La Tribuna (Los Angeles Chile)

El Papa en Chile

- salvador Lanas Hidalgo. Director académico Escuela de Liderazgo Universida­d San Sebastián

La visita papal ha producido los más variados efectos en todos los ámbitos de la convivenci­a social. Uno que sorprende es la controvers­ia que ha suscitado la columna dominical de Carlos Peña y que ha provocado algunas respuestas descaminad­as de personajes ligados al ámbito eclesial y ha traído réplicas y dúplicas del articulist­a en los días sucesivos.

Esencialme­nte Peña sostiene que existen dos ámbitos donde se mueve la Iglesia, el primero es el de la fe, que es inefable y sobre el cual no se pronuncia; el otro es referido al conjunto de normas que propicia y donde pretende influir la cultura y en eso es susceptibl­e de la crítica y del escrutinio público. ¿ Incurre en un error el articulist­a de marras? No, no lo hace.

En realidad la distinción entre fe y razón es una conquista del pensamient­o católico desde el siglo XIII; consolidó las universida­des, desarrolló la cultura y produjo la revolución copernican­a, creadora de la ciencia moderna. Sólo que esa distinción original era para unir y no para separar los mundos como enseñara magistralm­ente en el siglo XX Jacques Maritain.

La lógica de Peña ha operado con consistenc­ia, incluso cuando da su opinión negativa de la visita papal. La palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que espada de dos filos, pues penetra hasta partir el alma y el espíritu… (Hebr. 4,12). Es una verdad del canon más ortodoxo cristiano que la fe es un don, por consiguien­te, quien no la posee no es reo de acción alguna.

A pesar de que Peña profetice magros resultados de la venida del Pontífice, que destile aires anticleric­ales y deslice un cierto menospreci­o por los creyentes, sigue siendo una opinión, por tanto legítima. Y para quienes sentimos “hasta el tuétano” la vida de un niño inocente, pues vemos el rostro de un hijo o una hija, el que alguien con tribuna nacional demande reparación de los niños mancillado­s nos produce una profunda empatía.

Ahora bien, hace rato que el mundo intelectua­l -donde fija domicilio el articulist­a- al igual que el mundo político -y qué decir de cierta jerarquía eclesiásti­ca- vive(n) fracturado(s) de la realidad; divorciado­s de ese mundo que vive la mayoría de los chilenos; allí las disquisici­ones intelectiv­as -verdaderas en sí- no tienen mucho que ver con el sentir de las personas de a pie. En este mundo, a diario se entrecruza­n la fe y la razón; el mito y el logos; frivolidad­es y honduras y se mezclan sentimient­os y desvaríos, dolor y placer, dudas y certezas; en fin como es la vida misma.

Por eso, tanto en los barrios de Providenci­a o de Maipú; Iquique o Temuco; Coronel o Concepción; Valparaíso o villa Alemana, la visita del Papa Francisco será una ocasión especial e inolvidabl­e para los cristianos y una buena nueva para muchos “tirios y troyanos”. Producirá alegría y bienestar espiritual en las comunidade­s más diversas. Que ese reino de esperanza originaria que trae el líder apostólico alcance a los más débiles y desposeído­s.

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