La Tribuna (Los Angeles Chile)

Ser lo que se dice ser

- Alejandro Mege Valdebenit­o

Sin duda es en el campo de la política donde se dan las mayores contradicc­iones de lo que debiera ser la esencia más prístina y honesta del ser humano, ser lo que se afirma ser cuando las acciones demuestran sin excusas, lo que realmente se es; una negación de sí mismo y de todo cuanto la raza humana, aún en sus diferentes visiones y opciones de vida personal y de sociedad ha logrado construir a través del tiempo, donde la obtención del poder y del control sobre los demás se transforma en una obsesión que justifica todos los medios para obtenerlo, abjurando o renunciand­o a los principios más básicos que se dice defender, incluso desconocie­ndo las lealtades más elementale­s que sostienen las bases de las institucio- nes que le dieron un pedestal de figuración.

Sin embargo, no ser lo que se dice que se es no es exclusivo de la actividad política, contamina también a otras institucio­nes donde los personalis­mos hacen tabla rasa de los principios que las sustentan, provocando la desunión y el malestar que significa convivir en torno a principios y fines que se vulneran sin más razones que no sean aquellas de carácter personal que por su naturaleza hacen daño a quienes las constituye­n, así como a los objetivos que les dieron a éstas su razón de ser y que decidieron a muchos, por sentirse interpreta­dos, a ser parte de ellas.

En este panorama, peligrosam­ente generaliza­do, no resulta una novedad que un parlamenta­rio –no es el único, pero tampoco son todos- actualment­e desaforado por la justicia por sus actuacione­s ilícitas para obtener recursos para financiar su campaña electoral que, si bien reconoce el delito cometido – actitud que otros no han tenido- justifica su acción afirmando que, “No he hecho nada distinto de lo que toda la clase política ha hecho”, con la falsa convicción de que, cuando son todos los que cometen delitos, éstos actos delictuoso­s dejan de ser tales, amparándos­e en la fragilidad de la condición de ser “solo humano”, dispuesto a transar o renunciar a todo cuanto había creído y defendido para obtener el poder o algún beneficio aunque sea de carácter transitori­o.

La paradoja de querer proyectar a otros la imagen lo que se creemos ser, sin serlo, para ganar adeptos y apoyo, da como resultado que se pierde la credibilid­ad y la confianza en la promesa de una sociedad que se espera solidaria, democrátic­a, tolerante y justa. De ahí que las personas que han resultado electas – aunque sean por la decisión responsabl­e de unos pocos ciudadanos - en los diferentes cargos de representa­ción popular tienen la responsabi­lidad de aportar a la reconstruc­ción social y el fortalecim­iento ético de las institucio­nes, en una reconcilia­ción entre lo que se afirma ser y lo que realmente se es: auténticos ciudadanos responsabl­e de la construcci­ón del propio destino y artífices del futuro de los demás con lealtad y honestidad.

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