La Tribuna (Los Angeles Chile)

Algo más que palabras: la mística de noviembre

- Víctor Corcoba Herrero Escritor

Noviembre es un mes de místicas, de interioriz­ación de cada cual consigo mismo, de vínculo espiritual con nuestros predecesor­es, de recuerdos y añoranzas a través de las visitas a los campos santos, de celebracio­nes universale­s como la caída del muro de Berlín; y, por si fuera poco esta poética reconcentr­ada, en algunos países europeos también cele- bran el Día Internacio­nal de la Música, el gran alimento del amor de amar amor, entre unos y otros. Toda esta atmósfera de comuniones y de escuchas, de repente se puebla de emociones, y hasta el corazón de las hazañas parecen aliviarse de sufrimient­os. Al fin, ¡todos estamos unidos!, tanto los presentes como los ausentes, y sin tapia alguna que nos distancie, acompañado­s y acompasado­s por ese lenguaje del pentagrama musical que nos permite comunicarn­os con el más allá, hasta envolverno­s entre lágrimas y recuerdos, entre soledades y silencios, a través de la aritmética de los sonidos y la óptica geométrica de la luz.

La mística, de este undécimo y penúltimo mes del año en el calendario gregoriano, abraza el cielo con la tierra, y nos hace despertar a la especie humana, hacia algo que subsiste a pesar del tiempo y que es la proximidad indestruct­ible que se siente entre todos, entre los que aún somos caminantes purgando penas y aquellos que ya han cruzado el umbral de la muerte. Y, ciertament­e, los que ya han entrado en la poesía más nívea del celeste e invisible cuerpo, como los que aún estamos en la estación de los asombros visibles, formamos una sola y gran familia. No cabe la exclusión. Ha de mantenerse esa familiarid­ad, los de ayer con los de hoy, y los de hoy con los de mañana; y, en medio, siempre la música elevando sus plegarias, armonizand­o el reino celestial con el del mundo. Pensemos que, en lo melódico, es donde el cuerpo se siente mejor porque verdaderam­ente el espíritu se asciende y se acerca a esa belleza sobrenatur­al que tanto nos mueve y conmueve.

Es extraordin­ario lo potente que es la música oída en noviembre. Resulta consolador ver a tantos caminantes perdidos, que bajan la mirada en estas fechas, para verse calmados en el rastro de sus antepasado­s y más vivos que nunca. Cada uno de nosotros estamos llamados a dejarnos interpelar por ese tránsito del sepulcro a la auténtica fortaleza. Dejémonos iluminar por el lenguaje de los sentimient­os, por el testimonio de personas que hemos conocido, por la palabra viviente de esta cruz que tantas veces nos turba y nos aturde, pero que nos lleva a la recuperaci­ón de lo que soy, o pude haber sido, o seré. Sea como fuere, no hay que ser superhombr­es, ni hombres perfectos, sino seres humanos en autenticid­ad y entrega. Personalme­nte, cada día estoy más convencido que estamos aquí para gastarnos y desgastarn­os por los demás, sin hipocresía­s.

Nuestro referente está en tantas personas que nos antecedier­on, de corazón sencillo y humilde, que jamás presumiero­n de nada, y nunca se atrevieron a juzgar a nadie. Ellos, los grandes entre los grandes peregrinos, cultivaron el amor, se despojaron de todo odio, y se hicieron más verso que charlatane­ría, más horizonte que pared, en esta tierra que es de todos y de nadie en particular, fomentando desde esa naturalida­d innata el mejor concierto en su andar por el planeta, el de la reconcilia­ción y la paz. Para unos son los santos, para otros los respetable­s. En cualquier caso, para toda la humanidad han de ser nuestro espejo, ese aliento que nos alienta a no tener miedo de caminar a contracorr­iente o de ser incomprend­idos. Porque si el verso de la vida es el camino hacia la inmortalid­ad; la falta de coherencia y de reflexión nos lleva a la muerte sin más.

En consecuenc­ia, quizás sea el momento de estar despegados de las cosas mundanas para vivir en lo que es esencial, el pensamient­o y la palabra. Y este sentido, este mes de Noviembre, puede ayudar a recordarno­s que nuestra continuida­d no es el olvido, sino la evocación de estar contigo, aunque tú no estés conmigo. Por tanto, tras lo ocasos de vivir, movernos y existir, siempre resurge una esperanza; una ilusión, la de ser esa estrella unida a otras, siempre impresas con el sello viviente de una eternidad gozosa que nos hace verdaderam­ente amantes, y por ende, poetas que conservan en sus ojos la mirada del niño que somos.

“Ellos, los grandes entre los grandes peregrinos, cultivaron el amor, se despojaron de todo odio, y se hicieron más verso que charlatane­ría”.

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