Ecocidios en la biosfera
Es evidente que el triste "modelo" de las sociedades globalizadas y la economía capitalista, extractivista e inhumana, comienza a provocar un colapso ambiental de consecuencias difíciles de predecir.
En la Patagonia y el resto del hemisferio sur vivimos un saqueo suicida y cortoplacista, llevado adelante por industrias y corporaciones que aceleran la extracción de los bienes naturales con la complicidad de gobiernos democráticos.
Pareciera que nuestro único cobijo galáctico se hubiera vuelto un botín de guerra de un puñado de mercenarios, ese 1% de la población que maneja a su antojo los destinos de la biósfera. Las causas de esto son múltiples y complejas.
El nefasto consumismo compulsivo, desparramado en todo el planeta, ha provocado la pérdida masiva de" identidad" y de "pertenencia" con nuestro ecosistema y con la cultura ancestral de cada comunidad. La ausencia de contacto "real” con la naturaleza, en una sociedad cada vez más cibernética, virtual y urbanizada, sumada a la falta de "urgencia", ya que el tiempo nos juega en contra. Se suma a ello el haber dado poder de decisión en los temas ambientales a supuestos “expertos”, lo que ha permitido desligarnos de la responsabilidad individual. El materialismo reinante obnubila “el sentido de lo sagrado” del sentimiento profundo de respeto hacia la biodiversidad de la cual formamos parte.
También es bueno recordar que la homogeneidad, la producción, la manipulación y a veces, incluso el esparcimiento, a costa de otros valores escenciales, a menudo superan la “capacidad de carga” y la "resiliencia" de cualquier espacio natural. Y esta situación ocurre básicamente por nuestra falta comprensión del frágil y sutil equilibrio con el que funciona cada ecosistema.
No sirve mirar todos los documentales de la BBC o leer manuales de ecología para “escuchar” un bosque o “sentir” la energía de los árboles... y si no los escuchamos ni sentimos menos entenderemos su importancia para protegerlos. Estamos subyugados por información falsa y, a pesar de las evidencias que están delante de nuestros ojos, nos negamos a enfrentar el problema o suponemos que la ciencia nos va a salvar.
Lo más grave es que, a pesar de vivir al borde del abismo y de estar presenciando una extinción masiva de especies, las voces de alerta en el mundo siguen siendo débiles, insuficientes o incluso resignadas. A excepción de un puñado de organizaciones conservacionistas y de algún grupo de valientes ciudadanos autoconvocados, los gritos de indignación se están reduciendo a una colección de protestas rápidamente invisibilizadas o reprimidas por gobiernos que no desean soluciones alternativas por miedo a dañar sus economías.
Pero no olvidemos que cada aporte individual y cada acción colectiva va sumando peso para que la balanza pueda volver a equilibrarse. Así como la unión de células determina la conformación de un organismo, el cambio de la actitud individual puede conducir a la transformación de un tipo de vida que se ha revelado tan insatisfactoria como estresante. Para ello es necesario el compromiso y participación de todas las personas que hayan sentido en algun momento el privilegio de estar vivos y rodeados de tanto misterio y de tanta belleza.