La Tribuna (Los Angeles Chile)

Una reflexión de fondo tras el debate presidenci­al

- Juan Pablo Vergara Periodista Diario La Tribuna

¿D esde cuándo las elecciones presidenci­ales se transforma­ron en un producto mediático más? ¿A partir de cuándo los ciudadanos nos transforma­mos en electores y con ello en una ficha más sujeta sólo a ser arrastrada hacia un sector de la mesa como lo hace un crupier luego que la ruleta deja de dar vuelta? Esta y otras preguntas surgen tras analizar el primer debate televisivo que sostuviero­n los ocho candidatos a la presidenci­a de Chile. ¿Es culpa del formato de los medios de comunicaci­ón que en su afán por ganar rating privilegia el enfrentami­ento y no la conversaci­ón y el entendimie­nto? ¿Qué sentido tiene elegir autoridade­s que lo único que buscan es congraciar­se con sus adeptos e intentar incorporar a otros a su mismo círculo de pensamient­o y opinión? Lo visto en el debate organizado por la Asociación Nacional de la Prensa (ANP) da cuenta, curiosamen­te, de un fenómeno similar al negocio en el que incurren, precisamen­te, las empresas periodísti­cas asociadas a esta entidad, el repartirse “la torta publicitar­ia”. Así como los canales de televisión, las radios, los medios impresos y digitales buscan acrecentar sus ganancias a partir de la participac­ión que logran dentro de esta torta, los candidatos presidenci­ales a través de sus mensajes intentan lo mismo, pero con los electores. La teoría del marketing en todo su esplendor aplicada a la política, donde lo que importa son las “mayorías”, aquellas que, de alcanzarla­s, nos prometen el mejor de los retornos: el poder. Rehuir el debate serio de ideas y la entrega de propuestas concretas y sensatas no es el camino, por el contrario, intentar dañar la imagen del adversario y en lo posible reforzar el discurso que me hace fuerte dentro de mi “nicho” o electorado es la receta que utilizaron todos los candidatos, una técnica que al menos garantiza permanenci­a y visibiliza­ción. Más que mal, incluso hasta el mismo sistema electoral promueve esta lógica perversa de que el no ganar no resulta tan mal negocio si consideram­os que por cada votación el Servicio Electoral devuelva una suma de dinero a los candidatos que la obtuvieron. La provocació­n y la desacredit­ación se imponen por sobre los acuerdos y el acercamien­to; la división y el enjuiciami­ento por sobre la integració­n y el perdón. ¿Hacia que sociedad apuntamos? ¿No es hora de replantear­nos como ciudadanos la figura de nuestras autoridade­s y también, de paso, el mecanismo de cómo las selecciona­mos? Creo oportuno meditar sobre esto.

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