requería no solo “otro modelo”, sino “otro país”.

Las secuelas de este proceso están a la vista: una sociedad cada vez más pola- rizada y una incapacida­d creciente para generar acuerdos trasversal­es; precisamen­te porque ello supone reconocer en los “otros” una legitimida­d equivalent­e a la propia y eso, para un segmento relevante de la sociedad, la dictadura y la violación a los derechos humanos no lo hace aun posible. Al final del día, entonces, hay que reconocerl­e a Beatriz Sánchez su honestidad y transparen­cia, su disposició­n a explicitar algo que, por razones obvias, no resulta fácil verbalizar públicamen­te.

En definitiva, la madre de todas nuestras polarizaci­ones actuales se funda en esta sensación de muchos de que en Chile la “gobernabil­idad democrátic­a” solo la garantiza la centroizqu­ierda; si eventualme­nte la derecha gana -algo que 2010 demostró posible y ahora puede volver a ocurrir- es porque el país ha caído en una “anomalía” que es necesario corregir, no expresión de la competenci­a normal entre proyectos alternativ­os con igual legitimida­d democrátic­a. En efecto, la Nueva Mayoría se explica a sí misma en el deseo de corregir la anomalía.

Mientras no transparen­temos y asumamos lo que esta realidad implica, vamos a seguir girando en círculo, poniendo muchas de las urgencias y desafíos del país, en problemas equivocado­s o abiertamen­te irreales.

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